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Perogrullo defiende a Osorio: él, como colombiano, no es mexicano...

LOS ÁNGELES -- El predicador de la unidad, sin quererlo, fomenta la discordia. A excepción de aquel exabrupto ecológico, en pro de los pinnípedos (#MotherFoca) Juan Carlos Osorio, con su discurso apacible, arrullador, monótono, pretende prohijar esa solidaridad gregaria en sus equipos.

Agradecerle debe el aficionado mexicano que con Osorio en el Tri, la selección mexicana se ha convertido en el segundo equipo -y en algunos casos de abogadillos advenedizos, en el primero-, de los aficionados colombianos. Claro, por el técnico, más que por el mismo equipo.

En un paralelo, hasta se puede citar a Matías Almeyda: "A Chivas le respalda su afición y la de River Plate", haciendo referencia a esa veneración evidente que conservan hacia él los seguidores de la franja bermellón.

Así, Osorio puede estar seguro que ese fervor de los colombianos le desea buenaventura, más por el síndrome adoptivo del paisanaje, que por una real empatía de sus parceros con el seleccionado mexicano.

"A México le respalda su afición y toda Colombia", bien podría decir este bibliotecario de sus propias gestas en la simpleza de unas libretas garabateadas con tintas azul y roja.

En ese plebiscito estruendoso pero inútil de las redes sociales -"Nunca he visto un gol anotado por la tribuna", dixit Nacho Trelles-, en ese inofensivo zafarrancho ideológico, en el que afortunadamente la voz del pueblo no es la Voz de Dios, antagonizan juicios en torno a Juan Carlos Osorio.

Por un lado, se defienden las estadísticas, y el paso poderoso del #TriOsorista en el llamado por FIFA tercer mundo del futbol, como lo es el paraíso conkakafkiano, en el que México retoza a media luz como el Rey Tuerto en la Tierra de los Ciegos, pero, debiendo inclinar la cabeza ante EEUU y Costa Rica, de mayor trascendencia en Mundiales.

Osorio está a un triunfo de asegurar su visado al Mundial de Rusia. Es el Atila y sus Hunos sembrando terror en la paupérrima campiña conkakafkiana, que empobrecida y todo, en los dos anteriores ciclos mundialistas terminó el Tri en uno en rescate de emergencia por Javier Aguirre, y en otro metiéndose de panzazo, primero por la compasión del estadounidense Zusi, y después por la inocencia virginal de los tiernos Kiwis de Nueva Zelanda.

Está sobado, gastado y ajado decirlo, pero a Osorio no le contrataron para ir a un Mundial, que para eso, de ser necesario, se encarga hasta el arbitraje de la Concacaf, sino para dejar de ser el temor impotente con una castrante fobia, histérica e históricamente desarrollada, a jugar el Quinto Partido.

Por eso, más allá de las deslumbrantes luciérnagas, con sus hipos de relumbrón conkakafkiano, lo cierto es que el #TriOsorista ante los dos únicos equipos ubicados que ha enfrentado entre los 15 primeros del sospechoso termómetro de FIFA se ha llevado nueve goles: Chile y Portugal.

Pero, todo esto, termina agrandando la brecha entre quienes se desploman de hinojos con cataplasmas de hinojo ante este #TriOsorista que llenan de heráldicas de rústico barro su altar por ganar en Canadá, Honduras y en Columbus, es decir, trincheras paupérrimamente conkakafkianas.

Y por otro lado, el juicio radical del 7-0 ante Chile, y, sobre todo, el reclamo de que se ahogaron en el pantano de las promesas precipitadas y perjuras de ofrecer un México espectacular, agresivo y dominante.

Y, sin duda, el reclamo de una selección convincente. En anteriores gestiones se ofrecían actuaciones casi completas, mientras que hoy con este #TriOsorista el regocijo es a retazos, a jirones, casi como situaciones accidentales, fortuitas o, simplemente, de chiripazo, a pesar de su legión europea sin precedentes.

Sin ir muy lejos, en Brasil 2014 el funcionamiento ante Croacia y Holanda rozó la perfección hasta que, claro, a México le alcanzó su destino: ese némesis maldito que lo veta del Quinto Partido.

Con Ricardo LaVolpe, bajo ese ejercicio de "se jugó como nunca y se perdió como siempre", el Tri ofreció momentos vistosos por casi 90 minutos. Y ocurrió con Javier Aguirre, Mejía Barón, Manuel Lapuente, y hasta con Chepo de la Torre -en terrenos cokakafkianos-, antes de que el déspota que habita en sus rincones oscuros arruinara el grupo.

Hay, sin embargo, un punto valioso a favor de Osorio. Y vale la pena tratar de puntualizarlo, para evitar interpretaciones erróneas. Él, diría el inequívoco, sagaz y contundente Perogrullo, como colombiano, no es mexicano..

Y esa es una historia compartida directamente con el mismo Osorio: los técnicos mexicanos, en el momento decisivo, ese de la antesala al Quinto Partido, se ofuscan en la toma de decisiones correcta cuando las tribulaciones en la cancha aprietan...

Ocurrió con todos, excepto con LaVolpe, cuyo destino lo sella el golazo de Maxi Rodríguez. En ese juego ante Argentina, al Bigotón le temblaba, se le estremecía, su ego, no la salud competitiva del Tri...

Pero, y lo hemos relatado aquí: Mejía Barón no hizo cambios; Lapuente se suicida en el enroque Lara y Claudio; Aguirre, primero, saca a Ramoncito y mete a la Momia Hernández en 2002, y en 2010 usa a Cuauhtémoc ante Uruguay y al Bofo ante Argentina; el Piojo, elige al asustadísimo, entonces, Javier Aquino, ante Holanda...

Osorio, en caso de llegar al Mundial de Rusia, tiene esa ventaja: no le estremecerá el fervor patrio ni se le convulsionará el compromiso del "masiosare". Rotará, sí, rotará con pasión por sus metas, pero sin apasionamiento de ansiedad histérica por la epopeya eventual del Tri.

Eventualmente platiqué sobre ello con Javier Aguirre en su segunda etapa con el Tri, y con Miguel Herrera.

"Espero no volver a equivocarme", dijo el Vasco, rememorando el Mundial 2002 y de cara al del 2010, pero lo hizo, y dos veces.

"Espero que pueda controlar esa presión y decidir correctamente", explicó Miguel Herrera... y decidió mal.

Sí, con la bendición de Perogrullo, esa es una arma secreta de Juan Carlos Osorio: por ser colombiano, no reaccionará ante la presión como un mexicano...

Claro, no lo he olvidado: en el 7-0 ante Chile su capacidad de reacción fue nula. Accionó, no reaccionó. Otro entrenador hubiera negociado la sobajada de un 3-0, pero no la monumental y eterna humillación del 7-0. ¿Habrá aprendido?