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¿Ese 'no hay para más' de Pompi... fue autocrítica?

LOS ÁNGELES -- "No hay para más", sintetizó casi sepulcral y pomposamente Pompilio Páez los fracasos de México en la Copa Confederaciones y en la Copa Oro.

Ese "no hay para más" fue la brutal explicación del auxiliar técnico de Juan Carlos Osorio en la conferencia de prensa tras la amarga eliminación ante Jamaica en la Copa Oro, ya al borde de la exasperación y a punto de perder todo el candoroso encanto de su tierno apelativo de 'Pompi', como le ha llamado siempre la prensa colombiana.

No ha sido el único. La segunda nación más preocupada por el éxito del Tri, la colombiana, por ese apoyo irrestricto hacia el paisano, también lapida al futbol mexicano y simplifica en que Osorio es mucho collar para tan poco perro, como el jugador mexicano.

"No hay para más", explican aficionados y medios colombianos en defensa a ultranza de Osorio, aunque, eso sí, prefieren, por muy amplio margen, a Reinaldo Rueda para sustituir a Néstor Perkeman después del Mundial de Rusia.

Dícese en México de situaciones así: "Que se haga la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre". Y sí.

No están solos ni 'Pompi', ni los feligreses advenedizos del osorismo, especialmente los seguidores del Nacional.

Un grupo del periodismo mexicano se adhiere al entrenador colombiano, a su sabiduría infinita alcanzada por esa ventana al cielo y a la cancha del Liverpool, y a esa doctrina que empezó teniendo como credo las "rotaciones", que después fueron rebautizadas como "oportunidades", y en la perfumada búsqueda de la retórica hoy se llaman "alternativas tácticas".

Con esa misma ficción, esa misma facción fue a la que se le trabó la quijada al abrir exageradamente la boca, en mímica extrema de los bobalicones, cuando llegó Osorio y clasificó al futbolista mexicano dentro de la Fibra 1A y 2B, cuestionando de esa manera la competitividad física del jugador.

Apenas días después, en Raza Deportiva de ESPN Deportes, Daniel Ipata, uno de los preparadores físicos más reconocidos en México, puso orden y claridad.

El entrenador uruguayo, con esa caballerosidad que le caracteriza, explicó que para hacer semejante clasificación, que no sólo era errónea, se necesitaba de trabajo y conocimiento del entorno, por lo menos de un par de años, para atreverse a lanzar un juicio así.

Ipata desnudó a Osorio, quien después aceptaría públicamente que a ese diagnóstico le faltó fibra de conocimiento y credibilidad, y que se había equivocado. Pero la turba de bobalicones ya tenía la quijada trabada... y así ha seguido.

Así, entre el cuerpo técnico del Tri, la parcialidad colombiana y los ñoñazos en México, la estigmatización del futbolista mexicano, ya sea el que milita en Europa o en la Liga MX, es que no da pa' más.

Es decir, podrá enseñorearse en la zona marginada de la Concacaf, pero no le alcanza para atreverse a inquietar a Chile, sin riesgo de un cataclísmico 7-0, o a plantarse ante Alemania B, sin correr riesgo de un indulgente y misericordioso 4-1, y claro, sus residuos de la selección B la de la Copa Oro, esos, ni siquiera alzarle la voz a Jamaica.

Afortunadamente, el 1-1 ante Costa Rica la noche del martes, dentro del Hexagonal Final de Concacaf, fue un mentís brutal hacia ese triunvirato de la difamación del jugador mexicano.

Con ocho (pomposamente dicho) "alternativas tácticas", en la alineación, jugando con diez por la labor híbrida de estorbo y extraviado de Diego Reyes, México ofreció una de sus exhibiciones menos precarias en la época de Juan Carlos Osorio. Vaya, hasta agradó.

Ojo: por lesiones, sanciones y permisos, al cuerpo técnico no le quedó más remedio que poner a jugar a lo que tenía en la posición correcta, sin margen ya para improvisar incongruencias de centrales como laterales, y hasta los perfiles cambiados que primero fustigó, como en el caso de Miguel Layún, y ahora hace de ello un exceso pantagruélico.

Sin entendimiento, sin congruencia como equipo, sin un mapa aplicable en la cancha, porque hasta los jugadores viven en la confusión de quiénes son y qué hacen y de qué juegan, pero a impulsos individuales, con una convicción genuina y ante la generosidad de jugar al futbol de la que hizo gala Costa Rica, México confirmó que tiene potencial humano.

Volvemos a una vieja explicación, que parece ofensiva para el futbolista mexicano, pero es, por el contrario, un reconocimiento a la suma de sus virtudes, a través de la suma de sus carencias.

El jugador mexicano, por biotipo, por formación, por desarrollo, ni es el más rápido, ni el más fuerte, ni el más hábil, ni el más disciplinado, ni el más atlético, ni es el más alto, ni es el más inteligente tácticamente, ni es el más rico técnicamente, pero con la suma de lo poco o mucho que tiene de esas facultades para competir, le alcanza para desafiar a cualquiera.

Porque creer que "no hay para más" en esa pena de muerte dictada por Pompilio Páez, denigrando al futbolista mexicano, equivaldría a juzgar de chiripazos los Campeonatos Mundiales Sub 17, la medalla de oro en Juegos Olímpicos, los dos subcampeonatos en Copa América, y rendimientos respetables en Mundiales Sub 20.

Queda claro que más allá de la brutalidad embrutecida de ese manifiesto del "no hay para más" que comparten en el cuerpo técnico del Tri, entre la afición colombiana y un sector imberbe del periodismo mexicano, pruebas hay que el jugador mexicano tiene, en esta generación, la posibilidad de cambiar la herencia cíclica del fracaso cada cuatro años. Claro, si no llega alguien con una libreta donde se redescubre el agua tibia.

Tal vez ese "no hay para más" de Pompi, deba ser aplicable a las facultades reales del cuerpo técnico de esta selección mexicana. Tal vez hay para llevar al equipo a dominar la Concacaf, pero no hay para desafiar a selecciones de Sudamérica y Europa.

Por lo pronto, ante los ticos, el jugador mexicano demostró que está en condiciones de hasta sobrevivir, por encima incluso del desdén de sus propios entrenadores, convencidos de que "no hay para más".