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El Santoral de Siboldi ante los Demonios de Cristante

Diablos Rojos es superior en todo, pero el camino al cielo está empedrado de las buenas intenciones.

Santos es esa apuesta extravagante: ese inesperado pero anhelado Caballo Negro que venga a trastocar los vaticinios y las estadísticas.

Cierto, es una Final que se juega en susurro, casi en silencio. Una Final casi desapercibida, indebidamente, por cierto.

Como si el recelo, la amargura y la envidia desde el sarcófago de los que criaron y crearon fama y se echaron a dormir en el torneo o la Liguilla, le lanzaran, a esta Final, el maleficio de la indiferencia, del anonimato.

Pero, lo cierto es que los fanáticos, los empedernidos de sus colores, que hacen del futbol una catarsis y no una pasión, se podrán mantener ajenos: la Final, en este caso, es algo que les ocurre a otros. El desdén de la envidia.

Sin embargo, quien de verdad se planta ante el televisor, con la neutralidad puesta en la camiseta y en el alma, puede disfrutar de un buen partido de futbol.

Hubo, otros tiempos, en que éste era el Clásico de la Cervecería, porque la malta era un cordón umbilical que convertía a Santos y Toluca en mellizos accidentales del futbol.

Era algo así como Caín y Abel a muerte con la quijada... del árbitro, en partidos que generalmente han sido transpirados, nerviosos, intensos, pero, insisto, con cierto dominio de las fuerzas del mal que irónicamente dirige un Cristante por el camino del bien.

Ambos técnicos fueron porteros, ambos de gran impacto en el futbol mexicano, con más condecoraciones Hernán Cristante, quien además, pese a la forma violenta en que pretende descogotar como guajolote navideño a Miguel Herrera, vale la pena decirlo, es un tipo con un matiz filantrópico muy conmovedor.

Por el otro lado, una grata sorpresa: Robert Dante Siboldi. En lo personal, frustra no poder ver sus juegos en el estadio, porque, ya lo he dicho, la televisión nos miente con retazos de persecución en la ruta de Doña Blanca, la pelota.

Aunque algunos dicen que es una exageración, me he atrevido a decir que en elección de futbol es la versión --con las disculpas del caso para ambos-de Ferretti evolucionado.

Siboldi, desde lo que alcanzo a arañar a través de la TV, parece ser la versión #Tuca2.0, es decir ese siguiente paso en manejo de ofensivas, pero rascando con lo que hay, que el brasileño no se atrevió a dar.

Agrega interés por este partido, el proceso. Siboldi se dedicó a pepenar jugadores que eran desechos de otros clubes. Lo que te sobre, te lo compro.

Y así el arquero uruguayo armó un buen equipo, donde hemos vuelto a ver la mejor versión de Gallito Vázquez, a un irreconocible Brian Lozano, hasta sacar lo mejor de Djaniny y de Furch.

No, Siboldi no es Guardiola, pero hoy su trabajo es agradable, tanto que debería llevarse, pase lo que pase, el reconocimiento del mejor técnico de este torneo.

Vaya, mire usted: mientras Juan Carlos Osorio aún sigue penando porque no tendrá a Néstor Araujo en el Mundial, Siboldi reorganizó su equipo, con penas y pesares, cierto, para que todos extrañaran, pero para que nadie resintiera la ausencia de Araujo.

Esto que relato, es reflejo de un manejo excepcional de vestidor y de plantel. Y eso, no cualquiera.

Y ojo, fue un consenso genuino: Siboldi fue mejor estratega que Miguel Herrera en los dos juegos de Semifinales. Se anticipó a veces, y reaccionó en otras de manera impecable. El Piojo movía peones, Siboldi respondió con alfiles.

Con Toluca hay detalles fascinantes de Hernán Cristante. ¿Después de su salida del América, alguien tenía fe en el maltrecho Sambueza? ¿Alguien tenía una pizca de fe en los vestigios de Ángel Reyna? ¿Alguien esperaba hambre del desahuciado Borja? ¿Y qué tal Quiñones, con las cruces humeantes echado de Lobos?

Aguardo inquieto el desenlace de 180 minutos entre Santos Laguna y Toluca. Y lo invito a que lo haga. Si no le gusta el saldo final, yo le pago el recibo de la electricidad.