<
>

Lomachenko se lleva toda la gloria ante Rigondeaux

Vasyl Lomachenko venció a Guillermo Rigondeaux y retuvo su corona Superpluma de la OMB en una pelea que duró seis asaltos, que dejó en claro su enorme superioridad sobre el rival y que, además, puso en entredicho los verdaderos limites en la calidad del cubano, quien, definitivamente, se quedó sin futuro en el boxeo de alta competencia.

El ucraniano concedió apenas un asalto, el primero, y luego hizo los ajustes, leyó correctamente el plan que traía su oponente para dominar los cinco rounds restantes con comodidad y una autoridad que excedió todos los pronósticos.

Ni en los peores vaticinios sobre el posible desempeño de Rigondeaux se esperaba una actuación tan pobre y timorata. En resumen, nadie esperó ese tamaño de fracaso.

Dominio total de Lomachenko
No ocurrió nada que no hubiéramos vaticinado. El desarrollo del combate fue una calca de lo que se presumía. No inventamos la pólvora, se enfrentaban dos rivales de boxeo previsible, de estilos altamente tácticos y poco amigos de la improvisación. O sea, sería más de lo mismo.

La expectativa – en realidad—estaba en todo lo que se habló antes, especialmente del lado de Rigondeaux. Nos vendieron una realidad que el trámite de la pelea demostró que fue una exageración. El cubano no tuvo un mínimo de boxeo para contrarrestar la superioridad insultante del rival.

No le vimos ofensiva ni tampoco defensiva. Es decir, ni siquiera hizo lo que mejor sabe hacer: escurrirse, moverse para evitar los golpes. Por el contrario, insistió angustiosamente en el amarre hasta que le quitaron un punto e insólitamente repitió hasta el cansancio el recurso de doblar el cuerpo bajando la cabeza. No fue ese, por cierto, un recurso que alguien espera de un campeón con el prestigio de Rigondeaux.

El cubano hizo un pésimo trabajo, pero es verdad que a ello contribuyó la calidad boxística que Lomachenko ratificó en el Madison Square Garden. El ucraniano hizo todo bien y su desempeño no tuvo fisuras. Como en alguna columna lo titulamos, esta victoria también “fue fríamente calculada”.

Lomachenko sólo dedicó el primer asalto para ajustar su ritmo, para entender su propio boxeo e interpretar el libreto ya estudiado para destruir a su rival. Se movió de manera permanente por laterales, mantuvo siempre la mano derecha cubriendo su rostro para evitar una sorpresa desde la mano izquierda de Rigondeaux y golpeó de manera permanente con el doble jab.

Ya al final del segundo asalto se notó que la velocidad, la movilidad y el golpeo de Lomachenko serían indescifrables para Rigondeaux. El ucraniano se movió siempre en corta distancia hacia el hombro derecho del cubano. Allí giró inteligentemente como un torero, le quitó espacio para que su mano dura no tuviera recorrido y lo confundió con sus cambios de trayectoria, antes de sorprenderlo siempre con su golpeo corto.

Se sabía que enviarle golpes a la zona media era una herramienta útil, pero el cubano lo pudo hacer a cuentagotas. Rigondeaux se mantuvo demasiado estático, apostó al cuerpeo, pero el inventó le salió mal. Ante un rival que no sabía de donde le llegaría la metralla, tratar de pasar golpes era inútil, el cuerpeo era innecesario y por ello cuando lo intentaba, terminaba agachando la cabeza y dejándola baja, para que no lo golpearan.

Por momentos, el cubano dio la sensación de padecer el óxido de tan poca acción de alto nivel en los últimos dos años. También, como fuera vaticinado, le pudo pasar cuenta el aumento de peso, ya que se vio lento, sin explosividad y ni siquiera con reflejos apropiados. Además del exceso de peso, Rigondeaux enfrentaba a un hombre que no sólo lo superaba en tamaño, a la hora de la pelea, lo aventajaba en más de 10 libras. Esa diferencia es demasiada en esa división.

Para colmo, a Rigondeaux le descontaron un punto por sus amarres, algo que Lomachenko traía muy bien estudiado. Fue fácil percibirlo. El ucraniano valoraba, escenificaba todos los amarres. Al mismo tiempo, en el sexto asalto se notó que la defensa del cubano hacía agua, Lomachenko le llegó con golpes duros y cerca del final del round, Rigondeaux estuvo a punto de irse a la lona. Se salvó amarrándose una vez más.

Para el séptimo asalto, el caribeño acusó una supuesta lesión en la mano izquierda y no salió a seguir el combate.

Se consagró entonces la victoria de Lomachenko por TKO. Es posible que se haya lesionado, como es posible que se haya utilizado esa justificación para minimizar de alguna manera el tamaño de la derrota.

Es difícil imaginar una lesión en la mano de un púgil que lanzó tan poco y conectó nada.

Futuros contrastantes para Lomachenko y Rigondeaux
Para el ucraniano, lo que viene sabe a gloria. En esta pelea era el lado A, se llevó la parte mayor de la bolsa, ganó sin despeinarse y sobre todo, derrotó, humilló a “aquél” rival con el que siempre fue equiparado, el rival aquél que todos reclamaban que enfrentara y del que sus fanáticos alimentaban a diario la leyenda de que era superior en todo.

Con la facilidad de su victoria, Lomachenko desmitificó todo lo anterior y por el contrario, se apropió en gran parte del pasado de su rival. La historia sólo dirá que la pelea entre los dos bicampeones olímpicos la ganó el ucraniano. Es decir, Vasyl hereda, se apropia de su pasado de gloria olímpica.

Es posible que Lomachenko ahora suba a 135 libras o que siga buscando rivales a modo en las 130. El europeo es ya un espectáculo en sí mismo y decida lo que decida, se ganó un lugar sagrado en la elite del boxeo. El cielo es su límite.

¿Y Guillermo Rigondeaux? El propio derrotado había declarado hace una semana que deseaba realizar esta pelea y tal vez dos más para retirarse. A los 37 años, sin ningún título en su poder y luego de la pobre demostración de este sábado, es imposible imaginarle un futuro auspicioso.

En una de mis columnas previas a esta pelea auguré eso mismo bajo el título “Rigondeaux y la única certeza del día después”. El análisis destacó el error cometido por el equipo del cubano con la gestión del título AMB de las 122 libras que estaba en su poder, pero que, por decisión técnica del organismo, lo perdería si caía en la pelea ante Lomachenko.

Se pudo renunciar y exigir ser clasificado como retador en las 126 libras. Se pudo gestionar un permiso para realizar este combate. Se pudieron hacer muchas cosas para proteger ese día después, pero no se hizo y el día después de la derrota llegó.

Es el fin de camino. Una pena. Guillermo Rigondeaux merecía otro legado.