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¿Para quién pelean los boxeadores?

Muhammad Ali deleitaba con su juego de piernas y sus golpes de alta calidad técnica pero también remataba su obra ganando por nocaut. Getty Images

La pregunta puede resultar demasiado cándida. Una respuesta inicial sería: “El boxeador pelea porque le gusta. O por el dinero. O por la fama”. Pero el tema en realidad es otro.

Muchos hemos comparado a los boxeadores como los actores, que también suben a un escenario y desarrollan su talento o condiciones o vocación frente al público. Solamente que los artistas interpretan un personaje en una historia ya escrita. En cambio, los boxeadores son artistas que escriben ellos mismos su argumento en tiempo real y en colaboración directa con su oponente. No hay ensayos ni nada está escrito. A lo largo de 6, 10 o 12 actos, o rounds, desarrollarán su historia y escribirán su final.

Algunos son puro temperamento, los llamados “crowd pleaser”, aquellos que el público en general destaca por lo espectacular de sus acciones. Hombres de acción pura, de sangre caliente, como Marcos El Chino Maidana, o Rodrigo Barrios en el ámbito argentino.

Y hay otros que suben a mostrar su repertorio de golpes, de estrategias y también de habilidad como Sergio Maravilla Martínez o Nicolino Locche. ¿Pelean para complacer al público, o para desarrollar su visión del boxeo?

Joel Díaz, que fue técnico de Lucas Matthysse, nos contó una vez su experiencia con Floyd Mayweather: "Floyd es un tipo mucho más amable y querible en la intimidad de lo que parece. Un día me explicó que al comienzo de su carrera, buscaba la pelea para complacer al público".

"Hasta que un día me dí cuenta de que, para quedar bien con la gente, los golpes los recibía yo. Entonces empecé a pelear para mí, para evitar todo el castigo posible. Al que le guste, bien, pero no voy a dejarme pegar solamente para que me aplaudan”, dijo Mayweather.

"Yo soy sangre caliente y voy a buscar la pelea. Es lo que tengo, es lo que doy. Sé que a la gente le gusta mi estilo" –me contó, a su vez, Marcos El Chino Maidana-, pero además es mi temperamento, es lo que me gusta hacer".

Floyd recibió muchos abucheos en algunos combates, en la misma proporción en que tampoco recibió tantos golpes. Más abucheos, menos golpes. Claro que es también cuestión de cómo interpretar al boxeo.

"Para mí es el Ray Sugar Robinson de mi época" –nos dijo una vez Gilbertico Mendoza, presidente de la Asociación Mundial- el boxeo que me gusta; un radar humano que esquiva el golpe antes de que lo lancen".

Otros, en cambio, prefieren a los guerreros, los que van para adelante en todo momento.

"Yo boxeaba mucho al comienzo y tenía una buena esgrima –confesó Juan Manuel Márquez-, pero el público mexicano me exigía más. Para ser más comercial, tuve que ir más al ataque, para vender boletos".

El tema también pasa por eso, por la atracción que se ejerza sobre el espectador. En una época, ya no tan lejana, se dependía de la venta de entradas. Y, se sabe, en general el público prefiere a los peleadores, a los que generan espectáculos salvajes.

"En los años 50 –explicó Miguel Díaz, argentino radicado en Las Vegas hace ya muchos años y, para muchos, uno de los mejores cutmen de hoy-, antes de cada pelea importante, hacían subir figuras que estaban preparándose para pelear, para que saludaran al público. En realidad, el objetivo era medir quienes eran más aplaudidos, los que más convocaban".

Seamos francos, los boxeadores de alto nivel técnico no siempre son los favoritos del público, se llamen Guillermo Rigondeaux o Erislandy Lara, o Daniel Jacobs.

"El boxeo es un arte como el toreo –explicó Nigel Collins, ex director de The Ring, ingresado al Hall de la Fama y columnista de ESPN-, pero en el toreo no hay fallo de los jurados. La estocada final remata la obra, es la culminación que el público espera".

Mayweather ha sido criticado por no terminar su labor con el ingrediente más fuerte del boxeo, el nocaut. Canelo Alvarez, Vasily Lomachenko, Naoya Inoue o Teófimo López –más allá de que sus estilos son distintos-, ofrecen la cuota de certezas de que la pelea no terminará por puntos. El boxeador fino, más estilizado, tiene que trabajar el doble a veces para ganar, sabiendo que no todo depende un golpe explosivo. Y requiere también de un público que disfrute de su “Noble Arte”.

Nicolino Locche fue un gran fenómeno en el Luna Park porque logró que la gente aceptara lo suyo: un show defensivo, en donde el nocaut no estaba presente. Sus esquives, sus guiños a los periodistas en la platea, hasta su chaplinesca manera de caminar, encendía a un estadio lleno que coreaba su nombre.

Omar Narváez, varias veces campeón mundial, fue atracción en el Luna Park por sus visteos y habilidad defensiva. Sin embargo para el “otro” público –o sea el que no asiste a los estadios, sino que sigue el boxeo exclusivamente por televisión- ha sido y es resistido. Se le critican el nivel de sus retadores y su estilo poco agresivo. Ni hablar de Willie Pep, de quien la historia o la leyenda cuentan que ganó un round sin tirar un solo golpe. Hace poco falleció Pernell Whitaker: extraordinario boxeador para algunos, excesivamente defensivo para otros.

¿Usted por quién pagaría una entrada? En cuestión de gustos, el libro está en blanco. Manny Pacquiao es explosión pura y atracción para los aficionados, seguramente mucho más que un Mikey García o Keith Thurman que, siendo excelente boxeadores no rematan sus obras. En Argentina, noqueadores como Horacio Saldaño o Juan Domingo Roldán convocaban multitudes al Luna Park.

Los seguidores del boxeo no se preocupaban por si las peleas de Mike Tyson duraban apenas unos minutos, porque eso era lo que esperaban. Muhammad Ali deleitaba con su juego de piernas y sus golpes de alta calidad técnica pero, como luego lo hizo Sugar Ray Leonard, también remataba su obra ganando por nocaut o demolición.

A propósito de Leonard. Cuando peleó por primera vez con Roberto “Mano de Piedra” Durán, cometió el gran error de su vida que años más tarde, admitió en una entrevista que le realizamos en Buenos Aires.

"Quise demostrar que yo no era un invento de la televisión, como decían todos. Entonces me planté a pelear de igual a igual con un experto como Durán y perdí. Por complacer a la gente y demostrar que era capaz de otra cosa, me quedé sin invicto y sin campeonato mundial. Por eso la revancha fue tan distinta. Ni me tocó..."

Carlos Monzón nunca llenó el Luna Park, pero su estilo frío, práctico y calculador lo puso entre los grandes medianos de la historia. Julio César Chávez, además de poseer un carisma del que careció Monzon, fue un peleador espectacular que sigue siendo el gran ídolo mexicano. Roberto Durán boxeaba mucho más de lo que parecía. Pero fue su temperamento el que lo llevó a pelear de peso ligero a mediano y convertirse en candidato a mejor Latino de la historia.

La lista es larga, abierta y puede pasar por diferentes épocas. Jack Dempsey fue “El campeón salvaje de los años salvajes”; los Klitschko, reyes durante años de la división pesado, muy pocas veces emocionaron al público; Joe Frazier era sinónimo de guerra sin cuartel. Ni hablar de Rocky Marciano. Anthony Joshua se tomó amplio desquite de Andy Ruiz, pero sin correr riesgo alguno, peleando bien de lejos, evitando cualquier cruce peligroso. Amplia victoria, aunque sin mucha acción.

Deontay Wilder iba perdiendo ante “King Kong” Ortiz, hasta que sacó una larga derecha y noqueó. ¿Suficiente con ganar? Tal vez, pero cuando enfrentó nuevamente a Tyson Fury, El Rey Gitano se robó el show, aunque el ahora ex campeón haya aguantado una tremenda paliza. Hoy, Lomachenko es tan cercano a lo perfecto que tampoco despierta grandes emociones por la superioridad que demuestra. Eso sí, define las peleas casi cuando quiere.

Hay quienes pelean para ellos, para salir lo más ilesos posible aunque el público no quede conforme. En Argentina, César Cuenca llegó a ser campeón mundial, pero jamás enloqueció a ningún espectador. Otros entregan hasta la última gota de sangre, integrando duelos inolvidables como Gatti-Ward, Robinson-LaMotta o Morales-Barrera: guerra sin cuartel, emoción a raudales. Y quedará, por siempre, una reducida cantidad de aquellos que, como Alí o Robinson, fueron capaces de conjugar talento, baile, estilo y nocaut en un solo boxeador. Los que nadie podrá discutir nunca.

¿Y usted, lector, qué espera de su factor favorito? ¿Por quién pagaría entrada para ver? Tal vez sea motivo de otra nota...