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Sugar Ray Leonard, ídolo de una generación, cumple 64 años

Sugar Ray Leonard, enorme boxeador, empresario y, sobre todo, ídolo de multitudes. Photo by Focus on Sport/Getty Images

El chico lloraba y se miraba las manos. “Me duelen, me duelen mucho”. Y parecía no escuchar a quienes le decían que tenía que hacer un esfuerzo y levantarse de su silla.

Finalmente, lo hizo y se dirigió donde lo esperaban. Era para otorgarle la distinción al mejor boxeador de los Juegos Olímpicos de Montreal, en donde terminaba de ganar su medalla dorada.

Ray Charles Leonard tenía por entonces 20 años y lucía como un chico, pero lleno de talento y con luces propias. Había nacido en Wilmington, Carolina del Norte, y su madre, Ghetta, lo bautizó con ese nombre como homenaje al gran artista afroamericano. Había empezado a boxear desde niño, después de haber ido a aprender patín y otros deportes, porque en su familia -fue el quinto de siete hermanos- lo consideraban demasiado blando y poco varonil.

Aquella noche, cuando ganó la medalla dorada en Montreal 76, Leonard estaba pensando seriamente en dejar el boxeo y dedicarse a los estudios.

No iba a ser así, para nada. Por entonces ya era padre de Ray Junior junto a su compañera, Juanita. Y vinieron algunos problemas, sobre todo por la salud de su padre, Cícero. El boxeo era algo más que una salida rentable, porque su carisma ya lo proyectaba como una futura estrella.

Cuando terminó su carrera como amateur ya había ganado una gran cantidad de torneos a partir del primero, un Golden Gloves nacional en 1973, y que luego obtuvo consecutivamente hasta el 74 en diferentes categorías.

Se retiró del amateurismo con 145 peleas ganadas, 75 antes del límite y 5 derrotas.

Junto a él estaban los entrenadores Dave Jacobs y Janks Morton con el abogado Mike Trainer, que fue su asesor durante muchos años.

Antes de ser profesional, fue a conocer personalmente a Muhammad Alí, que era su ídolo, y éste le dijo:

-Te presento a Ángelo Dundee y te aconsejo que si vas a seguir en esto, te reúnas con él, porque es el mejor.

Así se integró Ángelo a quien fue una estrella dominante de los años 80.

-Alí era el rey de la improvisación y vivía pendiente de los medios –definió Ángelo-. Leonard fue siempre un natural para el boxeo y le bastaba con sonreír para capturar a la gente.

Tal era su carisma que cuando debutó como rentado el 5 de febrero de 1977 ante Luis Vega, recibió una paga récord de 40 mil dólares.

Ray “Sugar” Leonard fue un talento lleno de imaginación, velocidad, variedad de golpes y fortaleza espiritual. Creció rápidamente en el boxeo profesional, sobre todo porque además de su capacidad era muy conocido por su actuación en los Juegos Olímpicos.

Su presencia era sinónimo de estadios llenos y su estilo recordaba a los grandes clásicos, por lo que no fue bautizado “Sugar” por casualidad, sino en homenaje al gran Ray Robinson.

Pero un gran boxeador necesita también grandes rivales y enormes desafíos.

Cuando ganó el campeonato mundial welter en una pelea de alta demostración clásica ante el puertorriqueño Wilfred Benitez, en 1979, comenzaba a insinuarse una gran sombra sobre él, la de Roberto “Mano de Piedra” Durán. El panameño había dominado ampliamente la división de los ligeros y buscaba nuevos desafíos, así que le bastó una frase para sintetizar el pensamiento de muchos: “Leonard es un invento de la televisión”.

El propio Leonard estaba presintiendoque, en realidad, eso podía ser posible.

Fue en el aeropuerto de Panamá donde se concretó el gran combate. Don King manejaba a Durán y Bob Arum era el promotor de Leonard: ambos eran enemigos declarados, pero el negocio pudo más. Y el negocio era uno bien grande, puesto que el mundo del boxeo estaba pidiendo por esa pelea.

El choque entre la fiereza latina de Roberto y la fineza de Ray era inevitable, imposible no pensar en verlos en un ring.

Y cuando se concretó la pelea, el 20 de junio de 1980, se llevó a cabo en el estadio olímpico de Montreal, escenario de la medalla dorada del norteamericano.

Este periodista entrevistó a ambos en sus campamentos. Durán estaba concentrado en Grossinger’s, en las montañas de Catskills, junto a Ray Arcel y Freddie Brown, y estallaba de confianza.

Leonard se entrenó cerca de Maryland y su contacto con la prensa fue mucho más distante. La actitud de Durán era la de un ganador neto, que no dudaba de su victoria.

“Cometí el gran error de creer lo que decían los diarios. Me convencí de que debía demostrarle al mundo que yo no era un invento de la televisión, de que era capaz de pelear fuerte como cualquiera. Y me equivoqué totalmente”, nos dijo alguna vez Leonard. Esa noche, en pelea muy pareja -y que aún se discute- el “Cholo” Durán festejó como nunca, porque ganó en su propio terreno, el de la pelea áspera y sin concesiones.

Pero Leonard era, además, un empresario, así que junto a Mike Trainer organizó la revancha lo más rápidamente posible, sabiendo que Durán no iba a poder lograr el gran nivel de concentración y expectativa de la primera.

Y así fue porque en el segundo combate, el 25 de noviembre del mismo 1980, Leonard no solamente bailó toda la noche, sino que obligó a Durán a irse del ring en el octavo asalto con un “No más” que fue, para él, una pesada carga a través de los años.

Si en la primera pelea el panameño recibió 1.500.000 dólares, la bolsa más alta de su carrera, en la revancha y como campeón, cobró 8 millones. Leonard se llevó más de 7.000.000 en cada una de las dos.

Hombre de negocios, excelente imagen para la publicidad de bebidas sin alcohol o ropa deportiva, también fue coleccionista de títulos mundiales.

En el 80 no solamente ganó y perdió la corona welter WBC ante Durán, sino que también obtuvo la de los medianos junior WBA ante Ayub Kalule. Y si su récord necesitaba grandes nombres, vino la pelea unificatoria con Thomas Hearns, campeón welter WBA, en septiembre de 1981. Iba perdiendo en las tarjetas, hasta que, con una lesión en el ojo izquierdo y presionado por Ángelo Dundee, tuvo una reacción tremenda y ganó por nocaut técnico en el round número 14. Hasta ese momento Hearns iba arriba por 124-122, 125-122 y 125-121.

La lesión, se dijo, se había producido durante un entrenamiento. Lo cierto es que después de ese 16 de septiembre de 1981, en el Caesars, el problema se agravó: desprendimiento de retina y abandono del boxeo el 9 de noviembre de 1982.

Registrar las idas y vueltas del boxeo de Ray sería engorroso, porque volvió a ser campeón mundial cinco años después, y en peso mediano ante Marvin Hagler. Un combate que todavía hoy es disparador de controversias y que evocamos hace poco.

Con una gran ambición por capturar coronas, el 7 de noviembre de 1988 le ganó a Donny Lalonde. Luego de haber estado por el suelo capturó dos al mismo tiempo: la de los medio pesados, en poder del canadiense y la recién creada super mediano, versión WBC. Fue el primero en lograr campeonatos mundiales en cinco categorías.

Una máquina de ganar dinero, también fue una máquina de realizar grandes peleas, sobre todo en una época que quedará en la historia como casi irrepetible. Venció a Wilfredo Benítez, Roberto Durán, Tommy Hearns y Marvin Hagler, pero su Ego no le dejó retirarse de una buena vez.

Volvió a pelear con Hearns y empató; volvió a pelear con Durán y ganó. Y no se entregó al retiro fácilmente.

De hecho, perdió sus dos últimos combates, ante Terry Norris (9 de febrero de 1991, en el Madison) y Héctor Camacho (1 de marzo del 97, KOT 5to, con piernas rebeldes y lesionadas). Tenía entonces 40 años.

¿Por qué, Sugar Ray? Le preguntamos en Buenos Aires, cuando vino para una presentación benéfica en abril de 2000.

“Porque los boxeadores somos guerreros. Nacimos para luchar, para estar en un ring, porque siempre creemos que vamos a poder, eso es todo. No es por la plata, es por la gloria, es por el orgullo, es porque lo llevamos en la sangre”, fue su respuesta.

Y tal vez ese sea el mejor resumen de su actuación de 36 peles ganadas, 25 por la vía categoría, 3 derrotas, 1 empate.

En cada encuentro, discusiones y polémicas aparte, siempre dio espectáculo, alegría, con sus “bolo punches”, sus bailoteos a lo Alí, su frescura y velocidad. Hoy a los 64, cuando ya quedaron atrás otros rivales mucho más duros que los que tuvo en el ring -la depresión, la droga, el dolor de ya no ser- sigue siendo el ídolo de una generación que no lo olvida.

Imposible, porque ¿quién no gozó ante el televisor cuando se mencionaba su nombre?

Peleaba “Sugar” Leonard y el espectáculo estaba garantizado.

Feliz cumpleaños, campeón.