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Horacio Accavallo: A 53 años de su última pelea

En el ring era tiempista, inteligente, frío y astuto, pero cuando tenía que exponerse lo hacía. AP Images

Aquella noche, la del sábado 12 de agosto de 1967, un Luna Park colmado con 20.000 espectadores aplaudió de pie.

Habían terminado los 15 asaltos y mientras se esperaba el fallo de la pelea, quedaba el convencimiento general de que Horacio Accavallo le había ganado al japonés Hiroyuki Ebihara. Cortado en la ceja izquierda desde el décimo round, “Roquiño”, como se lo llamaba a Accavallo, iba a retener así por tercera vez su campeonato mundial de peso mosca.

Mientras la multitud esperaba que el anunciador Norberto Fiorentino diera a conocer las tarjetas, nadie podría haber imaginado que esa iba a ser, también, la última pelea del campeón.

Nacido el 14 de octubre de 1934, Horacio Enrique Accavallo aprendió desde muy chico el verbo trabajar. Hijo de un italiano del Sur, Rocco, y de una gallega de Pontevedra, Malvina, fue el tercer hijo de cuatro hermanos.

Se crió en las calles de Villa Diamante, en Lanús Oeste, en la provincia de Buenos Aires. Empezó juntando botellas con su padre.

Y, según cuenta su hijo Horacio, en su libro “El pequeño gigante que desafió al destino”, un día un circo llegó al barrio de Accavallo. Empezó haciendo mandados para los artistas, pero lo suyo era el trapecio. Así, luego de mostrarle al dueño lo que era capaz de hacer caminando en equilibrio sobre su carro de botellero, pasó a integrar la troupe.

Un dia creó un número propio: desafiaba a quien quisiera a boxear con él. Tenìa catorce años, pesaba menos de 50 kilos. Era zurdo y con su postura extraña y su picardìa notable, les ganaba a todos, por grandotes que fueran. Y así, se hizo boxeador.

Horacio Accavallo fue el segundo campeón mundial que dio la Argentina: peso mosca, igual que el primero, Pascual Pérez. Ambos se consagraron en Tokio, Japón. Pérez, campeón olímpico en Londres (1948) logró la corona ante Yoshio Shirai en 1954. Horacio Accavallo se consagró el 1ro de marzo de 1966 ante Katsuyoshi Takayama. Fue el primer campeón mundial de la era de quien fue su gran amigo, Juan Carlos “Tito” Lectoure.

Fue faquir, equilibrista, payaso, botellero y jugador de fútbol: con el 10 en la espalda, “Me cansé de hacer goles”, contó una vez. “Pero en el fútbol son once y en el boxeo, uno solo. Era más rentable. Yo era pícaro, era zurdo, era veloz y entonces me hice boxeador. Solamente necesitaba un short, una remera y un par de vendas”.

Como amateur se hizo conocido como “Kid Roquiño” y de la mano de José “El Abuelito” Riccardi, hizo una gran campaña, perdiendo la final para los Juegos de Melbourne ante Abel Ricardo Laudonio , que con el tiempo fue medalla de bronce en Roma (1960) y campeón argentino de peso ligero.

Historia demasiada rica para condensar en una nota. Accavallo pasó al profesionalismo y además de la sabiduría de Riccardi, pasó a contar con el apoyo de Héctor Vaccari, que fue su manager. Y se sumó al equipo Juan Aldrovandi, que había sido un prestigioso amateur, conocido como “El leoncito de Palermo”. Fanático reconocido del Racing Club de Avellaneda, un día armó las maletas y se fue a Italia.

Accavallo debió emigrar, según él: “Porque en mi época, en el Luna Park los zurdos no éramos muy queridos, porque decían que no éramos vistosos”.

Hizo una gran campaña en Italia entre 1958 y 1959, realizando 10 combates. Debutó ganándole a Salvatore Burruni en Cagliari y se despidió perdiendo ante el mismo adversario en Sassari. Burruni llegó a ser campeón mundial en abril de 1965 ante Poner Kingpetch. El 7 de agosto de ese mismo año, Accavallo le ganó por puntos en el Luna Park, en la tercera edición. Burruni no expuso la corona en ese combate.

“En realidad -recordó alguna vez- en la segunda que hicimos no me ganó, pero él era local... Cosas del boxeo”.

Finalmente regresó a la Argentina. Aquella campaña en Italia le dio un nombre importante. Y, además, pasó a participar de la gestión del nuevo promotor del Luna Park, Juan Carlos Lectoure.

“A mi público lo inventé yo”, suele decir. “Cuando entraba a un restaurante saludaba a todo el mundo, les daba la mano uno por uno, les decía quién era y sabía que cuando yo peleara, muchos iban a pagar para verme”.

Horacio Accavallo logró lo suyo, producto siempre de su gran tenacidad. No solamente empezó a llenar al Luna Park, sino que se consagró primero campeón argentino ante Carlos Rodríguez y sudamericano después, frente al uruguayo Júpiter Mansilla, ambos combates en 1961.

La categoría mosca, por entonces, producía muy buenos boxeadores, pero Accavallo fue superándolos a todos. Sumado a su éxito de taquilla, Lectoure contrató extranjeros, como el venezolano Ramón Arias (excampeón mundial, vencedor de Pascual Pérez) o Eugenio Hurtado.

“Tito” quería tener a un campeón mundial, y Accavallo lucía como un elemento importante por su carisma, su estilo y sus victorias.

Era un boxeador que podía parecer frío en los primeros rounds, porque tomaba el tiempo y la distancia para medir a sus rivales. Sacaba gran rédito de su condición de zurdo, confundiendo a los rivales. Y, cuando había que pelear, lo hacía con un tremendo vértigo y lanzamiento de golpes desde todos los ángulos. En la corta distancia era muy sólido y certero y se convertía en un rival al que no era fácil sostenerle el ritmo.

Su carisma y su personalidad histriónica motivaron, además, que fuera una figura atractiva para la televisión. Se hizo famoso por sus actuaciones con Pepe Biondi, un cómico cuyo programa era uno de los de mayor ráting de la Argentina.

Tanto fue así que, cuando se casó, logró que se transmitiera la boda por Canal 9, lo que le permitió afirmar, con toda justicia: "Yo inventé los casamientos por televisión”.

Ese era Accavallo: un comerciante inteligente y astuto, graduado con honores en la Universidad de la Calle, y un peleador pícaro y agresivo, diplomado en las peleas desiguales que ofrecía en el circo. Su condición de campeón mundial, conquistando la corona en Tokio, agrandó todavía más su nombre. El 1 de marzo de 1966 venció a Katsuyoshi Takayama en Tokio y fue recibido como un héroe.

El mayor problema de Accavallo era la balanza. Llegar a los 50,802 kilogramos empezó a ser una tortura para él. El 15 de julio de 1966 defendió su corona ante Hiroyuki Ebihara en el Luna Park. Terminó con un corte en el pómulo derecho, producido en el 11er asalto y con una victoria clara por 299-291, 299-293 y 300-294 (los rounds se computaban con un puntaje máximo de 20 para el ganador y eran a 15 rounds).

Superó la tortura de enfrentar a un durísimo desafiante como el mexicano Efrén “Alacrán” Torres, a quien venció por puntos tras haber ido al suelo.

Y llegó a tener un regreso a Japón, para perder, en pelea fuera de campeonato, con Kiyoshi Tanabe: tuvo dos caídas y una profunda herida, sufrida en el cuarto asalto, motivó el nocaut técnico en el sexto asalto. Junto con la de Burruni, fue la segunda derrota y última de su carrera.

Evidentemente, no era el mismo. Tenía 32 años cuando enfrentó por segunda vez a Hiroyuki Ebihara -que había sido campeón mundial en 1963 y que volvió a serlo en 1969- y dar el peso le costaba mucho. “Los últimos días casi no probaba bocado; tenía los labios resecos y para no tomar liquido me los mojaba con una gasa húmeda, era una gran tortura”.

Zurdos ambos, ya se conocían. El referí fue el argentino Alberto Balparda, lo mismo que los jurados. La segunda pelea fue más pareja que la primera, como que para Albín, el campeón ganó por 297-296, para Martínez Casás, 298-293 y para el restante, Orfila, fue empate en 294.

El aplauso acompañó a los dos, especialmente al ganador. Ebihara terminó con un corte sufrido en el tercer asalto y Accavallo con una herida en el ojo izquierdo desde el décimo (las heridas eran, también, otro contrapeso para sus actuaciones).

Luego de esa pelea, Accavallo tenía otro compromiso titular. Sin embargo, un día decidió que ya no tenía caso continuar y se lo comunicó a Lectoure.

“Es una pena, Horacio, porque hacés un esfuerzo más y podés hacer también una buena recaudación más”, le dijo el promotor.

Accavallo, que se distinguió siempre por haber sido un gran comerciante, no dudó al responder:

“¿Sabe qué pasa, Tito? Más allá de la bolsa está el prestigio. Y, si llego a perder, dejaré de ser campeón. En cambio, si me retiro ahora, seré campeón para siempre”.

Aquel 12 de agosto de 1967, bajo una lluvia de aplausos, Horacio Accavallo retuvo su corona mundial. Nadie pensó que lo estaba viendo como boxeador por última vez.

Así colgó los guantes y tenía razón, pues hoy, a los 85 años (cumplirá 86 el 14 de octubre) y por siempre, Horacio Accavallo será campeón mundial de boxeo.

Y campeón de la vida, que es todavía más importante.