F1
José Antonio Cortés | ESPN Digital 5y

Las viudas(os) de Senna no volvimos a 'enamorarnos' de nadie

Con Ayrton Senna pasa como lo que sucede con esos amores extremos que nos contaban que habían cambiado la vida de alguna tía abuela.

Quienes lo vimos correr y creemos que era el mejor piloto que se ha sentado en un monoplaza Fórmula Uno, a 25 años de su muerte no sólo pensamos aún en que lo fue sino que lo es y siempre lo será.

Como esa tía que juró amor eterno a un prometido que se fue a alguna guerra y nunca volvió. Así como ella no pudo volver a enamorarse de nadie, aunque la cortejaron los más apuestos y ricos, nosotros, los viudos y viudas de Senna, vemos pasar talentos excepcionales, brillantes pilotos y tremendos campeones, pero Senna hubo uno y nadie se le ha acercado aún. Nuestro “corazón racing” se vació, quedó en los huesos.

La subjetividad nos embarga al tratarse de sus logros, como le pasaba a esas curvas inverosímiles que tomaba al mismo tiempo que cambiaba velocidad, frenaba y revolucionaba el motor para salir con potencia de la misma y nos obnibulamos, porque pensamos que 41 es mayor que 91 (sus victorias sobre las de Michael Schumacher), que 65 es casi el doble que 84 (sus poles contra las de Lewis Hamilton), que 3 es mucho más que 7 (títulos mundiales que ganó y los de Schumacher). Así, también sus 161 Grandes Premios iniciados son inmesamente superiores a los 323 de Rubens Barrichello.

Para nosotros existe un umbral de excelencia perpetua que es lo que hizo, pero sobre todo, cómo lo hizo el brasileño Ayrton Senna da Silva.

No hay lógica ni la queremos ni la necesitamos, así como no hubo lógica el día que con un Toleman empujó a Alain Prost a exigir la finalización de un Gran Premio de Mónaco, porque no podía permitirse la humillación de ser rebasado bajo la lluvia por ese brasileño recién llegado a la F1.

No era, al menos no para el mundo fuera de su familia y amigos, un tipo accesible o agradable, pero sí el más preocupado por la seguridad en la pista, el que peleaba por ella en las juntas de pilotos, el que enfrentaba a Jean-Marie Balestre.

Pero, como la tía, no somos unos nostálgicos irredentos o unos “quedados” del automovilismo por necedad. Hoy mismo, como ya se ha hecho antes, si se pregunta a la parrilla completa de pilotos de F1 por el mejor de todos los tiempos, la mayoría dirá: Senna y si no, pregúntenle a Hamilton, el llamado a poseer todos los récords de la categoría reina.

El romanticismo por Senna tiene mucho de argumentación sólida. Basta con ver la carrera de Donnington de 1993, donde el paulista trazó la más virtuosa vuelta que haya dado corredor alguno en una pista en la historia o la victoria en Brasil con una caja de cambios trabada y espasmos en toda la espalda y brazos.

La forma en que hacía “bailar” sus autos para recomponer una línea que la potencia parecía destinar al despiste. Las “flying laps” que arrebataban las posiciones de privilegio en el último minuto de la sesión, luego de que salía en estado de gracia con una concentración casi mística para derrotar a monstruos como Prost, Nelson Piquet, Nigel Mansell o Schumacher.

No era un dios sino un hombre con mezquindades y defectos. El mismo que con soberbia decía ser el mejor, aunque nunca quiso desarrollar un auto, no tuvo la paciencia. Simplemente quería la mejor herramienta, la que le permitiera ganar.

La muerte de Senna el 1 de mayo de 1994, en el circuito Enzo y Dino Ferrari de San Marino cuando se negociaba la séptima vuelta, dejó en la enviudez, en la orfandad, a millones de fanáticos que, desde entonces, no hemos visto de nuevo esa magia en la pista.

Aquella tragedia en el Williams FW16 cambió la historia del automovilismo. La seguridad se volvió prioridad irremplazable. Ninguna pista es la misma desde entonces.

Tenía 34 años, hoy ya habría cumplido 59. Sus viudos(as) dejamos de tejer y destejer, como la Penélope Serrat, a la espera de que regrese en el siguiente tren.

Disfrutamos la Fórmula 1 actual sin esperar que llegue “el nuevo Senna”. Sabemos que no habrá otro y atesoramos los 161 momentos que nos regaló.

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