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Alex Zanardi, un dulce y terco ananá

Alex Zanardi muestra su trofeo después de una carera de CART en Vancouver en 1998 Getty Images

El 15 de septiembre Alex Zanardi ha renacido varias veces. El 15 de septiembre de hace 15 años y este 15 de septiembre de 2016 en el que ha conseguido la quinta medalla paralímpica de su vida. Ahora en Río de Janeiro en la prueba de ruta se llevó la plata y un día antes el oro en la contrarreloj, pero la historia de sus renacimientos es más vieja.

LAUSITZRING 2001

El que esto escribe caminaba con un colega por el óvalo de Lausitz una hora antes del inicio de la carrera American Memorial 500 de 2001, cuando me topé con Alex Zanardi de frente. Sonriente como siempre me saludó, aunque estoy seguro que no sabía mi nombre, pero recordaba mi rostro y las veces que lo había abordado antes.

-¡Hola, Alex! Regálame una entrevista, ya sabes para México -, pregunté al vuelo.

- Ahora no puedo, tengo que ir con mi equipo, pero después de la carrera.

Cualquiera pensaría que el italiano, que ahora se veía raro vestido con los colores del equipo Mo Nunn Racing luego de ser estrella y bicampeón con Ganassi, me había “bateado” y no me daría tal entrevista, pero la experiencia me decía que Alex cumpliría.

En realidad, ese 15 de septiembre de 2001 hace exactamente 15 años, Zanardi no era ni de cerca el favorito para ganar en el debut de la Serie CART en Alemania, ya que la escudería de Nunn sólo le había permitido terminar en los puntos en tres de las 15 competencias que llevaba el año.

Pero el boloñés, de entonces 34 años, tiene magia en las manos y una fuerza de voluntad a toda prueba, así que no habría que descontarlo nunca.

¿Pero cómo sabía que Alessandro me daría la entrevista? Muy sencillo, porque en mis ocho años, en ese tiempo, de cubrir IndyCar y CART, él había sido el piloto más amable y humano que había conocido, exceptuando a los mexicanos Adrián Fernández y Michel Jourdain que por obvias razones siempre me atendían.

Me remonté a aquel 1996 cuando Zanardi llegó a la categoría estadounidense y comenzó a deslumbrar con su talento como coequipero de Jimmy Vasser en el equipo de Chip Ganassi.

No éramos muchos los periodistas mexicanos que cubríamos la temporada ni había carrera en México, así que dependíamos mucho del estado de ánimo de los pilotos y de los jefes de prensa de los equipos.

En el caso de Ganassi tenían al peor de todos, un tipo llamado Michael Knight (sí como el del Auto Increíble), soberbio personaje que era menos accesible que el dueño de la escudería, a quien le pedí en Long Beach unos minutos con Zanardi desde el viernes. Knight me dijo que sí, que lo esperara afuera de la carpa del equipo en el paddock. Me sentí Penélope la de la canción de Serrat, sólo que nunca pasó el tren de mi entrevista.

Así llegó el sábado y lo mismo, sólo veía a Knight, quien me decía que más tarde. El domingo, para mi suerte (no sabía si era buena o mala en ese momento) Zanardi ganó y fue a conferencia, así que ataqué al final y le hice unas preguntas en español. Iba en la tercera cuando apareció el sujeto de prensa y dijo: “Te dije que no habría entrevista para ti, México no nos interesa” y acto seguido se llevó a Alex, quien sólo atinó a hacer una cara de pena y sorpresa.

Mi decepción era mucha y con ella en el hombro me fui al hotel donde me hospedaba, no sin antes mandar mis notas para el periódico Reforma donde entonces laboraba. Por la noche, en el lobby del hotel estaba a punto de ahogar mis penas en alguna bebida espirituosa o algo que remojara mi gañote, cuando apareció Zanardi fortuitamente justo frente a la recepción.

-- Perdona lo de la entrevista, no es mi culpa. ¿Todavía te sirve? Te la doy ahorita—me soltó con una bondad que me dejó pasmado y por supuesto que acepté.

Esa fue solamente la primera de muchas otras veces que lo vi en su triunfal camino por CART, siempre amable y solícito, para desgracia del tal Knight, quien luego ya no fue más encargado de prensa de Ganassi.

En otra ocasión, esta vez en Vancouver, salí a cenar el sábado previo a la carrera con algunos mexicanos que conocí en la pista que eran invitados de Tecate. Como yo nunca salía a cenar sin preguntar al padre Phillipe DeRea, único sacerdote del que me he hecho amigo en mi vida y el más grande gourmet de la caravana de CART, esa noche me dirigí como mis compatriotas a “Antonio’s” un restaurante italiano que el padre me juró que era el mejor.

Al llegar al lugar, justo al pedir mesa llegó Alex, mi amigo Alex quien me saludó y recomendó pedir el osobuco. ¿Cómo no hacer caso a la recomendación de un italiano?

Mis nuevos amigos me veían con asombro y pensaron que yo era el hombre más popular del mundo (por supuesto no era así) y me pidieron que si le podía decir a Alex que se tomara una foto con ellos. Obvio accedió y además me envió un habano al final desde su mesa. Un tipazo.

Así que puedo decir que no me costaba narrar las hazañas de Zanardi en CART donde fue bicampeón de forma más que espectacular, y además cada conferencia de prensa su gracia sacaba sonrisas a todos. Podría decir que todos lo querían, por lo que verlo luchar la punta en Lausitzring en 2001 a todos nos alegró esa tarde en la sala de prensa y yo me relamía los bigotes, porque sabía que me daría la entrevista.

Pero entonces pasó lo indeseable, el auto de Zanardi se trompeó a la salida de los pits y en centésimas de segundo explotó como una bomba. El monoplaza del canadiense Tagliani lo embistió de lado y volaron pedazos por todos lados.

El silencio en la sala de prensa dolía, cruzábamos miradas y sabíamos que era imposible que Alex pudiera salir de esa. En segundos llegaron a los restos del auto los miembros del equipo médico de Steve Olvey. Creo que le transfundieron más de 8 unidades en el lugar. La mancha roja era enorme y cómo no, si Zanardi había perdido en el accidente las dos piernas una de la rodilla para abajo y otra de la rodilla hacia arriba.

Lo trasladaron a Berlín en helicóptero y fue algo milagroso que el Dr. Olvey y el Dr. Terry Trammel lo hayan sacado del shock y estabilizarlo.

Ya no recuerdo quién ganó la carrera, ya no tuvo importancia, pero sí recuerdo que los fotógrafos que seguían la serie para agencias y otros medios se pusieron de acuerdo para no publicar las fotos de los pedazos de Alex que volaron en el impacto, e incluso algunos borraron la sangre del piso en su despachos (Las fotos las publicó Sports Illustrated un par de años después). Ese era el nivel de cariño por el italiano.

Esa era la única manera de que Zanardi no cumpliera con su promesa de darme una entrevista, así que volé dos días después a Berlín para preguntar por su salud y luego me reincorporé a la caravana de CART en Inglaterra que tendría una carrera en Rockingham. Ahí todos recibimos una calcomanía con el dibujo de una piña en honor al gran Zanardi y de esa manera lo tuvimos presente como a un amigo. Ni siquiera la cercanía con los atentados del 9/11 que habían sido cuatro días antes nos preocupaba tanto como la salud de Alex.

Ananá le dicen su amigos a Alessandro. Ananá, para los que no lo sepan, es una fruta que en algunos países es conocida como piña y en Italia es sinónimo de terquedad.

Pues sí, Alex Zanardi es un terco, pero también dulce ananá que se ha negado a que el destino le diga qué es lo que tiene que hacer de su vida.

Testarudo fue para seguir en el automovilismo luego de un paso con más pena que gloria por la Fórmula Uno de 1991 a 1994, donde en 27 carreras sólo consiguió un punto.

Necio fue cuando en 1993 un automovilista lo atropelló cuando andaba en bicicleta y le fracturó en varias partes el pie izquierdo y aún así volvió a su asiento en Lotus.

Obstinado fue cuando llegó a la Serie CART y en la última carrera, en la curva del “sacacorchos” de Laguna Seca rebasó de forma inverosímil a Bryan Herta para ganar la última del año en un movimiento que ya es conocido como “The Pass”.

Intransigente cuando menos de dos años después del accidente regresó a Lausitzring para terminar la carrera en el mismo auto, ahora con piernas postizas.

Un ananá que corrió en WTCC ganó carreras y que le dijo a mi compañera Sandra Becerril que no tener piernas era incluso algo bueno, porque podía esconderse mejor cuando jugaba a las escondidillas con su hijo Niccolo.

Ahora, Alex con 49 años ya ha ganado cinco medallas paralímpicas, tres de oro y dos de plata (dos oros y una plata en Londres 2012 y ahora oro y plata en Río 2016). Es el mejor corredor en silla de ruedas del mundo.

Hoy mismo ganó la plata en la prueba de ruta y ayer el oro y no creo que sea casualidad que sea cuando se cumplen 15 años del accidente en Alemania, y créanmelo, siempre estuve seguro que ganaría, porque a Zanardi el destino le cortó las piernas, pero no las alas.