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El mundo sin Messi

Lionel Messi es la Catedral de Gaudí del mundo del fútbol y, a diferencia de otros monumentos de Barcelona, no vamos a tener la oportunidad de visitar al icónico nro. 10 -quien cumple 30 años el 24 de junio- durante mucho tiempo más.

BARCELONA - Lionel Messi no es medicina, pero se siente como si lo fuera. Ver a Messi con una pelota de fútbol en los pies es un testimonio de nuestras posibilidades y de nuestras limitaciones. Tal vez no seamos tan terribles, porque en definitiva él es uno de nosotros. Él puede hacer que parezcamos mejores de lo que somos.

Merece tantos tipos diferentes de atención, que a veces es mejor verlo a la distancia, lo suficientemente lejos de la acción como para que los nombres y los números desaparezcan, De cualquier manera, Messi es fácil de detectar. Es el que está ahí, lejos, el hombre más alejado del juego. Es el que está solo.

Al principio de los partidos, también es el hombre que parece mentalmente más distante, como si un espectador hubiese invadido el terreno de juego y nadie se hubiera tomado la molestia de perseguirlo. Es el que parece estar esperando el autobús, tal vez con las manos en las caderas, o pasándose las manos por el cabello, o frotándose los ojos. Es el único jugador que hace más cosas con las manos que con los pies.

En el último partido de liga de Barcelona, de local contra Eibar el 21 de mayo, hubo un momento en el que Messi sorprendió por lo poco que parecía estar haciendo. Era un partido importante: con un triunfo, y una derrota de Real Madrid en Málaga, Barcelona habría ganado el título. Encima, Eibar ya había tomado una ventaja inesperada en el minuto 7. El caldero del Camp Nou hervía, y cuando Eibar se preparaba para patear un tiro de esquina, la sensación de preocupación era palpable.

No era el caso de Messi. Estaba de pie en el interior del círculo central, aparentemente mirando la jugada, pero no del todo.

Dio un paso y se distrajo con algo debajo de sus pies. La superficie del campo de juego no estaba bien. Mientras Eibar pateaba su tiro de esquina sin mucho éxito, Messi estaba en cuclillas, de espaldas a la jugada, trabajando en el terreno. En ese momento, al menos, no parecía interesado en nada más que solucionar el problema con el césped. Estaba preocupado haciendo la más pequeña de las correcciones.


Tal vez ya sabía que Cristiano Ronaldo había puesto en ventaja a Real Madrid en Málaga y que la lucha había terminado. La Liga no sería suya por segunda vez en ocho temporadas. Tal vez Messi estaba guardando sus recursos para esos momentos en los que sabía que iba a poder marcar la diferencia. Tal vez estaba analizando al Eibar para detectar sus puntos débiles. O tal vez simplemente era Messi, esperando al acecho.

Con el pasar de los minutos llegaron oportunidades más dignas de su atención, pero no logró convertirlas. Falló un remate desde el borde del área chica, y Luis Suárez se quedó mirándolo con la boca abierta, como contemplando un fantasma.

Más tarde, cuando estaban 2-1 abajo, le atajaron un penal. Se mordió el cuello de la camiseta con bronca. Eso pareció despertarlo, y decidió jugar más como Messi, como si la elección siempre hubiese sido suya. Ahora era fácil de detectar por mejores razones.

Mostró una y otra vez sus talentos más sutiles, y los más vistosos: voleas perfectamente calculadas y un caño tan doloroso que la víctima parecía haber colaborado en el truco. Barcelona empató el partido, y luego Messi convirtió su segunda oportunidad de penal para darle la ventaja a su equipo, 3-2.

Y entonces volvió a salir al ataque.

Con pocos segundos de juego por delante, tomó la pelota en el círculo central, no muy lejos del lugar donde había estado acomodando el césped. Tal vez supo desde el principio la importancia de poner en condiciones esa zona de la cancha.

Esquivó a dos jugadores de Eibar inmediatamente, y luego corrió derecho por el medio de la cancha, como sobre una cuerda floja, con una gambeta muy sutil para pasar a Gálvez, quien casi se desgarra los isquiotibiales al lanzarse al espacio vacío donde creía que iba a estar Messi. El argentino esquivó a otros dos defensores, se inclinó hacia adentro, y pateó con el pie derecho para clavar la pelota en el fondo del arco y dejar el resultado en 4-2.

De alguna manera, sólo fue un gol más para Messi, el número 506 de su carrera en el club, uno sin importancia en el contexto más grande de Cristiano, quien resultó ser el ganador esta temporada. Pero para los que tuvimos la suerte de ver el gol de Messi en vivo, sigue siendo supremo más allá de toda razón.

Incluso mientras Real Madrid celebraba su título en Málaga, Messi permanecía desafiante y decidido a escribir su propio final. Ese gol fue para sus rivales de Madrid. También fue un mensaje: esto es lo que yo puedo hacer. ¿A quién le importa lo que hayan hecho ustedes?


Messi cumple 30 años el sábado 24 de junio de 2017. Hizo su debut profesional en octubre de 2004, cuando tenía 17 años, tres meses y 22 días, el segundo jugador más joven en vestir la camiseta del primer equipo de Barcelona. Es increíble, pero eso fue hace casi 13 años. Hay adolescentes que no conocen la vida sin Messi.

La matemática es fácil, hasta que no lo es. Messi no va a seguir jugando al fútbol a los 43. Ya pasó más de la mitad de su carrera. Probablemente ya hayan pasado tres cuartas partes de la misma. Sea cual fuere la cantidad de partidos que le queden por jugar, y que nos queden por ver, serán muchos menos de los que ya hemos disfrutado.

Es casi doloroso ver los videos de sus primeros pasos. En aquel entonces jugaba de otra manera. Era audaz, como un niño. No tenía la piel adornada con tatuajes. Su corte de cabello, con raya al medio, era el de un muchachito. Ahora sabemos de la grandeza que le esperaba, pero en aquel entonces, cuando entró a jugar los últimos ocho minutos contra Espanyol, los primeros ocho minutos de su carrera, era todo futuro.

El Messi de hoy es casi todo pasado. Cada vez que lo vemos, estamos un poco más cerca de la que será nuestra última oportunidad.

La capacidad de Messi para cambiar el rumbo de un partido por las suyas lo han convertido en una leyenda, no solamente en Barcelona.  Santi Garcés/FC Barcelona

Hay otros motivos que generan urgencia. Barcelona parece estar al borde de un declive, o al menos de su versión de un declive. Real Madrid, campeón de España y de Europa, parece estar en ascenso, con excepción del posible exilio de Cristiano tras sus problemas impositivos, y a pesar del memorable remate de Messi en el último minuto del clásico de abril (¿habrá existido un mejor festejo que cuando levantó la camiseta del Barcelona ante el público del Bernabéu?).

También ha habido fisuras de descontento entre la colección de estrellas de Barcelona, y surgieron reportes en la prensa española, primero en Diario Gol, de que el padre de Neymar quiere que su hijo escape de la sombra de Messi. Ernesto Valverde, el nuevo técnico del club, aún no ha dirigido un partido, y las negociaciones contractuales de Messi se han extendido y todavía no hay nada definido.

La estación de radio española Cadena Ser reportó este mes que las condiciones de la renovación de Messi -tres años más, con la posibilidad de un cuarto, y una cláusula de rescisión de £348 millones- ya estaban resueltas. Pero el contrato no ha sido anunciado ni firmado oficialmente.

Messi había rechazado la primera oferta de Barcelona, de unos £29 millones por temporada, y circulaban rumores de que podía llegar a dejar el club para firmar con otro, como Manchester City. Eso parece poco probable. El director general de City, Ferran Soriano, dijo recientemente que cree que Messi se va a retirar en el único club que ha conocido.

Messi y Barcelona, la ciudad y el equipo, han quedado intrínsecamente entrelazados. A principios de este mes el astro argentino compró un hotel en la costa, y su prometida y la esposa de Suárez se asociaron para abrir una exclusiva tienda de zapatos en la ciudad en la primavera. En mayo, el presidente del club, Josep Maria Bartomeu, dijo: "No hay dudas. El matrimonio entre Messi y Barcelona continuará".

Matrimonio, con todo su amor y sus resentimientos, con su certeza diurna y sus dudas nocturnas, es la palabra adecuada.

En su carrera internacional, las perspectivas son mucho menos alentadoras a pesar de la exitosa apelación de su suspensión de cuatro partidos por insultar a un juez de línea. Argentina se encuentra en un momento de caos dentro y fuera de la cancha.

Messi anunció su retiro tras volver a terminar segundo en la Copa América del año pasado, pero luego cambió de parecer. La selección argentina está quinta en las eliminatorias de CONMEBOL, un lugar afuera de los puestos de clasificación garantizada al mundial del año que viene. Será chocante si Argentina no clasifica a Rusia, pero ya es bastante chocante que sea una posibilidad.

La carrera de Messi es prueba de lo finitas que son las líneas, incluso para los mejores. Todo tiene un equilibrio muy delicado. De no haber sido por un tratamiento con hormonas de crecimiento en su niñez, tal vez nunca hubiéramos visto jugar al talentoso muchachito de Argentina.

De no haber sido por el remate largo y bajo que se le fue ancho contra Alemania, Argentina podría haber ganado el Mundial 2014.

De no haber sido por el penal que erró, también podría haber ganado la Copa América del año pasado.


La ilusión más magistral de Messi es la apariencia de que tiene control sobre su destino, de que su leyenda está asegurada. Un parque temático dedicado a él y a sus hazañas abriría sus puertas en Nanjing, China, en 2019, lo cual dice mucho sobre su llegada mundial y las fantasías que inspira. El museo de Camp Nou ya tiene un sector reservado para él, con las vitrinas de todos sus Balones de Oro opacadas por las marcas de los dedos de todos sus seguidores.

Más de 1,6 millones de personas de todo el mundo visitan el museo cada año. Cuando uno camina junto a la masa de visitantes del estadio, enarbolando bufandas recién compradas, la sensación es que se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad: La Sagrada Familia de Gaudí, el Barrio Gótico y Lionel Messi. Puede confundirse con un monumento.

Pero un hombre nunca es tan permanente. Y Messi lo sabe.

Durante una entrevista con Jeremy Schaap de ESPN en 2014, le preguntaron a Messi por qué parece prestarle tan poca atención a cómo lo verá la historia.

"Porque lo único que importa es jugar", respondió. "Lo disfruto desde chico, y todavía trato de disfrutarlo cada vez que salgo a la cancha. Siempre digo que cuando deje de disfrutarlo, o cuando ya no sea divertido, no voy a hacerlo más. Lo hago porque me encanta, y eso es lo único que importa".

Pero cada vez le dan más motivos para no disfrutarlo. Si firma un contrato por tres o cuatro años, probablemente será el último. Cuando termine, le habrán escurrido hasta la última gota de alegría.

Nuestras expectativas son tan altas que el jugador más grande del mundo de alguna manera también se está convirtiendo en el más menospreciado. Marcó 54 goles en 52 partidos para Barcelona esta temporada, y fue una decepción. Terminó segundo en la Copa del Mundo y segundo en la Copa América, dos veces, y ha decepcionado a su país.

Sus dones son tan grandes y sus milagros tan rutinarios que superan nuestra capacidad de apreciarlos. Nos eleva, pero también pone en evidencia los límites de nuestra atención, el tope de nuestra conciencia. Nos ha dado tanto para recordar que ya estamos empezando a olvidar.

Barcelona no ganó La Liga, pero Messi selló una victoria dramática en el Bernabeu ante Real Madrid, y celebró recordándole a los hinchas merengues quién es él.  Oscar del Pozo/AFP/Getty Images

El 27 de mayo pasado Messi jugó el último partido de su tercera década, la final de la Copa del Rey ante Alavés en Madrid. En el condenado Calderón, la atmósfera fue siniestra desde el principio.

Ronaldo y el resto de Real se estaban preparando para jugar la final de la Champions League contra Juventus, y era evidente que la atención de la capital estaba en otra parte. Además, había una triste sensación de que la temporada de Barcelona había sido un fracaso más allá del resultado.

El lado del estadio asignado al equipo más débil estaba repleto, pero había cientos, quizás miles, de asientos vacíos en el lado de Barcelona. Se habían colocado banderas del club en cada asiento, y muchas quedaron en su lugar, colgadas en los respaldos de los asientos vacíos.

Hasta Messi parecía desmotivado, y se frotaba la parte de atrás del cuello como si tuviera un dolor de cabeza persistente. Fue caminando a su posición con la mirada baja. Sólo se miraba los pies.

Luego sonó el silbato.

Tocó la pelota por primera vez a los tres minutos, al detener un pase fuerte con el pecho. La pelota cayó obedientemente a sus pies. Giró y ejecutó un pase largo y preciso a territorio del Alavés.

Bajo sus parámetros, fue una jugada común y corriente.

Bajo los parámetros de todos nosotros, fueron seis segundos de gracia.

Messi puede parecer exageradamente bendecido. Puede que corra menos que cualquiera en la cancha, pero es increíble la frecuencia con la que se encuentra justo en el lugar indicado. Hubo muchísimas veces contra Alavés que parecía estar fuera de posición, hasta que la pelota quedaba atrapada en su órbita, como si generara su propia gravedad.

Mirándolo de cerca -no desde la distancia esta vez, sino bajo un microscopio- es posible anticipar cuándo va a recibir la pelota porque todavía se ilumina como un niño cuando percibe su llegada. Lo atraviesa una oleada de energía casi imperceptible, una corriente que lo pone de puntillas.

Puede hacer eso que todo gran atleta es capaz de hacer, y que el resto de nosotros no: puede ver el futuro. Sabe lo que va a pasar antes de que el resto del estadio haya comprendido lo que acaba de ocurrir.

Messi abrió el tanteador esa noche con un disparo bajo con comba desde afuera del área, y empezó a festejar antes de que la pelota tocara la red. 507 y contando.

Más tarde asistió el gol de Neymar, y luego, en tiempo añadido, volvió a atacar como lo había hecho contra Eibar. Esta vez recibió la pelota por la línea de banda, cerca de su banco. Esquivó a dos defensores y llegó al borde del área. Parecía que iba a disparar, para ejecutar algo así como una réplica de su gol mágico contra Bilbao en 2015.

¿Lo recuerdan? ¿Ronaldo podría haberlo hecho? El debate con respecto a sus respectivas grandezas continuará, porque es irresoluble. Es como discutir si es mejor el brillo del oro que el encanto de la plata. Depende de cada uno.

Los fans de Cristiano señalarán su capacidad atlética, su talento frente al arco, su olfato de gol y el trofeo de la Euro 2016. Los fans de Messi citarán algo menos explosivo pero quizá más complejo, como esta jugada en la final de la Copa del Rey contra Alavés. No terminó con un remate, sino con un sublime pase a Paco Alcácer, quien convirtió sin problemas para cerrar el tanteador en 3-1.

Messi no hizo un simple pase. Eso sería lo mismo que decir que Einsten sólo hizo unos cálculos. Hay que mirar la repetición varias veces para apreciar qué fue lo que hizo Messi exactamente. Usó su imaginación sin límites y su delicado talón para colar la pelota entre tres defensores de Alavés que casi perdieron los botines.

Hizo uno de sus trucos imposibles a pesar de todos los asientos vacíos que había a su alrededor, para recordarles a todos los distraídos lo que algún día echarán de menos.

La emoción de la magia llega cuando tu corazón quiere creer en algo que sabes que no puede ser real. La emoción de Messi es diferente. Hace que tu corazón cuestione la realidad de algo que sabes que acabas de ver.


Pocos minutos y una eternidad más tarde, Messi estaba de pie en un podio que había sido montado en el medio de la cancha, festejando el triunfo con sus compañeros. Hubo fuegos artificiales cuando levantó la nueva copa, que pronto se unirá a las filas de trofeos protegidas por vitrinas en el museo de Camp Nou, una nueva conquista de una guerra interminable.

Encontró a su futura esposa y a sus hijos y los llevó a la cancha, donde jugó con los niños en el césped. Luego acompañó a su familia al sector de espectadores, y volvió caminando como siempre de vuelta al podio, ahora vacío. Se sentó y se abrazó las piernas.

Las luces del estadio comenzaron a apagarse. Estos fueron algunos de sus últimos momentos públicos como hombre joven, el principio de su declive inevitable. Y no estaba solo, pero estaba casi solo, y no era invisible, pero era casi invisible.

Se bajó las medias y se quitó las canilleras, que brillaban de sudor. Descansó, y saboreó, y se empapó del momento. Se apagaron más luces, y finalmente volvió a ponerse de pie. Caminó un poco más, esta vez hacia la línea de banda. Los pocos fans que quedaban se estiraban desde las gradas para adorarlo.

Les sonrió y los saludó, se dirigió al túnel, y desapareció.

Chris JonesEs un escritor independiente. Colabora con ESPN FC, The Atlantic y The New York Times Magazine. Es ganador de dos National Magazine Awards por sus artículos en los Estados Unidos. Twitter: @EnswellJones

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