A Traerlo a Casa
La historia tras bastidores de la lucha de los Astros por llevar esperanza -- y un primer título de Serie Mundial -- a Houston tras el paso del Huracán Harvey.
31 de agosto, 20,000 pies sobre Texas
Todos los instrumentos de navegación indicaban que el avión de los Astros estaba sobre Texas, y acercándose, al fin, a Houston. Pero abajo, todo lo que se veía era agua.
Jugadores y entrenadores ansiosos se alejaban de las ventanillas y volvían a sus asientos. Luego de varios minutos, intentaban nuevamente ver algo de tierra, apretando sus frentes contra la parte superior de cada ventanilla. Pero nada había cambiado: agua, por todas partes.
Desde su asiento en la fila de salida de emergencia cerca del medio del avión, el jardinero George Springer dijo que parecía "como si estuviéramos encima de un océano". Nadie habla.
Volando de vuelta desde Tampa, Florida, donde celebraron su serie local ante los Rangers debido al paso del huracán Harvey, los Astros se sentaron unidos para los 30 minutos finales del vuelo, y observaron el colosal paso de destrucción dejado por una de las peores tormentas en la historia de EEUU.
Sentado en su puesto usual en la parte delantera del avión, el manager A.J. Hinch revisa el mapa, la televisión y la internet. Y luego vuelve a echarle un ojo. "Nos dijeron que estábamos sobre tierra, [pero lo único que se ve es agua, nada pudo detenerla, nada quedó en pie", dijo. "Le tomé una foto con mi celular y la mantendré por siempre. Ese fue nuestro primer choque con la realidad".
El gerente Jeff Luhnow estaba desesperado por enviar un salvador a Houston. A horas de la fecha límite de cambios por waivers del 31 de agosto, Luhnow y el dueño Jim Crane se encontraron de repente a punto de conseguir un mega cambio - la oportunidad de quedarse con el ganador del Cy Young de la LA en 2011 Justin Verlander.
Como lo había descrito Luhnow a Hinch en Tampa, el sentimiento alrededor de los Astros se había vuelto "bastante sombrío". Las lesiones y la falta de acción en la fecha límite de cambios directos del 31 de julio habían enviado al joven y explosivo equipo a una profunda mala racha en agosto. Los Astros habían perdido 14 de sus últimos 25 juegos, y cuando azotó Harvey, los enrachados Indios habían comenzado a recortar la ventaja que tenían en la contienda por el mejor record de la Liga Americana.
Hinch estaba de vuelta en casa con su esposa, Erin, y dos hijas adolescentes cuando comenzó el torrente de mensajes de texto. Se había bajado del avión del equipo y se había montado en su auto, y entonces tuvo problemas para llegar a su vecindario, ya que su entrada normal estaba inundada. Hinch y Erin se pusieron al tanto sobre la tormenta y el viaje que hicieron al día siguiente cuando visitaron a refugiados en el George R. Brown Convention Center. No había pensado mucho en la fecha límite de cambios. En realidad estaba enviando mensajes de texto a sus entrenadores sobre el football universitario cuando recibió una llamada. Era Luhnow con noticias sobre la posibilidad de adquirir a Verlander - un esfuerzo de último minuto de los Astros para mejorar su roster para intentar una corrida legítima hacia la Serie Mundial. "La incredulidad es la palabra equivocada, pero me sorprendió, definitivamente", dijo Hinch. "Yo supe en ese entonces que no me iba a poder acostar temprano".
27 de agosto, Houston, 12:15 a.m.
Con el torrente de agua corriendo por las acercas y el gigantesco árbol a punto de ceder, Katie Bracamonte llamó a su esposo, el veterano receptor del bullpen de los Astros Javier Bracamonte, y quien estaba pasando la tormenta con el resto del equipo en Anaheim, California, para darle una actualización de la situación. "El agua está llegando", le dijo. "Estén seguros", se decían uno al otro. Algunas horas más tarde, el agua seguía acercándose, Katie y sus dos hijas se apiñaban en un armario para estar seguras ante la amenaza de tornados en el área.
Sentada en la oscuridad, Katie notó que una de sus hijas, medio dormida, se aferraba a algo en su mano.
"¿Qué es eso?", dijo en un susurro.
"Es un marcador Sharpie", respondió la chica. "Se supone que escribamos nuestros nombres y los números de seguro social en nuestros brazos... para que nos puedan identificar".
Historias similares se vivieron a lo largo de Houston. Casas con 14 pies (4 metros) de agua en ellas. La tormenta entró con tanta fuerza que arrasó con las barreras de cemento en las autopistas como si fueran pedazos de papel. Los vecindarios fueron golpeados con tanta destrucción y desesperación que los vecinos clavaban las llaves de sus residencies en las puertas con notas que leían: "Se pueden quedar con ellas".
HINCH NO PODÍA CREER lo que escuchaba. Los Astros estaban intentando un acuerdo por Verlander, el as de los Tigres, desde julio. Y ahora, a 45 minutos de la fecha límite para cuadrar los rosters de postemporada, las negociaciones habían tomado velocidad nuevamente. Luhnow llamaba a Hinch, decía que las cosas lucían prometedoras, y luego colgaba. Un par de minutos después volvía a llamar, decía que parecía que el asunto se había caído, y colgaba. Las redes sociales hervían con el asunto.
Con cada nueva actualización, el ánimo de los jugadores en el grupo de mensajes de texto cambiaba salvajemente. Una serie de animaciones GIF tristes y molestas eran seguidas de una larga cadena de emojis sonrientes o enviando saludos. Hay reportes no confirmados del avistamiento de un gato en esos GIF, o tres.
"Una movida como esta puede hacer de un equipo bueno uno grandioso, o uno grandioso uno legendario", dijo el zurdo de los Astros Dallas Keuchel, quien fue uno de los que más criticó a la oficina central por su parálisis en julio. "Es como colocar algo grande y caro en tu lista de deseos para Navidad cuando eras chico. No quieres elevar demasiado tus esperanzas".
Entre llamadas, Hinch se puso a soñar con posibles combinaciones de pitcheo. Según su estimado, las últimas 10 aperturas de Verlander estaban entre las mejores de su carrera. Su résumé doblaría instantáneamente la experiencia del cuerpo de lanzadores de los Astros en postemporada. Pero había más. "Credibilidad, presencia, quiero decir, solo hay que escucharlo, mirarlo, hablarle", dijo Hinch. "Verlander tiene un gran potencial de impacto".
Los dos equipos estaban de acuerdo con los componentes principales del acuerdo -- Verlander y $16 millones en intercambio por tres de los mejores prospectos de los Astros - pero se habían topado con un obstáculo sobre darle una cláusula de no cambio a Verlander, y especialmente, sacar el año de opción (2020) de su contrato. Parecía un precio menor a pagar luego que los fans de los Astros habían pasado por un arduo proceso de reconstrucción que incluyó 502 derrotas del 2010 al 2014. "Si yo hubiese sido fan de los Astros en 2012, tampoco habría querido venir al estadio", dijo Keuchel, quien fue novato esa temporada. "Era algo horrible".
Finalmente, antes de volver a los Tigres una vez más sobre la posibilidad de cancelar el año de opción de Verlander, Luhnow y Crane discutieron la tercera parte en la negociación: Harvey. "Eso llevó a la última concesión que necesitábamos para sellar el acuerdo, el querer darle algo de vuelta a esta ciudad en su hora de necesidad", dijo Luhnow. "Nuestros fanáticos han estado con nosotros en las buenas y en las malas, y estábamos en una de las más malas. Queríamos pagar de vuelta el favor. No siempre tenemos la oportunidad de hacer algo más allá del béisbol, pero en este momento si la había".
Un minuto luego de la fecha límite, el teléfono de Hinch sonó. Leyó el texto que le envió Luhnow, y sin decir palabra, le pasó el teléfono a Erin.
LO CONSEGUIMOS, dijo.
27 de agosto, Anaheim, 4 p.m.
A medida que la tormenta azotaba Houston, los Astros estaban a 1,500 millas de distancia, atrapados en Anaheim. Hinch le echaba un vistazo al camerino y veía a José Altuve, su intermedista y favorito al JMV de la Liga Americana, con su mirada fija en el Canal del Clima.
La esposa de Altuve, Nina, hizo el viaje a Anaheim, pero la niña pequeña de la pareja, Melanie, estaba con la familia en Houston. Pasaron algunos minutos, y Altuve seguía con su vista fija en el radar, mientras los puntos violeta, rojo y anaranjado mostraban las más de 50 pulgadas de lluvia que caían sobre Houston y todo a su alrededor. Con la voz casi quebrada, Altuve se volteó a Hinch.
"¿Cómo voy a poder jugar así?", preguntó.
Nadie sabe. Al día siguiente, ellos terminaron una serie 2-1 ante los Angelinos, pero las inundaciones catastróficas evitaron un regreso inmediato a casa. En cambio, los Astros volaron a Dallas, donde esperaban por la decisión de dónde jugarían ante los Rangers. Estaban a 240 millas de distancia y lo podían sentir. A medida que pasaba el tiempo, los Astros comenzaron a considerar una especie de motín humanitario en el camerino.
"Hay tal separación y aislamiento de lo que en realidad pasó", dijo el lanzador Charlie Morton. "Uno se siente culpable de no estar ahí para hacer algo".
Altuve, Morton, el lanzador Luke Gregerson y otros comenzaron a planificar una misión para rescatar a sus familias. Discutieron la posibilidad de rentar un helicóptero. Además hablaron de comprar balsas inflables en Dallas, meterlas en autos alquilados y guiar al sur tanto como pudieran antes de tener que abandonar los autos para comenzar a utilizar los botes.
Una vez comenzaron a llegar los reportes que Melanie y los demás estaban sanos y salvos, en su mayoría, se colocaron todos esos planes en espera. Pero no la culpa. Eso se quedó.
Eso llevó a la última concesión que necesitábamos para sellar el acuerdo, el querer darle algo de vuelta a esta ciudad en su hora de necesidad
- El gerente de los Astros Jeff Luhnow sobre el cambio de VerlanderLUEGO DE 13 AÑOS en Detroit, Verlander limpió su casillero en Comerica Park y caminó por el túnel del dugout para abrazar a algunos de sus ahora ex compañeros.
Verlander dijo: "Alguien me dijo, 'Oye, tienes 30a 35 minutos para decidir si quieres mudarte a otra parte, no conoces a nadie, no sabes nada sobre ese lugar -- decide'. Esa es una decisión muy difícil. La emoción de eso te arropa. La emoción comenzó a la mañana siguiente cuando me desperté y pensé, 'De acuerdo, voy a jugar en un ambiente de postemporada, para eso es que uno juega este deporte'. Este es el inicio de un nuevo viaje para mí".
Verlander aterrizó en Houston el 2 de septiembre, el primer día del emocional regreso de los Astros al Minute Maid Park y su serie ante los Mets. Llegó al estadio justo a tiempo para unirse al tradicional choque de manos post juego. Luego del partido, lanzó su primera sesión de bullpen bajo el ojo vigilante de varios entrenadores de los Astros y el viejo jefe de seguridad del bullpen Kurt Rogers, un veterano de 37 años en el Departamento de Policía de Houston, recién salido de sus funciones de rescate de las víctimas del huracán.
Desde el acuerdo, los amigos de Hinch en la liga le han estado enviando sus impresiones y sus reportes. Gran tipo. Gran competidor. Se pone más fuerte con cada salida. Y su favorita: ¡El tipo es un animal! Como ex receptor, Hinch estaba ansioso de poder hablar con Verlander, de establecer rapidamente las expectativas y la confianza con su nuevo as y evaluar por sí mismo si las campañas perdedoras en Detroit habían minado el legendario fuego competitivo de Verlander.
Durante gran parte del segundo partido de la doble cartelera ante los Mets, Hinch y Verlander se sentaron juntos en la banca de los Astros, hablando en gran medida el lenguaje común del béisbol. Hinch mencionó su filosofía sobre los lanzadores trabajando alrededor de los bateadores. Dijo que eso creaba muchos errores. Eso les saca de su ritmo. Los fuerza a ser demasiado cautelosos. Todo eso trae malas consecuencias.
Se volvió a Verlander. ¿Qué opinas?
Verlander estuvo de acuerdo. En 13 temporadas, con más de 2,500 entradas, nunca había trabajado alrededor de un bateador. La respuesta dejó aturdido a Hinch, contando los minutos hasta el debut de Verlander para los Astros en Seattle.
También se puede sentir el optimismo que se riega entre los fanáticos en Houston. "La misma gente que se había visto afectada por la tormenta y preocupada por las labores de limpieza, de repente cambiaron el tono, y por un corto periodo de tiempo les dimos algo completamente diferente en qué pensar y emocionarse, y eso solo ha continuado", dijo Luhnow. "Ahora estamos en modo completo de ir por todo. Y hay otro capítulo que queremos escribir con este equipo - en octubre".
28 de agosto, Houston, 2 a.m.
Por cerca de 20 horas al día por cuatro días consecutivos, el jefe de seguridad del bullpen Kurt Rogers conduce a los primeros rescatistas de Houston a través de las inundaciones en su gran camioneta blanca. Están en el medio de la tormenta.
Atrapado en la estación pero incapaz de detener sus propias operaciones de rescate, la mayoría del grupo de empleados ha estado trabajando con las mismas ropas mojadas y botas y poco que comer durante su turno de 96 horas consecutivas. Rogers sigue trabajando a pesar que su propia residencia en Friendswood, a unas 20 millas al sureste del centro de Houston, está inundada hasta el segundo nivel, atrapando a su esposa, Vicki. Sigue conduciendo en medio de la tormenta a pesar que, según dice, un escalador le disparó a una de las ventanas de uno de los vehículos de su unidad de policía.
El domingo en la noche, o la madrugada del lunes, la línea entre los días se difumina, y Rogers y sus compañeros policías navegan por las inundaciones para salvar docenas de personas de una camioneta Ryder abandonada.
Los brazos de Rogers están salpicados de ronchas rojas por su prolongada exposición a las inundaciones. Pero él es uno de los pocos sargentos con una licencia de conducir comercial, y el escape de su camioneta le permite conducirla sumergida hasta 4 pies de agua.
En el medio de su mayor evacuación, el nivel de las aguas se elevó tan rápidamente, que le gritó a uno de sus diputados que se apresurara o todos estarían bajo el agua, o peor. "¡Tenemos que irnos, tenemos que irnos!", gritaba por la ventana mientras el lodo marrón entraba por la ventanilla de su camioneta.
Ninguno de los primeros rescatistas se mueve. Ellos saben que los últimos evacuados son infantes. "El agua le llega a sus barbillas y hay una corriente bien fuerte", diría luego Rogers, con cabellos plateados. "Si caer o tropiezas y dejas caer el infante en el agua - está sucia, está oscuro, lo perderás. Nunca lo vas a poder encontrar".
CON 5 PIES 6 PULGADAS, José Altuve fue una vez enviado a su casa desde unos entrenamientos en Maracay, Venezuela, porque el personal del equipo no creía que tuviera 16 años. Sin embargo el 5 de septiembre en Seattle, cuando la TV del camerino mostraba el paso del huracán Irma por el norte de Puerto Rico, la estatura de Altuve proporcionó una especie de respiro momentáneo. Se encogió a un costado y prácticamente desapareció en la parte trasera de su casillero, intentando bloquear más noticias sobre los desastres naturales algunos preciados minutos antes del partido. El jardinero Jake Marisnick, de 6-4, contorsionó su cuerpo para unirse a él. "No estamos seguros que podamos manejar mucho más de la Madre Naturaleza", dijo Keuchel. "Nos ha lanzado mucho en poco tiempo".
A lo largo del noroeste de Washington, los fuegos forestales andaban desenfrenados por la garganta del río Columbia, dándole al cielo sobre el estadio Safeco Field de los Marineros la sensación opaca de un invierno nuclear. Pequeños fragmentos de ceniza revoloteaban como copos de nieve. Era algo apolcalíptico. También era la noche del Bark in the Park (Ladrido en el Estadio) en Seattle, lo que significaba el aullido de los perros haciendo eco de forma ocasional en todo el campo.
Sin embargo, los Astros tenían un plan para contrarrestar eso. Verlander estaba en el montículo por primera vez en uniforme de los astros. Abrazó por completo su rol de ayudante del equipo y de la ciudad de Houston a recuperarse de un desastre natural - solo que nunca soño que tendría que lanzar realmente a través de uno también en Seattle.
Temprano, tuvo que batallar con sus nervios al estilo del Día Inaugural y sus problemas con el control de su curva. Con la anotación empatada 1-1 en la sexta, Robinson Canó de los Marineros lo golpeó en la muñeca derecha con un lineazo de 103½ mph. Al sencillo dentro del cuadro de Canó le siguió un hit de Nelson Cruz. Verlander frunció el ceño, y entonces hizo un lanzamiento de prueba. Forzó al siguiente bateador a conectar rodado para una doble matanza antes de congelar al pobre novato Mitch Haniger con una recta de 99 mph para matar el ramillete. Fue, notablemente, su lanzamiento más rápido de la noche.
"Esa sexta entrada nada más valió el precio del boleto", dijo Hinch tras la victoria 3-1. Houston ganó seis partidos en fila luego del cambio de Verlander.
"Recibimos refuerzos, y ahora vamos con todo", dijo Keuchel. "Esa fue la manera en que todo el mundo reaccionó en el camerino al cambio. Vamos tras la meta. Estaremos con todo por el siguiente par de años y nuestra ventana de ganar [una Serie Mundial] está bien abierta".
En su debut, Verlander ha tenido que batallar con el dolor, un gran fuego forestal, y la presión de ayudar a las víctimas del huracán en Texas.
Él ya se ha convertido, en todos los sentidos, en un houstoniano.