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Corredor a la fuga: La carrera más larga de un maratonista cubano

ESPN Run

MALDONADO, Uruguay -- Un pie, luego otro, sprint al ritmo de un son cubano. Cada zancada hace visibles los músculos y ligamentos cincelados, develando los años de entrenamiento que llevaron a este momento, a este ritmo. Un ritmo que Aguelmis Rojas no ha sentido siempre, sino que adquirió después de un largo y sinuoso camino, no sin impedimentos, y por necesidad.

Rojas es un corredor de larga distancia quien compitió en los JJ.OO. 2004 y escapó de las restricciones y de la escasez de Cuba con su entrenador, Rafael Díaz, sólo para encontrarse en un punto muerto en Uruguay, y finalmente quedar excluido de los Juegos Olímpicos de Río. Desplazado, una vez más, se preguntaba: ¿Y ahora qué?

Rojas, de 39 años, es considerado uno de los cinco mejores corredores de larga distancia en la historia de Cuba. Tiene el récord de la media maratón en la isla, pero quería más. Cuando desertó a Uruguay en 2009, a más de 6000 kilómetros de casa, creyó que conseguiría más. Pero ese "más" lo esquivó durante mucho tiempo. Ahora tiene la mirada puesta en Londres, donde correrá la maratón en el campeonato mundial el domingo, esta vez con la bandera de Uruguay en lugar de las rayas y la estrella de Cuba. Y es ahora, ya cerca del final de su carrera, que Rojas está empezando a entender desde dónde corre, hacia dónde corre y por qué corre.

Jesse Owens dijo que una de las cosas que amaba de correr era que se trataba de algo que podías hacer "solo y bajo tu propio poder. Podías ir en cualquier dirección, tan rápido o despacio como quisieras, luchando contra el viento si lo deseabas, buscando nuevas vistas, sólo con la fuerza de tus pies y el coraje de tus pulmones". Según su entrenador, Rojas siempre ha tenido buenos pulmones. En cuanto a la fuerza, es algo que ha construido, obstáculo tras obstáculo.

El primer obstáculo: Correr con zapatos cubanos

Rojas comenzó a correr a los 14 años, y fue inmediatamente evidente que era ágil, ambicioso, decidido, rápido y obstinado. Todo lo que un maratonista necesita, dice Díaz, su entrenador. El único problema era cómo alimentar su hábito. Literalmente. Porque el hambre en Cuba no sólo era el hambre de ganar de un atleta competitivo, sino el gruñido del vientre pidiendo combustible a gritos.

En El Cotorro, el barrio marginal de La Habana donde Rojas vivía y entrenaba, antes de las carreras sus comidas a menudo consistían de agua y azúcar. Otras veces no era más que un plato de arroz amarillo y perros calientes, compartidos entre cuatro. ¿Zapatos para correr? Si eras un atleta profesional, recibías dos pares al año, dotado por el gobierno. "Intenta correr con dos pares de zapatos todo el año", dijo Rojas. "Si corres carreras de 42 kilómetros, se hacen pedazos".

A eso hay que sumarle el agotamiento. A veces, para llegar a una competencia, tenía que pedalear 25 kilómetros en bicicleta antes de competir. Otras veces, él y Díaz esperaban cinco horas haciendo dedo desde La Habana hasta la provincia de Villa Clara, donde el estado celebraba la competencia nacional.

"Y a veces teníamos que viajar con las vacas y el olor de las heces, el polvo y la suciedad del camino en los pulmones de Aguelmis pocas horas antes de la carrera. Sí, sí, era así”, dice Díaz, asintiendo, y cubriéndose el rostro con sus manos endurecidas. "No me lo recuerdes".

Incluso cuando Rojas ganaba una carrera, no siempre se sentía como un triunfo. En 2008, cuando sus Adidas entregadas por el estado cumplieron su vida útil, Rojas subió al podio con un par de zapatos Nike recreativos que había comprado en Venezuela.

"Había corrido la carrera con las Adidas que el gobierno cubano me había dado, pero estaban hechas trizas, ya no aguantaban más, así que me puse las Nike, más nuevas, para subir al podio", explicó Rojas. Cuba lo sancionó por eso y le impidió competir durante un año, por lo que se perdió los Juegos Olímpicos de Pekín.

"Juro que, si no fuera por terco, no sé si seguiría corriendo", señaló Rojas. Y quizá fue la terquedad lo que lo llevó a Uruguay. "No fue fácil", aseguran tanto Rojas como Díaz cuando cuentan su historia.

El segundo obstáculo: burocracia y escape

Cuando salir adelante empezó a parecer imposible en Cuba, Rojas y Díaz comenzaron a planear la deserción.

"En 2009, ya desde hacía mucho tiempo que soñábamos con dejar Cuba", explicó Rojas. "Pero no nos permitían viajar juntos, entrenador y atleta". En otras palabras, Cuba mandaba a Rojas a competir sin su entrenador para evitar el riesgo de la deserción, algo que solían hacer los artistas y los atletas. Antes de 2013, los atletas y los artistas eran prácticamente los únicos cubanos que podían ver el mundo fuera de la isla, ya que el gobierno hacía que fuera extremadamente difícil, si no imposible, que los demás consiguieran permisos de salida.

Sin embargo, cuando llegó el momento de correr la San Fernando en Uruguay, una carrera de 10 kilómetros entre Maldonado y Punta del Este, por algún motivo permitieron que Rojas y su entrenador viajaran juntos. "Así es Cuba", dijo Díaz, encogiéndose de hombres al aceptar la aparente aleatoriedad de la burocracia de la isla.

"Lo hicieron muy difícil para nosotros", dijo Díaz. "Siempre digo que, si no hubiera tenido una motocicleta en Cuba, no estaríamos aquí en Uruguay".

Contó que el gobierno los hizo correr por toda la ciudad horas antes de la salida juntando papeles -- "de un lado p'al otro". Finalmente pudieron irse juntos a Uruguay, pero salieron tan tarde que se perdieron la carrera de San Fernando.

Una vez en Uruguay, pidieron una prórroga para correr otra carrera, la San Antonio, que se llevaría a cabo en Piriápolis, ciudad que se encuentra entre la capital, Montevideo, y Punta del Este.

Esto también les dio tiempo para consolidar la deserción. Se hicieron amigos de otro cubano ya instalado en Uruguay, quien vivía en Las Grutas, cerca de Punta del Este. Roberto Geovanis López Sarabia, bailarín, masajista, y ex windsurfista profesional de Cuba, había desertado años antes. López Sarabia conocía muy bien tribulaciones y la tragedia que suponía la deserción de Cuba. Les contó que había perdido a su esposa y a su hijo en el estrecho de la Florida, en 1994, en un intento de escape.

Rojas y Díaz le suplicaron a su nuevo amigo. Sabían que se les estaba cerrando la ventana, ya que pronto el gobierno retiraría a Rojas de las competiciones por su edad. Esto significaba que no tendrían autorización para salir de la isla para correr carreras, y por lo tanto no podrían desertar durante uno de estos viajes. Si no aprovechaban esta oportunidad, corredor y entrenador tendrían que correr el riesgo de lanzarse al mar en una balsa improvisada, como la esposa y el hijo de López Sarabia, y tantos cubanos antes de ellos.

"No queríamos que esa fuera nuestra única opción", dijo Rojas.

Así que le preguntaron a López Sarabia si podían ocultarse en su casa después de la San Antonio, carrera que Rojas ganó. El corredor y su entrenador sabían que cuando no se presentaran en el aeropuerto el día estipulado, era posible que los localizaran y los enviaran de vuelta. "Y no eres una persona en Cuba cuando te mandan de vuelta, porque te hacen la vida miserable", advirtió Rojas.

Al principio, López Sarabia no sabía qué hacer.

"Lo pensé", recuerda. "¿Ayudo a estas personas? ¿Cambio sus vidas? Yo sabía cómo era, lo dura que es la separación de la familia. Pero tenía que ayudarlos, sabía que tenía que hacerlo".

La propietaria del edificio donde vivía López Sarabia era Madelón Rodríguez, viuda del reconocido artista uruguayo Carlos Páez Vilaró, cuyo famoso resort Casapueblo es una "escultura habitable" cerca de Punta del Este. Su hijo Carlitos Páez, orador motivacional, fue uno de los sobrevivientes del avión que se estrelló en Los Andes en 1972.

Un breve respiro: un amigo

En Carlitos Páez, Rojas y Díaz encontraron un aliado que sabía lo que era pelear por la vida. La historia de Páez, contada en la película "Viven", es una historia de proporciones épicas: Un avión que transportaba un club de rugby uruguayo, del que Páez era miembro, se estrelló en Los Andes en 1972. De las 45 personas que iban en el avión, 16 fueron rescatadas tras haber sobrevivido temperaturas bajo cero, avalanchas, desesperación, y de recurrir al canibalismo para sobrevivir. Durante 72 días sobrevivieron lo imposible.

López Sarabia, quien hacía trueque para tener un techo y ayudaba a Rojas y a Díaz con los ingresos que obtenía como bailarín y masajista, le contó a Páez sobre los cubanos que estaba ocultando. Páez les brindó su apoyo inmediatamente. Y como Páez es muy reconocido en Uruguay, su respaldo tenía mucho peso político y social.

Cuando Páez cuenta la historia de cómo ayudó a los cubanos, recuerda un momento en particular de cuando tenía 18 años y luchaba por sobrevivir en Los Andes.

Cuando escuchó en la radio que iba a ser rescatado, Páez comenzó a afeitarse. Su padre solía decirle que afeitarse era como quitarse las preocupaciones del día que había pasado. Él lo aplicó al momento y se afeitó todo. Se destruyó la cara, obviamente, ya que estaba helado, pero continuó. Se peinó el cabello y se puso gel. El gel era una de las pocas cosas que les quedaba porque no habían podido comerlo. Finalmente, fue al avión y tomó cinturones de seguridad, ya que recordaba que el auto de su madre no tenía cinturones.

"Podría decir que me llevé una brújula, algo inteligente, pero no," dijo Páez. "Me afeité y me peiné, y tomé cinturones de seguridad para mi madre. Y estaba feliz, porque lo único que pensaba era: Soy libre. Ahí está, es lo que es. Soy un amante de la libertad, y ver a esos cubanos libres... Me dio mucho placer".

Durante 2009, Páez facilitó un abogado, su yerno, Alexis Guynot de Boismenu, para ayudar a Rojas y Díaz.

“El uruguayo, como pueblo, se compone de inmigrantes, somos todos inmigrantes”, dijo Boismenu, que es de origen francés. Con el tiempo, Jaime Trobo, un representante del gobernante Partido Nacional, también prestó su mano. La documentación necesaria se aceleró y a los cubanos se les permitió quedarse. “No fue un año fácil”, dijo Aguelmis “por decir lo menos, pero estaré eternamente agradecido a los que nos ayudaron en todo este proceso”. “Fui parte de una historia extraordinaria en los Andes cuyos protagonistas fueron gente común”, dijo Páez. “Cada uno tiene sus propios Andes que cruzar, estos eran los de Aguelmis y los de Rafael”.

El tercer obstáculo: El territorio nuevo a veces es resbaladizo

Una vez en Uruguay, la vida se hizo un poco más fácil. Rojas podría entrenar en una pista real en Maldonado y comer tres comidas al día. Se las arregló para construir una casa de dos pisos con la ayuda de su entrenador. Se casó con una uruguaya y tuvo un hijo que ahora tiene 3 años. En Cuba, sin embargo, había dejado atrás una hija, que, hasta hace poco, Rojas sólo había visto a través de Skype en los ocho años transcurridos desde su deserción, ya que Cuba le había prohibido a Rojas la entrada a la isla.

Con el fin de sobrevivir, Rojas consiguió tres trabajos: como electricista, como entrenador de un grupo de atletismo y en un centro de recreación. Lo mismo para Díaz, que, aparte de preparar a Rojas, trabajó como carpintero, masajista y personal de mantenimiento. Luego vinieron los eventos de la primavera de 2016. El 10 de abril de ese año, Rojas clasificó para los Juegos Olímpicos de Río corriendo la maratón de Montevideo, con un tiempo de 2 horas, 17.32 segundos, superando a su competidor más cercano, Andrés Zamora, por el primer lugar. Zamora había llegado previamente a 2:18.56 en la maratón de Sevilla. Sólo a tres corredores se les permitió correr en Río representando a Uruguay, y dado que los otros dos, los gemelos Nicolás y Martin Cuestas, tenían mejores tiempos de calificación que Zamora y Rojas, todo estaba listo. Iban a ser el cubano y los gemelos Cuestas, y Rojas estaba muy entusiasmado. Por fin iba a ser capaz de hacer que su nuevo país se sintiera orgulloso.

Sin embargo, en el último minuto, Zamora disputó la victoria de Rojas, alegando que la maratón de Montevideo había sufrido ‘irregularidades’. Estas supuestas irregularidades fueron llevadas a la Confederación Uruguaya de Atletismo (CAU) y la CONSUDATLE (la Confederación Sudamericana de Atletismo). Ambas entidades confirmaron las irregularidades de la pista, que incluyeron un cambio de la pista original. Esta decisión dio por descalificado el resultado de Rojas y no le dio tiempo suficiente para reclamarlo antes de los Juegos Olímpicos.

La decisión final se produjo un mes antes de los Juegos Olímpicos de Río. Zamora, cuyo padre había corrido la maratón en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 para Uruguay, quería seguir los pasos de su padre. “Fue algo difícil para mí, lo que ocurrió con Rojas, pero, en este caso, era necesario, porque tenía que ver con ir a los Juegos Olímpicos, hay que entender las circunstancias”, dijo Zamora. Los medios sociales se encendieron después de Rojas fue descalificado, muchos alegaron que la decisión se había inclinado a favor de Zamora porque Rojas era un cubano por nacimiento a punto de representar a Uruguay. De acuerdo con Sebastián Amaya, un periodista deportivo de El Observador de Uruguay, “hay múltiples interpretaciones aquí, dependiendo de la forma que se mire la situación. A pesar de que Zamora terminó siendo el malo de la película, su postura era clara y comprensible. Por el lado de Rojas, creo que él, que hizo el tiempo de clasificación en una carrera muy difícil, con mucho viento, pagó el precio por el error de otra persona en una carrera muy desorganizada”.

Rojas, que ya tenía 38 en ese momento, sentía que estaba delante de su última oportunidad de ir a los Juegos Olímpicos de nuevo. Había esperado su turno siete años desde su llegada a Uruguay para su ciudadanía oficial y se desilusionó totalmente después de la descalificación. “Fue duro, quedé en un lugar muy oscuro”, dijo. “No sabía cómo iba a salir de esa situación. Después de todo lo que había pasado para llegar hasta aquí...”.

La línea de llegada

Con el tiempo, Rojas se recuperó, volvió a correr y fue en busca de la siguiente gran carrera. “Es lo que hacemos”, dijo de sí mismo y de Díaz. Excepto que, en esta ocasión, el dúo fue más cuidadoso. Rojas representará a Uruguay en el Campeonato Mundial de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF)en Londres, corriendo la maratón el domingo. A fin de no correr el riesgo de tener que clasificar para el mundial en Uruguay en una pista que podría haber causado problemas, a finales del año pasado la pareja fue a Ámsterdam con el fin de asegurarse la clasificación para los campeonatos. Rojas terminó con 2:15.36, obteniendo la clasificación para representar a Uruguay en el campeonato de la IAAF. El domingo, correrá junto con Zamora y Nicolás Cuestas.

En el período previo a Londres, Rojas y Díaz habían estado entrenando sin parar en el Campus, un centro deportivo en Maldonado. Un pie, luego otro, casi al ritmo de un son cubano en los oídos de Rojas, mientras cantaba la melodía popular 'Hasta que se seque el Malecón'. La sonrisa en su rostro mientras daba sus zancadas, saltando por encima de un obstáculo tras otro, les estaba mostrando a todos que él estaba exactamente donde quería estar - en la pista. Su objetivo está establecido. El domingo, quiere batir el récord uruguayo de Néstor García en la maratón (2:12:48), lo que haría que Rojas no sólo se convierta en uno de los mejores corredores de Cuba, sino también en el más rápido de Uruguay.

La Habana, Maldonado, Ámsterdam, Londres: son todas las piezas de una imagen más grande, pasos en una carrera más larga. Porque, al igual que lo fue para Owens, Rojas dice que, para él, “correr es lo que siempre lo ha hecho sentir libre”.

Vanessa García es una novelista, dramaturga y periodista. Su primera novela, Luz Blanca, fue uno de los Mejores Libros de 2015 de NPR.