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La naciente liga profesional mexicana intenta no repetir los errores del pasado

Marco Garcia habla con su entrenador, Ernesto Alfaro, durante el juego ante Eagles el 27 de marzo de 2017.

 Jonathan Levinson for ESPN

CIUDAD DE MÉXICO -- Marco García se crió en la Ciudad de México y tenía como ídolo a Jim Kelly, el ex mariscal de campo de los Buffalo Bills. Cuando niño, miraba la NFL los domingos. No había otra opción —la liga profesional de fútbol americano de su país en esa época cesó en sus funciones cuando él tenía 6 años de edad.

En honor de Kelly, García usa el No. 12 como mariscal de campo titular para los Mayas de Ciudad de México, que defienden su título de campeones en el segundo año de la Liga de Fútbol Americano Profesional (LFA). Seguramente, algún día los jugadores podrán usar el No. 12 en honor de García, elegido como el Jugador Más Valioso de la liga en la temporada inaugural del último año.

Aunque él está lejos de los primeros puestos en la lista de los deportistas más populares de México, donde el fútbol es pasión, García se emociona cuando es ocasionalmente reconocido por los niños por sus habilidades en el campo de juego. “Ha pasado muy poco tiempo” nos dijo, “pero estamos comenzando a escribir una historia que se está escuchando en todo México”.

García es uno de los rostros de la liga que está tratando de captar a la masiva multitud de fanáticos mexicanos de la NFL, sin duda la más grande del mundo aparte de la de los Estados Unidos. Los jugadores, entrenadores y cuerpo técnico afirman que la LFA representa el comienzo de una nueva era del fútbol americano en México. Pero la joven liga, llena de jugadores que también trabajan en empleos de tiempo completo, todavía debe superar problemas como la reducida concurrencia de público y los bajos salarios, entre otros, para establecerse como una empresa sostenible.

“Se requiere mucho esfuerzo para trabajar durante todo el día y luego venir a entrenar a la noche", decía el entrenador jefe de los Mayas, Ernesto Alfaro, durante una práctica nocturna el mes pasado. “Tenemos la esperanza de que en unos pocos años esta liga sea lo suficientemente exitosa como para que los jugadores puedan vivir de lo que ganan en sus equipos”.

LOS JUGADORES DE LA LFA TIENEN una gran variedad de trabajos. Uno trabaja como chef en un restaurante gourmet; otro es un agente de policía. Hay empresarios que se alinean junto a médicos, mientras ingenieros electricistas alientan a sus compañeros de equipo desde los costados del campo de juego.

Alfaro también trabaja como entrenador de tiempo completo en el programa de fútbol americano universitario del Instituto Politécnico Nacional los Burros Blancos. Aunque el fútbol americano profesional fracasó en México en la década de 1990, el deporte tiene una larga trayectoria en el país a través de ONEFA, una importante liga universitaria cuyos orígenes se remontan a 1930.

García también trabaja como entrenador de los mariscales de campo de los Burros Blancos bajo la supervisión de Alfaro, y además trabaja con los equipos juveniles afiliados al Instituto. Aunque los días de García comienzan bien temprano por la mañana y terminan entrada la noche, él se hace tiempo para tomar clases de alemán. Una vez que su carrera como jugador termine, él desea obtener un doctorado en mecatrónica, una combinación de ingeniería electrónica y mecánica.

“Tengo dos pasiones”, dijo García. “El fútbol americano y la mecatrónica”.

El juego de malabares entre las carreras, la universidad y el fútbol americano, es un problema con el que deben lidiar todos los equipos de la liga, así que Alfaro mantiene su mente —y las de sus jugadores— concentrada en una meta.

“El año pasado ganamos el campeonato”, dijo. “Este año volveremos a aceptar con gusto el desafío”.

LA LFA SE INICIÓ como una idea de Juan Carlos Vázquez, 42 años, veterano periodista deportivo de México. Él escribió su tesis para su grado de MBA sobre la Liga Master, una liga de fútbol americano profesional que desapareció en 1996 luego de siete temporadas, y sobre la manera en que las ligas profesionales afuera de Estados Unidos pueden ser exitosas.

“Cuando yo era un niño, era un fanático de la [Liga Master]", dijo Vázquez, que trabaja para Fox Sports además de su rol como director de operaciones de la LFA. “Me dolió mucho cuando la liga cesó y desde entonces he pensado en crear una nueva”.

Veinte años después de la desaparición de la Liga Master, la LFA fue lanzada con cuatro equipos, todos de la Ciudad de México o localidades cercanas. Esta temporada, la liga agregó dos equipos en las ciudades norteñas de Saltillo y Monterrey. Vázquez dijo que la meta es tener ocho equipos en dos años y, finalmente, llegar a los 10 equipos.

La liga es financiada principalmente por sus auspiciantes y también recibe dinero por la venta de entradas, concesiones e inversionistas privados.

“Los jugadores y los auspiciantes son quienes más creen en este proyecto”, dijo Vázquez. “Y en la segunda temporada ya estamos viendo que aumenta el público asistente a los partidos”.

Él tiene la esperanza de que algún día la LFA sirva de conducto para que los atletas mexicanos lleguen a la NFL, pero admite que el ritmo de juego en México está muy lejos del nivel de los Estados Unidos. Si bien muchos mexicano-estadounidenses han logrado llegar a la NFL luego de aprender el juego en el sistema de EE. UU., el liniero ofensivo Rolando Cantú es el único jugador no pateador nacido en México que jugó en la NFL —y su carrera duró un solo partido.

Vázquez cree que si la masiva base de fanáticos mexicanos de la NFL apoyara a la LFA, el nivel de talentos nacionales podría elevarse significativamente en una generación.

Para lograrlo, los funcionarios de la liga quieren mantener a la liga primordialmente mexicana, permitiendo que cada equipo solo incorpore dos jugadores extranjeros. Eso es un marcado contraste con la cantidad de 20 jugadores internacionales por equipo que admite la Liga de Fútbol Americano de Canadá. La LFA obtuvo algo de publicidad recientemente con un jugador estadounidense, cuando el ex receptor abierto de la NFL, Chad Johnson, jugó un partido para los Monterrey Fundidores — con la leyenda Ochocinco, su nombre legal entre 2008 y 2012, inscripto en la espalda de su camiseta.

Para Vázquez, el beneficio de la liga va más allá que la mejora del nivel de juego. La considera como un "compromiso social" con un país en el que los altos niveles de desempleo y analfabetismo son comunes y donde muchos jóvenes terminan cayendo en el delito.

“Estos jóvenes [jugadores] son graduados universitarios, así que son buenos ejemplos para muchos niños”, afirmó Vázquez. “Ellos van a querer ser como los jugadores, pero en todos los sentidos. Van a aspirar a ser alguien que termine sus estudios universitarios y que, luego, trabaje como profesional”,

LA LFA TIENE LA ESPERANZA de llegar a construir su propio estadio, pero por ahora alquila uno de 6,000 butacas en el complejo de la Ciudad Deportiva de La Magdalena Mixhuca para los partidos donde actúan de locales los equipos de Ciudad de México.

Por lo general, la concurrencia es escasa, con un promedio de 1,600 fanáticos por partido en 2016 y 1,900 en la temporada actual. Solo dos veces se ocuparon los asientos en ambos lados del estadio, para la inauguración en 2016 y para el Tazón México – el equivalente al Super Bowl de la LFA.

Los fanáticos más aplicados son los familiares y amigos de los jugadores. El público de cada partido también incluye entre 200 y 300 niños desfavorecidos que acceden gratis en el marco del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, un programa del gobierno.

“Se han convertido en fanáticos”, dijo Raúl López, un representante del Desarrollo Integral de la Familia.

La LFA tiene la esperanza de inspirar también a otros niños mexicanos y para lograrlo, está tratando de no cometer los mismos errores de la Liga Master. El director de prensa de la LFA, Arturo Carlos, dijo que la liga falló porque no tuvo éxito en crear prácticas empresariales sostenibles para capear la crisis económica mexicana de 1994.

“Ahora estamos experimentando algo similar económicamente en México, con la devaluación [del peso]”, dijo Carlos. “Así que nuestro plan es crecer poco a poco”.

La LFA ha trabajado para hallar auspiciantes exitosos, como Under Armour y Suerox (una compañía de bebida deportiva), y tiene la esperanza de que la transmisión de los partidos en línea gratuitamente y por cable y TV de acceso público contribuya a incrementar la cantidad de fanáticos.

Aunque los jugadores no reciben mucha paga — aproximadamente $500 dólares estadounidenses por mes durante la temporada, además de beneficios médicos — la liga intenta ser tan profesional como le es posible. Los jugadores usan camisetas y equipos de alta calidad y todos los equipos poseen un cuerpo técnico, preparadores físicos y personal médico. Para ahorrar dinero, cuando los equipos deben viajar para un partido, vuelan de regreso a casa la misma noche, para no tener que pagar un hotel.

Cada domingo hay dos partidos en el estadio de Ciudad de México, con entradas separadas para cada uno. Las porristas y las mascotas ejecutan sus rutinas a lo largo del día, aunque cambian de indumentaria entre un partido y otro para usar los colores del equipo que representan.

UN DOMINGO a fines de marzo, los Mayas jugaban contra los Eagles, un rival de la misma ciudad y el único equipo que los había vencido esta temporada. Una victoria le garantizaba un lugar en las finales al equipo de Alfaro.

El equipo salió corriendo del túnel, encabezado por un hombre con vestimenta indígena tradicional y haciendo sonar una caracola.

Todos, menos el back defensivo Gerardo Gil.

Gil había sido convocado al hospital de Ciudad de México donde trabaja como cirujano general para evaluar a un paciente. Afortunadamente para los Mayas – y para el paciente – no fue necesaria una cirugía de emergencia.

Cuando se acercaba el momento del famoso volado, Gil entró corriendo al campo de juego para participar en los últimos calentamientos antes del partido.

“Así es siempre la vida de un médico – uno tiene emergencias que no puede controlar” afirmó. “Pero los entrenadores lo saben. Son comprensivos. Hasta ahora, nunca tuve que faltar a un partido”.

Él admite que corre el riesgo, como cirujano, de practicar un deporte que implica interceptar los pases de los oponentes y hacer rudas tacleadas. Pero su amor por el deporte lo mantiene en el campo de juego.

Gil no es el único jugador de fútbol americano de una familia que es propietaria de una empresa de producción y distribución de pollos. Uno de sus hermanos, Isaac, juega en la línea defensiva de los Mayas y otro, Antonio, es un liniero defensivo de los Condors de Ciudad de México. Cuando los Mayas enfrentan a los Condors, nos dijo riendo, sus padres están “divididos”.

LAS MASCOTAS Y LAS PORRISTAS animaron a los fanáticos a lo largo de un primer tiempo bastante lento. Los Mayas ganaban por 3 a 0, pero Alfaro no estaba conforme. En una arenga en la que abundaron las malas palabras, con las venas de su rojo cuello hinchadas, les dijo a su equipo: “¡Si quieren volver a ser campeones, concéntrense!”

En el segundo tiempo hubo una lluvia de anotaciones y los Eagles lograron una ventaja de 24-20 casi al final del cuarto cuarto. Pero García lideró a los Mayas a la yarda 6 cuando faltaba menos de un minuto y luego conectó con Josué Martínez en la zona final para lograr una victoria de 27-24 que garantizó un lugar en las finales entre cuatro equipos, que comenzarán el 23 de abril y culminarán una semana después con el Tazón México.

Después del partido, los jugadores conversaban con sus familias, amigos y fanáticos, firmando autógrafos y posando para fotografías. Pero el grupo más concurrido era el de la familia Ríos. Tres de los hermanos del clan juegan para los Mayas – Raúl, Roberto y Rodrigo.

El ritual de los Ríos posterior al partido es comer en la casa de la abuela, y este domingo no sería diferente. Allí, la matriarca de 86 años sirvió pollo y sopa con mangos como postre. Los hermanos, rodeados por más de una docena de familiares que también asistieron al partido, se pasaban alegremente un teléfono en el que se reproducía un video de la anotación de Roberto después de una carrera de 37 yardas en la segunda mitad.

“Fue mi primera anotación en siete años”, reflexionaba Roberto, que, a diferencia de sus dos hermanos, no jugó en la LFA el año pasado. “Pero tengo la esperanza de que no sea la única”.