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El postergado de siempre

El clásico en Mar del Plata le deja "problemas" a Sava y a Pellegrino Fotobaires.com

BUENOS AIRES -- Los entrenadores se quejan de que los torneos de verano no son redituables. Si les va bien, el éxito se minimiza porque se trata de una competencia preparatoria, de segundo orden, que ninguno afronta con la seriedad de un torneo oficial.

Si, en cambio, el equipo no aparece, se instala el murmullo de inquietud. Y ni hablar de la exposición a lesiones, un ítem que inspira terror en los DT. Además, los contratos por animar la temporada playera, según dicen, no son gran cosa.

Mauricio Pellegrino acaba de probar la fruta amarga luego de la derrota con los suplentes de Racing. Su tono impasible no logra ocultar la preocupación que despierta, a una semana de que comience el campeonato que importa, un equipo perdido –incluyendo a Martín Benítez, su jugador de excepción–, en el cual, para colmo, falló gravemente el Ruso Rodríguez, resintiendo su relación con un público que suele manifestarle hostilidad.

Por el lado de Racing los problemas son otros. Más gratos, más llevaderos. La complicación de Facundo Sava reside en que, victoriosos y agrandados, los suplentes que obtuvieron el clásico reclamarán implícita o explícitamente una plaza en el equipo.

Entre ellos se destaca Oscar Romero. El paraguayo tuvo, como otras veces, una tarea descollante. Y volvió a demostrar que su repertorio técnico es de una riqueza que no tiene demasiadas comparaciones en el fútbol argentino.

Jugó un gran partido, cuyo cenit fue el pase magistral a Tito Noir para el 1-0. Fue uno de esos toques que sólo se permiten los cracks.

Romero es un caso bastante típico y al mismo tiempo difícil de entender. Todos le reconocen una habilidad pasmosa y un enorme talento para hacer jugar a los demás. Pero nadie lo pone de titular. Nadie se lo toma en serio. Como si sus méritos, en un fútbol que demanda como prioridad la excelencia atlética, fueran accesorios.

Quizá Romero se cavó la fosa cuando dijo, apenas llegado de Cerro Porteño, que le faltaba “dinámica” (esa fue la palabra).

Diego Cocca, que nunca le encontró un lugar, lo hizo echar raíces en el banco, y sólo lo usó quirúrgicamente en situaciones muy específicas.

Para Sava, al igual que para su predecesor, Luciano Aued y Marcos Acuña, que ni por asomo lo superan en destrezas, están antes que el paraguayo.

Es cierto que Romero tiene un andar un tanto parsimonioso para la celeridad que se espera. Y que su recorrido no es el de los futbolistas más pródigos. ¿Pero se le pedía a Riquelme, por poner un ejemplo ilustre, el despliegue de un carrilero cabal?

El pecado de Romero, en todo caso, es, a juicio modesto de este cronista, cierta liviandad que hace pensar que no interpreta correctamente los partidos.

Esto es, aplicar cierta displicencia que él cree un lujo, en momentos inoportunos. A veces da la sensación de que su jugada (aquella jugada para enmarcar) es más importante para Romero que la suerte colectiva y el resultado.

Podría llamársele inmadurez, indolencia o canchereo. Me parece que la inteligencia de los futbolistas también se puede pulir. Es una tarea, muchas veces descuidada, de los entrenadores.