Fútbol Americano
Alejandro Caravario 8y

El pasado no cuenta

BUENOS AIRES -- Gabriel Milito se hará cargo de la conducción del plantel de Independiente, luego de una temporada de vacas flacas en el club de Avellaneda, con el objetivo de recuperar viejos brillos.

El ex defensor es un entrenador joven, de cuño catalán, y si nos guiamos por las declaraciones de sus dirigidos en Estudiantes (su primera experiencia con profesionales), elaboró un discurso de alto impacto. Es de esos DT que saben hacerse escuchar y dejan huella.

Pero al margen de estas condiciones, se supone que Milito cuenta con una ventaja por sobre los colegas que podrían haberle diputado el puesto, incluso los más experimentados. Tiene una historia en Independiente; por lo tanto, sus espaldas (así se dice, como si se hablara de estibadores o fisicoculturistas) serían más generosas, absorberían con mayor facilidad la presión.

Sostener tal premisa -y tanto el público como los dirigentes la enarbolan- sería desconocer el ánimo inestable de los actores del fútbol. Sobre todo, del público y los dirigentes.

Milito, un hombre del riñón del Rojo, se fue dando un portazo de su querido club a fines de 2014 porque algún directivo quería meterse con su grupo de colaboradores. Y ni siquiera dirigía la primera.

Sobran los ejemplos de próceres cuyo pedestal se lo comieron las hormigas. Quizá el más resonante, el más increíble y también demostrativo de la caducidad de la idolatría es Carlos Bianchi.

Luego de hartarse de levantar copas nacionales e internacionales se convirtió en el máximo héroe moderno de Boca después de Riquelme.

Su regreso tardío no fue tan feliz y el público, como un César disconforme que señala el piso con el pulgar, hizo la vista gorda cuando se lo cargó un dirigente como Daniel Angelici (él solito), de quien se sospecha incluso que ni siquiera es hincha de Boca.

El fervor futbolero es tan intenso como fluctuante. Las estrellas amadas caen en desgracia la semana siguiente sin que a nadie se le mueva un pelo y sin que asome sospecha alguna de traición.

Por suerte, los protagonistas ya están vacunados. En especial los entrenadores, a quienes se responsabiliza en forma directa (es parte de sus funciones) de las frustraciones. Milito parece una persona observadora e inteligente. Sabe que no goza de prerrogativas por su pasado victorioso en el club.

Lo único que tiene para aportar es su capacidad. Y el entusiasmo intacto del que comienza una carrera. Otro técnico, cualquiera, estaría en idéntica posición.

El cariño indudable y recíproco entre Milito e Independiente mantendrá su flujo constante en la medida en que haya victorias e ilusiones disponibles.

Los recuerdos felices no garantizan inmunidad ante las crisis. Pero suena triste afirmar que la única lealtad es con el éxito. Milito arriesga un capital importante, que estaría a salvo si no hubiera resuelto regresar a un puerto caliente. Eso hace más encomiable su decisión, más arduo el desafío.

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