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Autoridad sin estridencias

BUENOS AIRES -- River arrancó a full. Le bastó con engranar durante un rato del segundo tiempo para borrar de la cancha a un rival de mandíbula frágil como Banfield.

El efecto euforia, el ánimo burbujeante que dejó la Recopa Sudamericana mantiene su vigencia, agranda a un plantel que necesita confianza en esta etapa de transición. De ensayo y error.

Por eso desentonó tanto el desplante de Andrés D’Alessandro hacia el entrenador cuando le tocó salir. Es cierto que, al cabo de la ducha, cuando las pulsaciones habían bajado a un nivel razonable, el futbolista minimizó el hecho. Se lo adjudicó a su personalidad vehemente y a que nunca le gusta abandonar el campo antes del final. Agregó, por si hacía falta, que su relación con Marcelo Gallardo es la mejor.

De lado del DT, también hubo paños fríos (acababan de ganar 4 a 1 en el debut), aunque deslizó una aclaración que nunca es ociosa: las decisiones sobre quién entra, quién sale y de cuántos minutos dispone cada jugador en cancha son todas del entrenador y nada más que del entrenador.

Esta racha de dulzura acaso permite macanas como las de D’Alessandro. Pero su experiencia debería indicarle que los berrinches en público sólo lesionan la imagen del entrenador. Lo que pasó no es grave, desde luego, pero tampoco ayuda.

Al futbolista se le escapó además la gentileza que implicaba el cambio: Gallardo quiso que se llevara el mimo de la ovación individual. Hasta las estrellas de máximo porte aceptan el trago amargo de abandonar la cancha. Es imaginable que a nadie le hace gracia. Pero resistirse o poner mala cara no habla de un temperamento caliente sino de escaso profesionalismo. Algo difícil de disculparle a un tipo que tiene un largo recorrido en el fútbol.

Por su parte, Gallardo mostró las uñas de guitarrero. El aplomo para ejercer su autoridad sin estridencias. Indispensable en cualquier líder. Tal vez no hacían falta sus declaraciones serenas y sin concesiones.

Se sabe que, por muy cerca que se encuentre generacionalmente y por mucho que represente D’Alessandro para River, el DT sólo se dejar conducir por su buen tino.

A diferencia de otros entrenadores incapaces de tocar a las figuras, Gallardo sentó en el banco al volante cuando juzgó que no estaba entero, lo relevó cada vez que lo creyó oportuno y, del mismo modo, lo bancó –lo banca– a pesar de que, hasta aquí, su rendimiento no ha sido destacable.

D’Alessandro tuvo algunos problemas físicos a poco de su regreso. Ahora, más asentado al ritmo de competencia, le cuesta sin embargo encontrar la posición más propicia para incidir de manera determinante en el equipo.

El gol ante Banfield acaso lo anime a buscar más el área rival y encasillarse menos en su rol de tranquilo pasador.

En cualquier caso, más que reproches producto de la calentura, debería tener voces de agradecimiento para un técnico que lo trata con respeto y que valora su talento. Pero que, eso sí, piensa primero en las conveniencias del equipo.