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O mais modesto do mundo

Brasil x Bolívia na abertura da Copa América 2019 Getty Images

SALVADOR (Enviado especial) -- Algo cambió en el fútbol brasileño aquel 8 de julio de 2014. Incluso se puede decir que el pueblo brasileño entero mutó en su forma de auto-percibirse, en su idiosincrasia, en su manera de afrontar la vida. Porque nadie sale incólume de una derrota 1-7 en semifinales de una Copa del Mundo. Menos como local. Y mucho menos una Selección que llevaba una carga de 64 años. Un lastre que no sólo no logró alivianar, sino que hizo más pesado. Entonces, los torcedores de hoy, acostumbrados por décadas a ganar todo, se vieron obligados a aceptar la derrota. Y ese, muchas veces, es un gesto de nobleza.

Ningún hincha ni ningún analista del continente en su sano juicio puede negar que Brasil es el principal candidato a ganar la Copa América que comenzó este viernes. El equipo de Tite tiene las mejores individualidades, el mejor funcionamiento colectivo y es el dueño de casa. La Canarinha, que sería favorita en cualquier contexto, en estas circunstancias lo es todavía más. Toda América lo ve así, excepto Brasil.

"Va a ser un partido duro", afirmó Ricardo, un taxista de 35 años en la víspera del choque inaugural contra Bolivia. Puede parecer una frase copiada de los futbolistas, un reflejo a la hora de palpitar un partido importante. El hincha se mimetiza con sus admirados y actúa y habla como ellos, incluso sin pensar lo mismo. Sin embargo, no fue sólo eso, fue mucho más. Fue un ejemplo del cambio de actitud del pueblo brasileño.

Ya no va más el "o mais grande do mundo" ante cada consulta futbolera. Aquel sentido común que los situaba como los mejores del planeta pasara lo que pasara no existe más. Los títulos del mundo, los cracks como Pelé, Garrincha, Zico, Romario y Ronaldo y los equipos inolvidables de Zagallo, Parreira y Scolari construyeron un imaginario colectivo en el que nadie era capaz de competir con la Verdeamarela. Tricampeones, tetracampeones, pentacampeones. Siempre había un peldaño más al que subir, un metro más para alejarse de los demás.

Sin embargo, en 2014 todo cambió. El plantel que tenía como misión ganar la Copa del Mundo y enterrar para siempre el Maracanazo, quizás la única derrota realmente dolorosa de la historia, fracasó de manera rotunda. Lo hizo en la cara de su pueblo y de la forma más ignominiosa. Millones de personas seguras de una victoria vieron como se derrumbaba no solo una ilusión sino un estilo de vida. Lo que ocurrió en Belo Horizonte fue mucho más que una goleada en contra.

Desde aquella jornada "trágica", Brasil dejó de ser "o mais grande do mundo" para sus propios torcedores. El dolor fue demasiado grande como para que no dejar marcas. El efecto fue casi inmediato. El triunfalismo que era parte de la identidad del fútbol brasileño desapareció. Fue como si se hubiese corrido el velo. Como si aquellos años de gloria no hubieran sido más que una fantasía y que la realidad era una en la que el único destino posible era perder una semifinal por seis goles de diferencia.

Aquella noche, la sensación no fue de furia ni de violencia, sino de tristeza. Un silencio sepulcral se apoderó de las calles que antes habían sido escenario de fiestas populares. Fue imposible de comprender en el momento, pero el desconsuelo no fue por una derrota futbolística, sino por algo mucho más profundo. El pueblo brasileño comprendió que no era el mejor del mundo, sino uno más. Uno que puede perder o ganar.

Lo que ocurrió en el primer partido de la Copa América fue lo que se esperaba. A Brasil le costó un poco abrir el marcador ante Bolivia y cuando lo hizo liquidó el asunto sin esfuerzo. Hay semejante diferencia entre ambos planteles que el desenlace estaba escrito. Más allá de eso, los hinchas locales vivieron el debut con expectativa y respeto. "Va a ser duro", dijo Ricardo en Salvador de Bahía y repitieron miles de torcedores a lo largo y a lo ancho del país.

El 7-1 rompió todos los paradigmas e inauguró una nueva etapa para el fútbol brasileño. Ya pasaron casi cinco años en los que la modestia le ganó el lugar de privilegio a la vanidad. Cinco años en los que se cimentó una identidad diferente. Habrá que ver si esa identidad sobrevive a un título, el primero de la era post Mineirazo.