<
>

Gajes de la madurez

BUENOS AIRES -- Según se ha visto, la obtención de la Copa Libertadores no será tan sencilla para Boca como lo vaticinó Riquelme.

Si bien la revancha en la Bombonera se prevé como un partido muy distinto, la excursión a Ecuador, ante un equipo que dista mucho de ser una potencia, volvió a mostrar a un Boca inestable, desparejo.

Además, una hipotética final lo enfrentaría a Nacional de Medellín, hasta acá el mejor de la Libertadores. Así que el campo no es orégano, como sugieren las palabras del ídolo de Boca.

Y aquí hay que centrarse en Guillermo Barros Schelotto, casi un amuleto del presidente Daniel Angelici, que cree ver en el Mellizo la recreación espontánea de los esplendores máximos de la historia de Boca. Y por eso lo contrató en su momento.

El ahora DT fue un gran protagonista de aquella época de gloria que comandó Carlos Bianchi.

Se sabe que Schelotto era un jugador ganador y carismático. Un fetiche para la tribuna, que disfrutaba de su talento tanto como de su picardía.

Gozaba del título de “vivo”, mérito máximo de un futbolista según los códigos que rigen la profesión.

Pero ahora que está del otro lado, en el estrado de la autoridad, Guillermo no parece el atorrante simpático que solía ser en los tiempos de pantalones cortos.

Mantiene, eso sí, sus raptos de ira, ciertos desplantes y arrebatos de niño caprichoso. Pero no se muestra tan relajado. Se lo ve exigente, verticalista y sin pudores para dejar en evidencia los errores de sus futbolistas.

La acusación pública a Fabra después del segundo gol de Independiente del Valle resulta imperdonable para alguien que, se supone, debe mantener la calma y contagiar entusiasmo precisamente cuando el barco zozobra.

Las cualidades de su etapa de jugador permitían proyectar un técnico más permisivo y compinche del plantel. Pero el tipo se destapó como un sargento, que pretende para su voz la jerarquía de palabra sagrada.

Así lo demostró hace un tiempo, prohibiéndoles más que enérgicamente a sus jugadores tirar “centros de mierda”.

Queda claro que, pasados los años, Guillermo Barros Schelotto no reproduce su conducta de futbolista. Sus responsabilidades son otras y, por mucho que uno discrepe con sus procedimientos, hay que reconocer esos cambios como apuestas a la madurez.

Del mismo modo, no habría que esperar que reproduzca sus éxitos, tal como parece ser el anhelo del presidente de Boca.

Aquel futbolista espontáneo, gran improvisador, hoy es un entrenador serio y previsor que, por el momento, no le ha dado a Boca un juego consistente.

Ni que establezca una notoria diferencia a favor con respecto al equipo del Vasco Arruabarrena, eyectado en forma precipitada, según el modus operandi de Angelici, hombre inclinado a la autocracia y las ejecuciones sumarias.

Hubo un receso que permitió recuperar físicamente a Tevez e invertir en el refuerzo del plantel. Están dada la condiciones para que, en el gran escenario de la Copa Libertadores, al que Boca le colocó todas las fichas, el Mellizo deje de ser el estandarte que remite al pasado luminoso y demuestre cuánto puede aportar en su nuevo rol de conductor y estratega.