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Un cuento infeliz

MÉXICO -- Había una vez en un país muy muy lejano una selección nacional que se encerró a piedra y lodo durante varias semanas para entrenar duramente en vísperas de un campeonato mundial de fútbol en el que muy pocas veces había destacado. Esa selección, que se vestía de verde (y algunas veces de blanco y otras de negro dizque porque se veían más guerreros) entrenaba y entrenaba y sólo salía de su cueva en la lejana isla del pegaso, primero, y en la tierra moreliana, después, para que sus jugadores hicieran algún anuncito en la tele para proveer depósitos monetarios a las arcas, siempre bienvenidos.

Jugadores mexicanos hablan tras derrota con Inglaterra

Cuando se sintió segura, esa selección salió y anunció triunfante que abatiría a algunos enemigos que gustosos habían aceptado unos cuantos duelos en suelo paisano, a fin de servir de conejillos para que los verdes demostraran lo que habían aprendido en su largo encierro. Y lo hicieron, sí. Demostraron que el arduo entrenamiento apenas servía para empatar o ganar por la mínima ventaja a equipos que no gozaban de nivel reconocido en el deporte que practicaban. Y la afición comenzó a preocuparse: ¿Este era el gran equipo que los representaba? ¿El que apenas le ganaba 1-0 a la picosona selección que también sufría sus propios problemas de efectividad? ¿Eran los grandes jugadores que veía día y noche en la televisión anunciando todo lo anunciable los mismos que pecaban de desesperación en la cancha y fallaban todo lo fallable?

Pero vendría un juez. Un equipo "de verdad". Una selección más o menos respetada a la que algunos querían ver jugar por representar el mejor fútbol del mundo, y otros por alegrar sus ojos con futbolistas razonablemente apuestos... y también porque representaban el mejor fútbol del mundo y venían de la tierra de los gloriosos Beatles. ¿Qué haría la selección verde ante la inglesa? ¿La haría sufrir? ¿Mostraría lo practicado en el encierro en las islas mexicanas y en la gira por paisanolandia?

La desgracia llegó. Los verdes jugaron "más bonito", lo que sea que eso quiera decir, y los ingleses simplemente golearon. ¿De qué sirvió tanto entrenamiento? ¿Qué podrá ajustar el líder del equipo mexicano en dos semanas que no haya podido arreglar en dos meses de concentración y gira? ¿Cuándo, por santa Maradona, encontrará su once ideal? ¿Qué hacen ahí el Conejo Pérez y el Bofo Bautista? ¿En qué momento el Chicharito perdió el toque? ¿Es éste el tricolor que enfrentará al subcampeón del mundo? ¿Es ésta la selección que aspira a los cuartos de final?

Y los aficionados, siempre fieles, estaremos ahí aunque esta selección no nos tenga en cuenta, como los adolescentes enamorados de la cantante más bonita del mundo, que canta feo, sí, pero en nuestra imaginación es sólo nuestra y eso es lo que importa.

¡SANTOS CAMPEONES, BATMAN!
Romano ganó ese partido, no me queda la menor duda. Pocas veces había visto una final tan dramática y aunque le iba a Toluca (yo, siempre simpatizante de los malos de las películas), sentía que Romano, con sus Santos, merecían ganar el título del Bicentenario. Estaba tan segura de que aprovecharían la enorme ventaja que llegaron a tener en la tanda de penales que me atreví a anunciar que Santos había firmado la corona, pero la mala puntería de Vuoso, Morales y Arce echaron a perder la campaña de Rubén Omar Romano.

Toluca es campeón más por suerte que por méritos. Si su temporada fue buena, su liguilla dejó mucho que desear y su final de vuelta fue llanamente lamentable. Yo me quedo con Romano y su sentimiento de campeón sin corona que ni un millón de Vuosos podrá quitarle. ¡Felicidades, campeones!

Twitter decepcionado: @gespn