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Más difícil que hacerle un gol a Suiza

JOHANNESBURGO -- Anoche sufrí el frío como pocas veces en mi vida: Brasil batalló por más tiempo que el planeado con Corea del Norte en el Ellis Park, y unos 55 mil fanáticos tiritamos al ritmo de un equipo que nos hizo asombrar. No hablo del Timao, obvio, sino de su rival.

Es cierto que los 3 grados que atacaron la ciudad obligaron a muchos a hacer una cola casi interminable para comprar un café (dato del estadio: cada seis puestos de venta de gaseosas, sólo hay uno de bebidas calientes, imaginen...). Muchos, incluso, se perdieron el primer gol de Brasil por quedarse resguardados del frío tras el entretiempo. Imperdonable.

Pero lo que llamó la atención de los que sí pudieron ver el partido fue la disciplina odiosa que presentaron los norcoreanos. Ordenados, concentrados, con cinco defensores (al menos dos de ellos siempre firmes en el fondo cuando su equipo se iba al ataque), complicaron a uno de los candidatos al título, y por momentos parecieron poder llevarse un empate de su debut.

Claro, un tirazo de Maicon (o un error de su arquero) arruinó cualquier esfuerzo oriental. Pero hasta ese momento, Corea incluso había mostrado algunas puntadas de su fútbol de contraataque, sobre todo de la mano de su número nueve, Jong Tae Se. Mis felicitaciones a este hombre morrudo y fuerte, que complicó a la defensa brasileña y ganó fama por llorar durante el himno de su país.

Al terminar el partido, con el agónico gol que regaló un poco de justicia al marcador, pensé que Corea podía ser la sorpresa del torneo, aún sin avanzar, si saca un punto ante Costa de Marfil o Portugal que determine la eliminación de alguno de esos seleccionados.

Pero por supuesto, después vino Suiza. No voy a extenderme en este partido porque, al igual que la mayoría, lo vi por TV. Sí me gustaría rescatar que Suiza continúa sin recibir un sólo gol en Mundiales, algo que ya había sucedido en toda su participación de 2006, cuando quedó eliminada tras igualar 0-0 con Ucrania y caer en los penales, en octavos de final. Sin recibir goles. Insólito.

Al ver el gol de Suiza, cualquier superioridad en nombres y en acciones colectivas del equipo español siginificó muy poco para mí. El cerebro, en cambio, se me disparó hacia la estadística. "España lo tiene difícil", consideró a metros de mí un fanático ibérico frente a la pantalla gigante de la Mandela Square, en el barrio de Sandton. Tenía razón. Más difícil que hacerle un gol a Suiza, el equipo de valla perpetuamente invicta. Y la selección que le robó cualquier posibilidad a Corea del Norte de ser considerada como la sorpresa del torneo.