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Uruguay vive

BUENOS AIRES -- Cuando Sebastián Washington Abreu marcó el gol de la clasificación ante Costa Rica en el estadio Centenario, el fútbol de Uruguay empezó a revivir. Ese fue el momento en el que la historia comenzó a modificarse, en un cambio que se consumó hoy, con una clasificación brillante para los octavos de final de la Copa del Mundo.

Nada tenía que ver aquel empate en el repechaje frente a los Ticos con el de 2002 frente a Australia o con la participación en México 1986 o Italia 1990. Se sentía diferente, se vivía diferente. Porque la Celeste ya no era un rejunte de voluntades que sólo confiaba en la garra. No, éste era un equipo sólido, con poder ofensivo y algunos de los mejores jugadores de Europa. Un conjunto con alma, como siempre, pero también con fútbol.

Diego Forlán, el abanderado de esta generación, ganó dos Botines de oro en los últimos años y trasladó ese gran nivel al combinado nacional. Es uno de los pocos de este plantel que sufrió la decepción de 2002 y tuvo su revancha en el segundo partido en Sudáfrica, contra el anfitrión. Marcó dos goles y fue la gran figura.

El empate frente a Francia en el primer día de esta Copa del Mundo fue un punto de partida desde el cual este equipo que ya venía creciendo en los amistosos previos afianzó su evolución. Se defendió con criterio y atacó cuando pudo, pero sobre todo ganó confianza para brillar en su segunda presentación.

En el juego final de la primera fase ante México, sólo necesitaba un punto para avanzar a octavos en el primer lugar y así evitar a Argentina. Sin embargo, lejos estuvo de salir a cuidar ese 0-0 y atacó como lo que es: un equipo grande. La historia de un bicampeón del mundo obliga y la Celeste respondió a esa historia.

Después de 56 años, un Seleccionado uruguayo ganó dos partidos en un mismo Mundial. En aquel torneo de Suiza 1954, jugó la semifinal, que perdió frente a la Hungría de Puskas. Además, por primera vez logró superar la fase inicial sin goles en contra y Muslera superó el récord de valla invicta que ostentaba el legendario Mazurkiewicz. Números y marcas que describen la extraordinaria campaña de esta Selección.

Ni el más optimista hincha charrúa soñó con estos resultados cuando el sorteo de Ciudad del Cabo los emparejó en el grupo de la muerte. Sin embargo, este equipo tenía guardado su mejor momento para cuando más se necesita. Todos hacen su parte: Muslera ataja; Godín y Lugano defienden y ordenan; Pérez lucha; Forlán juega y Luis Suárez golea. Nada está fuera de lugar, todo funciona como nunca desde los tiempos del Maracanazo.

Ahora el rival será Corea del Sur, un cruce muy conveniente para soñar con un lugar entre los ocho mejores. Pese a los pronósticos apolípticos de los agoreros que afirmaban que el fútbol uruguayo estaba muerto, este plantel demostró que está más vivo que nunca. Y con los sueños intactos.

MESSI Y PALERMO LE GANARON A LA MEDIOCRIDAD
Es imposible no sentir felicidad cuando un equipo que sólo se dedica a defenderse pierde al final del camino. Grecia salió al césped del estadio Peter Mokaba con el único objetivo de no dejar jugar a su adversario, de cortar de juego.

Un aislado y voluntarioso Samaras fue el único atacante intentó en soledad como si fuera el legendario Leónidas cuando defendió a Las Termópilas. Los diez griegos restantes jugaron en defensa, sin interés por el armado de jugadas de ataque y con el solo objetivo de destruir.

Por eso, el triunfo argentino es una gran noticia, que dignifica las buenas intenciones y castiga el amarretismo de uno de los muchos Seleccionados que participan de este torneo. El conjunto de Maradona el que más hombres de ataque suma y por eso es justo su victoria. Más aún cuando el perjudicado es el mediocre combinado heleno.

Además, como para hacer aún más importante la noche de Polokwane que terminó con la clasificación a octavos en el primer lugar, Martín Palermo volvió a vestirse de héroe. Ya es un lugar común decir que es un personaje de película, por eso evitaremos la apreciación. Sin embargo, no está demás decir que si hay un futbolista que merecía un estreno mundialista semejante, ése era el gran Martín.