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Los niños del Mundial

Los niños de Sudáfrica dejan volar sus sueños de ser un día bafana bafana Getty

JOHANNESBURGO -- Después de tres semanas en Johannesburgo las experiencias son muchas y las conclusiones interesantes, luego de que en la ronda de grupos la Copa Mundial de Sudáfrica dejó en el camino al campeón y al subcampeón de la edición previa, clasificó a todos los equipos de América menos uno, y puso a sufrir a todos los favoritos.

Primera conclusión: Los equipos americanos han crecido y los europeos no llegaron en su mejor momento. Sí, lo sé, no se necesita ser un genio para escribirlo.

Pero más allá del desarrollo futbolístico de América, pesa la adaptación en Sudáfrica. El jugar en escenarios hermosos y recién construidos, pero vivir un entorno muy diferente al que se encontraba en Alemania, Japón, Corea, Francia, Estados Unidos, Italia.

En Sudáfrica las selecciones sí ven a la gente --por muy alejadas que se encuentren en costosos hoteles protegidos como en una cárcel de alta seguridad--. Ver en su trayecto rumbo al estadio a niños pobres pateando pelotas a la orilla de la carretera debe ser algo que mueve el sentimiento de más de un seleccionado americano que puede verse reflejado. Porque más de uno ha surgido de barrios pobres y encontraron en el fútbol una forma de vivir en la bonanza.

Y no es cuestión de hacer análisis antropológicos, sino de realidades. Sudáfrica es diferente y contrastante. Junto a algunos de los estadios más modernos del mundo aparecen zonas de pobreza que sería imposible no ver, por más concentrados que viajen en sus autobuses mientras escuchan su música.

Ninguno lo aceptaría abiertamente, pero no es lo mismo cruzar por barrios alemanes viendo sólo a sus aficionados, que encontrarse a su paso con niños que se sueñan dentro de esos autobuses, recorriendo el mundo, saliendo de su pobreza.

Sudáfrica es diferente para todos. Desde aficionados hasta jugadores. Pero no tanto para directivos, pues ellos siempre estarán en el mundo de la opulencia.

Para los dirigentes no hay carencias y seguro que ellos no ven niños pobres pateando pelotas de trapo, ni se topan con gente local que te da un abrazo y siempre te quedará la duda si era realmente de corazón o alguno buscaba sacarte la cartera.

No, los dirigientes son una élite que ve Sudáfrica desde las suites de lujosos hoteles. Que lo mismo se hospedan en el Hotel Michelangelo junto a Mandela Square, en donde a la puerta puedes encontrar los autos más caros del planeta.

Así en una tarde cualquiera puedes toparte frente a su hotel los Rolls Royce, los Lamborghinis, los Ferraris, los Aston Martin, o Porsches. Los BMW o Mercedes son demasiado austeros, aún en sus versiones más costosos.

Y en una noche cualquiera también encontrarás en el lobby al menos a una docena de hermosas mujeres negras que a cada huesped del hotel le ofrecen acompañarlo a su cuarto.

Los directivos no se conmoverán por lo que ven. Pues a ellos sólo pueden verlos otros dirigentes. No verán niños a la orilla del camino, aunque sí se enterarán que la FIFA y el Comité Organizador realizan donaciones para apoyar el desarrollo del fútbol infantil en África.

No, ellos no comerán con prisas ni tendrán que soportar el frío. Porque en su Mundial todo es bello, todo es alegría, todo es bonanza. Ellos alabarán a Sudáfrica por haber organizado la mejor Copa de la historia, felicitarán a su gente por su comportamiento, es más, la calificarán como la mejor afición.

Y después volverán a sus palacios, ya sea en Lausana, en Londres, en París, en Madrid, en Tokio, en México. Y seguirán planeando, satisfechos por haber llevado el fútbol al punto más sureño del continente africano. Mientras Sudáfrica vivirá la cruda mundialista y empezará a pagar cuentas y a pensar qué hacer con sus estadios cuando los Messi, los Kaka, los Villa y tantos más los hayan abandonado.