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BARCELONA -- Leo Messi es hombre de pocas palabras pero el vocabulario de sus gestos puede decir mucho. Y este sábado provocó… ¿Qué provocó? Abrió el marcador contra el Celta con un gol estratosférico (aunque no novedoso en él) y tras los abrazos y felicidad de rigor se llevó la mano al lado de la oreja, en una señal clara de hacer, o esperar, una llamada de teléfono. ¿A quien quiere llamar Messi? O, mejor dicho ¿de quien espera una llamada Leo? La respuesta maliciosa, o lógica, acude rápido al plano porque ocho meses después de que comenzase a hablarse de la renovación de su contrato los contactos han sido entre mínimos e inexistentes y su gesto, recibido con sorna por algunos, se interpreta como un toque de atención en toda regla dirigido a la zona noble del Camp Nou. Jorge Messi ha viajado dos veces a Barcelona desde principios de diciembre y ha regresado a Argentina sin que haya existido ni una simple imagen con la que tranquilizar al barcelonismo, que se niega a imaginar la marcha del ídolo en la misma medida que comienza a mostrarse impaciente por el retraso que va acumulando un asunto principal. Porque en el Barcelona se puede tratar la llegada del nuevo entrenador, se puede estudiar la mejora de los baños del Camp Nou, la remodelación del estadio y hasta la inclusión de un nombre comercial… Pero el futuro de Messi es intratable y este sábado, por vez primera, Leo lanzó un aviso a navegantes. Ya puede cualquier portavoz oficial, autorizado o externo del Barça llamar a la calma y dar a conocer encuestas en las que la Pulga sea una preocupación menor que la realidad que se contempla a cada partido en el estadio demuestra que el paraíso se transita de la mano de Leo Messi.
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