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Con el Chelsea, Christian Pulisic ya deja de ser el niño maravilla

CHRISTIAN PULISIC TIENE apenas 20 años y ya la cantidad de palabras de elogio dirigidas a él es pasmosa.

Su clásica velocidad. Su majestuosa aceleración. Su toque, que le permite mantener el balón tan cerca a sus pies que los defensores se ven obligados a darle zancadillas o limitarse a saludarle mientras vuela frente a ellos. El sentido prácticamente de clarividencia con el cual es capaz de conseguir espacios entre un matorral de defensores cerca del arco. La forma como es capaz de anotar, como si fuera un arquero. La forma como frunce el ceño, como si fuera portero de club nocturno.

Para ser claros, el entusiasmo es totalmente justificado. Christian Pulisic es el jugador más talentoso en la historia del fútbol estadounidense. Y de conseguir lo que está a punto de hacer (jugar con el Chelsea en la Premier League inglesa) habrá conseguido una de las hazañas más impresionantes en la historia deportiva de Estados Unidos.

Es cierto que Tim Howard jugó con el Manchester United, pero era arquero; y cierto que Clint Dempsey y Landon Donovan también dieron el salto a la Premier, pero comenzaron en clubes de menor jerarquía, como el Fulham y el Everton.

El caso de Pulisic es distinto. Gracias a su fichaje por parte del Chelsea, será el primer estadounidense con aspiraciones de ser estrella en uno de los equipos más grandes de todo el concierto futbolístico. Casi la mitad de la población del planeta mira partidos de la Premier League, o sea, más de 3 mil millones de personas por temporada. Si Pulisic, un norteamericano joven y de rostro fresco, logra tener éxito, si anota goles, deslumbra y cautiva a los aficionados en Estados Unidos, Europa, China, India y por todo África, cambia todo el cálculo sobre él. Su techo no será Landon Donovan. Será Lionel Messi.

EN UN DÍA en Dortumund, Alemania, durante esta primavera, me encontré con Pulisic en un restaurante en el centro de la ciudad. Está vestido al estilo Euro-casual, con jeans ceñidos y un suéter de capota negro. Noto su sudadera de inmediato porque tiene palabras escritas en círculos sobre las mangas.

"Es de The Uninterrupted (la plataforma de podcasts y videos para atletas profesionales), chicos", nos dice. "LeBron comenzó todo esto de 'Más que un atleta' y me enviaron una".

Normalmente, Pulisic se ha presentado como más discreto que impetuoso, aunque estando consciente del paso que está a punto de dar, su sudadera me hace preguntar si algo ha cambiado en él. No sería algo alocado. La ciencia nos dice que, si una persona toma dos objetos a la vez y cuentan con pesos idénticos y tamaños diferentes, siempre percibirán que el objeto de mayor tamaño es el que aparenta ser el más ligero (Es cierto: intenten comparar un iPhone con un Kindle).

Este fenómeno tiene que ver con el poder increíble de las expectativas humanas: Esperamos que el objeto de mayor tamaño sea el más pesado, por eso se siente más ligero. En el mundo del deporte, la labor de convertirse en leyenda es la misma de cualquier forma, pero si la haces ver más grande de lo que es, asumir esa carga se podría sentir con menos rigor. Muchas súper estrellas lo han hecho de esta forma: Así lo hizo Tiger Woods cuando dijo: "Hola, mundo"; LeBron hizo lo propio cuando aceptó las comparaciones con Michael Jordan antes de egresar de secundaria.

Quizás Pulisic ha decidido que él quiere toda esa atención, el protagonismo y los micrófonos que aparecerán con su llegada al Chelsea. Quizás está listo para dar un paso adelante y dar una declaración mayor con respecto a, por ejemplo, la igualdad salarial en el fútbol o el modelo de desarrollo de la disciplina en Estados Unidos. Quizás esté dispuesto a hablar.

"¿Formas parte de ello, entonces?", le pregunto a Pulisic sobre The Uninterrupted. Su frente se arruga. Sus ojos caen al piso.

"Oh, no puedo decir que formo parte", indica. "Los apoyo, creo que se podría decir así". Posteriormente, nos explica que la fama y la tribuna que conlleva podrían ser los aspectos más retadores para él de su pase al Chelesea, porque no le gusta el hecho particular de convertirse en famoso.

Le respondo que su pensar es válido, excepto por el hecho de que acaba de hacer un cambio en su carrera que le garantiza ser objeto del mayor escrutinio al que jamás se haya sometido un futbolista estadounidense.

Pulisic suspira.

"Definitivamente es una de las partes más difíciles de mi vida", afirma, insistiendo que sí aprecia con honestidad el hecho de contar con aficionados que le apoyan y que realmente entiende el por qué la gente suele detenerlo en la calle para pedirle una selfi o un autógrafo.

"Solo aspiro que la gente entienda que es más difícil para algunos de nosotros", nos dice. Su voz baja el tono. "A veces, uno sólo quiere estar a solas".

ORDENO UN SCHNITZEL, Pulisic opta por una ensalada y después, me guía por el vestuario del Borussia Dortmund en el estadio del club. Se detiene frente a su vestidor y nos explica, con un toque de melancolía, que cuando vio su camiseta colgada allí por primera vez en 2016, fue "la cosa más genial del mundo".

Afuera, sobre la cancha, en frente de la imponente tribuna sur, donde 25,000 aficionados se reúnen para formar el denominado "Muro Amarillo" durante los partidos, casi se ríe mientras rememora el ruido que se genera en el estadio después de un gol.

"Escuchas al anunciador interno gritar '¡Christian...!' y todos responden gritando tu apellido", dice, moviendo su cabeza como si retumbara en este momento. "Quiero decir, anotar un gol en el último minuto en frente de este muro y puedes ver la cerveza volando por los aires y..."

Su llegada al Chelsea bien podría ser una decisión de negocios justa y simple para Pulisic, pero su partida del Dortmund es difícil. Dortmund fue un refugio para Pulisic, un lugar en el cual pudo desarrollar su juego y descubrir cómo quería presentarse como atleta. En términos futbolísticos, Dortmund fue el hogar de niñez de Pulisic.

Los cazatalentos del club lo encontraron cuando tenía 15 años, encantados después de ver a Pulisic jugar en un partido de la selección juvenil de Estados Unidos disputado en Turquía. En ese entonces, pudieron ver lo que ahora perciben los ejecutivos del Chelsea: un toque elegante y sedoso, más europeo que norteamericano. Para el Dortmund, equipo que cuenta con una renombrada cantera de jóvenes futbolistas, parecía ser una pieza perfecta.

"Solo fichamos a jugadores de países extranjeros si nos sentimos extremadamente confiados de que se está convirtiendo en un jugador apto para el club profesional", nos comenta Lars Ricken, coordinador juvenil del Dortmund, en el complejo de entrenamientos del equipo, indicando que considera que Pulisic es una de las historias de mayor éxito dentro del club.

Pulisic llegó a Alemania proveniente de Hershey, Pensilvania, cuando tenía 16 años. Al principio, confrontó dificultades con la escuela (hasta el día de hoy, según afirma, no está seguro de las materias que cursó al inicio porque no entendía en ese momento una palabra de alemán), aunque logró madurar rápidamente en la cancha.

Muchos analistas de fútbol afirman que el éxito a los niveles más altos de este deporte es cuestión de milímetros. Si el espacio entre el balón y el pie del jugador es mucho más amplio, no está verdaderamente controlando el esférico. La brecha entre Pulisic y el balón, aún siendo adolescente e incluso mientras corre por la cancha, ha sido minúscula. Fue ascendido al primer equipo del Dortmund en menos de un año. "No compramos estrellas", dice ahora Ricken, con evidente orgullo. "Las creamos".

Pulisic se convirtió en el futbolista extranjero más joven en anotar un gol en la Bundesliga alemana (lo celebró haciendo el gesto del "dab"). Después, fue el jugador de menor edad en el Dortmund en jugar en la UEFA Champions League. Apareció en 127 partidos en cuatro temporadas con el Dortmund y ayudó a su equipo a ganar la Copa de Alemania en 2017.

Mientras tanto, Pulisic se aferró a muchas de sus tendencias norteamericanas ("Recuerdo que, a veces, conducía aproximadamente dos horas hasta Frankfurt para comprar burritos", dice su excompañero de habitación, el extremo del Dortmund Jacob Bruun Larsen) aunque, a pesar de ello, también hizo esfuerzos para conectar con la ciudad y sus hinchas. En vez de usar como pretexto la barrera del idioma para aislarse, decidió asumirlo y practicó su alemán hasta el punto de conceder entrevistas televisivas. Su gramática no fue perfecta, pero su esfuerzo le hizo ganar el afecto de los aficionados de su club. Les encantaba ver que hacía el intento, bajaba su cabeza y luchaba, en la imagen obrera de los jugadores del Dortmund que le precedieron. Entrenaba rigurosa y diligentemente. Batallaba contra el gigantesco Bayern Múnich. Anotó goles importantes, como el hermoso tanto que pasó sobre la cabeza del guardameta del Benfica en un partido de Champions.

Igualmente, sufrió una de las peores semanas en la historia del club. En 2017, mientras el equipo viajaba del hotel al estadio, el bus que los transportaba fue objeto de un atentado con explosivos plantados por un hincha trastornado.

Pulisic ha hablado en raras ocasiones sobre ese episodio y sus ojos se atenúan mientras recuerda el miedo que llegó a sentir cuando las ventanas del autobús estallaron y los trozos de metal comenzaron a volar.

"Íbamos a un partido normal, como siempre y escuchamos un estruendo muy fuerte", comenta. "Fue tan fuerte, no podía escuchar nada. Estaba confundido".

Toma una pausa. "Solo recuerdo que (el arquero del Dortmund) Roman Burki, quien estaba sentado a mi lado, me tomó de la mano y me escondió porque probablemente entendió lo que ocurría antes que yo. Sentíamos tanto miedo".

La mirada de Pulisic se aleja mientras su voz desacelera. "Y luego, escucho a Marc gritar... Estaba justo frente a mí... Y veo sangre... Grita, pidiendo un médico. Y todos le gritan al conductor del autobús: '¡Conductor, siga la marcha!"

El defensa Marc Bartra fue impactado por el cristal y varios fragmentos quedaron incrustados en su brazo. Se sometió esa misma noche a una cirugía de emergencia. No se produjeron otras lesiones de seriedad entre los jugadores, pero las consecuencias emocionales del episodio fueron significativas. Pulisic tenía 18 años, viviendo por cuenta propia en Alemania.

Tuvo que lidiar con la idea de que alguien había intentado matarlo a él y a sus amigos. Tuvo que lidiar con el hecho de permanecer en el mismo hotel antes de otro partido. Tuvo que lidiar con el hecho de volver al autobús del equipo sin sentir como se erizaba la piel. Tuvo que conseguir formas de procesarlo todo.

Fue un evento híper intenso dentro de un proceso sumamente vertigionoso de maduración. Pulisic aprendió cómo adquirir alimentos en Dortmund, como cocinar para sí mismo en Dortmund, cómo prepararse a diario para trabajar en Dortmund. Después del ataque al autobús, aprendió cómo confrontar sus demonios internos y superar la pesadilla vivida en Dortmund.

"He cambiado mucho", dice en cierto momento, "he cambiado mucho en la cancha, pero quizás lo he hecho aún más fuera de ella".

Mientras caminamos de regreso al vestuario, mira a su alrededor y dice: "De muchas maneras, yo crecí aquí".

PULISIC DECIDIÓ DEJAR Dortmund el 2 de enero pasado. El Chelsea desembolsó $73 millones al club alemán, haciendo de Pulisic el jugador norteamericano más costoso de la historia del fútbol (y por amplio margen: el defensa John Brooks está en el segundo lugar, después de su salto por $22.5 millones del Hertha de Berlín al Wolfsburgo en 2017; el pase de Dempsey del Fulham al Tottenham le costó a los Spurs apenas $9.46 millones).

Para Pulisic, el movimiento forma parte de un progreso, siendo el próximo paso obvio en su sendero. Es natural para él, incluso algo esperado. De hecho, lo más animado que le he visto durante el transcurso de nuestras conversaciones fue cuando le mencioné el hecho de que ha sido denominado frecuentemente como "niño maravilla" por comentaristas, aficionados y analistas, término que al principio era halagador pero que ahora parece percibir como casi degradante.

"La razón por la cual ya no me gusta oírlo es porque siento que ya he formado parte de todo esto durante suficiente tiempo", indica. "Y creo que me he ganado mi puesto en los equipos y no debería ser visto como simplemente un prodigio".

Pulisic respira un poco. "Ya no me percibo como digno de esa etiqueta. Ya no me siento así". Pulisic tiene 20 años. Kylian Mbappé, estrella del Mundial 2018 con la selección francesa, también tiene 20 años y no se le apoda como niño maravilla o prodigio. Simplemente se trata de una súper estrella. A estas alturas de su carrera, afirma Pulisic, no desea ser comparado con otros jugadores de su edad; simplemente quiere ser comparado con otros jugadores.

Eso, le aseguro, ocurrirá pronto y de forma frecuente en la Premier League. Sin embargo, Pulisic siempre cargará con un elemento que dará contexto diferente a las comparaciones debido a su nacionalidad. Realmente no importa que Mbappé sea francés a la hora de considerar su valor como jugador. Francia ha producido muchas estrellas a nivel internacional y las seguirá produciendo.

Sin embargo, Pulisic está jugando como el rostro (y piernas y pies) del fútbol norteamericano. Si fracasa, no hay claridad para saber cuándo otro estadounidense tendrá una oportunidad así.

Dicha realidad, sin duda, forma parte de las razones por las cuales la reacción inicial al conocerse el pase de Pulisic al Chelsea fue, al menos por parte de terceros, marcada con una buena dosis de cautela. Si bien el Chelsea es un club lleno de jerarquía y éxito, es conocido como uno de los grandes polvorines de Europa. Su dueño, Roman Abramovich, es un oligarca ruso notorio por su comportamiento errático, que ha hecho 14 cambios de técnico en 16 años y ha cultivado una cultura de cambios laborales dentro del Chelsea que fue descrita por un exempleado del equipo en una ocasión como "pesadilla combustible".

En el caso de Pulisic, eso significa que jugará bajo las ordenes (para sorpresa de nadie) de otro nuevo técnico en el Chelsea, Frank Lampard, quien fue durante largo tiempo estrella del equipo en sus tiempos de jugador, pero que apenas cuenta con una temporada de experiencia como entrenador. Pulisic también tendrá la responsabilidad, al menos en parte, de reemplazar a Eden Hazard, el hechicero belga que es considerado frecuentemente en la lista de los 10 mejores futbolistas del mundo (Hazard dejó el Chelsea para jugar con el Real Madrid después de siete temporadas).

Sumemos la prohibición que tiene el Chelsea de fichar otros jugadores durante un año (lo cual aumenta la presión sobre el grupo actual aún más), y esto crea una serie de circunstancias que son, tal como me dijo Donovan cuando nos reunimos esta primavera para conversar con respecto a Pulisic, "preocupantes para mí".

Donovan tuvo una sólida actuación jugando en el extranjero, pero realmente construyó su legado con su labor con la selección de Estados Unidos y la Major League Soccer. El objetivo de Pulisic, afirma, es mucho mayor. "Puedo ver cómo su llegada se convierte, para él, en un gran jonrón", indica Donovan. "(Sin embargo), el Chelsea gasta mucho dinero en muchos jugadores. Tienen dinero para gastar por la eternidad. Pueden gastar $70 millones para fichar a Pulisic y si no funciona de inmediato, no hay problema. Pueden seguir adelante con el siguiente jugador".

Donovan se encoge de hombros. "No se tendrá tanta paciencia con él si las cosas no salen bien, caso distinto a lo que ocurrirá en un club diferente".

Stu Holden, exdelantero de la selección nacional que jugó con el Bolton Wanderers durante cuatro años, dice exactamente lo mismo, refiriéndose al Chelsea como un club con "rico historial y tradición" que también es "inestable" y "un poco desastroso".

Hasta Jurgen Klinsmann, la leyenda de la selección alemana y ex seleccionador de Estados Unidos quien convocó a Pulisic por primera vez en compromisos internacionales, no está totalmente convencido. Elogia a Pulisic por "zambullirse en las aguas más frías", pero agrega: "Pensé que, quizás, un año o dos más con el Dortmund no habrían caído mal".

Lo que todos ellos quieren decir, de una forma u otra, es la certeza incómoda de que no será suficiente que Pulisic brille con el Chelsea. Tendrá que brillar rápidamente. Tal como dice Donovan, hay pocas dudas sobre el lugar de Pulisic dentro de la selección estadounidense ("durante la próxima década, será su jugador más importante"), pero no se puede decir lo mismo con facilidad en el caso del Chelsea.

¿Podría Pulisic llegar y prosperar de inmediato? Por supuesto. Lampard dice que Pulisic es la clase de jugador "que desea convencer a la gente, la clase de jugador que agradará a los hinchas", mientras que el veterano zaguero David Luiz cree que Pulisic "tendrá un gran futuro con nosotros". Y quizás, al final de cuentas, será así de fácil. Pero ¿podría Pulisic confrontar dificultades, lesionarse, terminar en la banca o en préstamo a un club de menor jerarquía? ¿Podríamos ver la próxima primavera y preguntarnos a dónde fue? La lista de jugadores jóvenes y talentosos que probaron suerte en Inglaterra con malos resultados no es precisamente corta.

A pesar de todo, Pulisic se muestra indómito. Habla sobre los nervios normales y una emoción abrumadora, confianza y entusiasmo, dando la misma especie de seguridad férrea que acepta lo que se dice y a la vez es despreciativa. Incluso cuando le menciono a la prensa inglesa, notoria por su hostilidad, apenas se inmuta.

Pulisic percibe este movimiento en términos meramente futbolísticos y poco más. Quizás, esa perspectiva sea sana y correcta. Incluso la idea de que su nacionalidad importa, que el hecho de ser norteamericano podría ayudar al Chelsea a vender unos cuantos miles de camisetas más en Estados Unidos podría estar siendo vista fuera de proporción. El Chelsea firmó a Pulisic por la misma razón por la cual todos los clubes firman a todos los futbolistas: Piensan que les puede ayudar a ganar partidos. Perciben su creatividad, su capacidad para jugar a la delantera de la formación táctica que se espera termine desplegando Lampard. Ven la forma en la cual persigue el balón en el tercio final y cómo envía pases de lado a lado.

"Sé bien la clase de jugador que soy", dice Pulisic. "Y ellos saben exactamente lo mismo".

¿Pudo haber esperado? ¿Pudo haberse quedado en Dortmund? ¿Pudo haberse mantenido dentro de una situación en la cual no participa un volátil dueño ruso y una súper estrella cuya partida aumenta la presión? Quizás. Pero también cuesta decirlo con un rostro convincente.

"Nadie sería capaz de rechazar semejante oferta, ¿cierto?", afirma Donovan.

Harto de las comparaciones con su potencial, Pulisic parte al Chelsea para brillar por cuenta propia. "Sé que estoy preparado para esto", afirma.

EL PARTIDO TERMINÓ en una noche de octubre de 2017 y Christian Pulisic vio a un entrenador asistente dirigiéndose hacia él. Su garganta estaba reseca de tanto gritar. El ambiente era de un calor sofocante en el estadio de Couva, Trinidad, con un aire pesado. La cancha, aún empapada por la lluvia, estaba tan llena de agua que podía escuchar el chapoteo de los zapatos del técnico.

Estados Unidos acababa de perder un partido que debió haber ganado, un encuentro que solo necesitaban empatar para clasificar a la Copa del Mundo. Pulisic no sabía si otros equipos habían eliminado a los norteamericanos perdiendo. Vio con esperanzas cómo se le acercaba el asistente.

"No iremos", dijo el entrenador. Rápido. Franco. Brutal. Pulisic retrocedió. En el vestuario, el personal del equipo corrió para retirar la champaña y cerveza que serían parte de la celebración. En la cancha, Pulisic se agachó a llorar.

Había anotado. Había hecho presión. Corrió. Nunca pensó, por un segundo, que no sería suficiente. Jamás pensó, por un segundo, que no estaría jugando para defender la causa de su país en el mayor torneo deportivo del planeta.

Mientras se quitaba su uniforme, sus compañeros lloraban a su alrededor. A la mañana siguiente, en el avión, los ojos estaban llenos de llanto otra vez. Las heridas de esa noche dolieron y se mantuvieron presentes, afectando a Pulisic durante varias semanas.

"Fue", confiesa ahora, "la peor noche de mi carrera profesional, de lejos".

Casi dos años después, las imágenes del fracaso de aquella noche (Pulisic escondiendo su rostro con las manos, halando la camiseta hasta que le llegara a los ojos, las lágrimas corriendo por su cara) parecen haberse borrado por el tiempo y las circunstancias.

El pasado mes, en vez de disfrutar de las vacaciones posteriores a la Copa Oro que planifican muchos futbolistas de primer nivel, Pulisic se unió a sus compañeros del Chelsea en Japón para su gira de pretemporada. Firma autógrafos y se toma selfis con los aficionados a las afueras del hotel del equipo. Hace una aparición en una tienda local con Lampard. Se ríe durante las prácticas haciendo estiramientos al lado de Luiz. Hace malabares con el balón, vistiendo unos guayos nuevos que tienen su nombre inscrito a la altura del talón. No sorprende que la cobertura mediática sea incesante: Se publican artículos relativos al número de su camiseta (elige el 24), incluyendo una reseña completa, con video, de un golazo logrado durante una práctica.

En la cancha, Lampard ayuda a que Pulisic se adapte al grupo. Ingresa como sustituto y juega durante media hora contra un equipo japonés, haciendo varias carreras sin resultados reales. Pocos días después, jugando contra el Barcelona, se convierte en un derviche, corriendo a ambos lados y sin mostrar temor alguno al enfrentarse al equipo más célebre del mundo. Una semana después, en Austria, le demuestra a los fanáticos del Chelsea lo que está por venir: gana un penal, convierte dos goles y demuestra su toque superior mientras Chelsea se va arriba 3-0 en 28 minutos.

Estos son apenas partidos amistosos. El verdadero espectáculo arrancará la próxima semana, cuando Pulisic ingrese oficialmente a la telenovela más vista del mundo. Los aficionados estarán taladrando y Lampard estará pegado frente a la banca, mientras supernovas de la talla de Paul Pogba estarán del lado opuesto de la cancha, corriendo a ritmo vertiginoso y exigiendo un nivel de excelencia a Pulisic que jamás había necesitado alcanzar tan seguido. Será algo feroz. Será ambicioso. Será atrevido. "Iré allí", dice, "y jugaré con mi mismo estilo de ataque. Pienso que encajaré sumamente bien".

Hace dos años, después de ese horrible partido contra Trinidad, una creencia de ese estilo parecía ser algo muy lejano. A los 19 años, fue difícil mantener la paciencia y Pulisic dejó la cancha esa noche frustrado y enfadado, queriendo saber cómo esa derrota afectaría a la selección de Estados Unidos, queriendo saber lo que todo eso significaría con respecto a sus posibilidades de ir a un club de mayor envergadura. Hace dos años, Pulisic quería saber si, alguna vez, su momento llegaría.