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Atributos opuestos

BUENOS AIRES -- La gestión de Edgardo Bauza recién está carreteando.

A punto de afrontar su segundo partido –y luego de un triunfo que coloca a la selección argentina en lo más alto de la tabla y le quita urgencias–, el DT respeta casi al pie de la letra el libreto del Tata Martino.

Salvo la apuesta por la titularidad de Dybala y Pratto en el encuentro ante Uruguay, el equipo del Patón guarda semejanzas casi absolutas con el de su antecesor.

Los cambios obligados que se perfilan para el choque con Venezuela (el ingreso de Banega y Gaitán por Dybala y Messi) también obedecen a una lógica heredada.

Algún detallista podrá decir que el dibujo táctico en la ofensiva, con un solo atacante neto y tres en la cercana retaguardia podría marcar diferencias. No parece.

Messi, se sabe, juega donde quiere. Y el resto se amolda a sus movimientos. Eso se mantiene idéntico.

Ahora bien: hay una característica de Bauza que los especialistas destacan como su rasgo distintivo (y, por lo tanto, el que lo despegará del ciclo anterior): su pragmatismo.

Más flexible de principios, se dice, al ex entrenador del San Pablo no le tiembla la mano para acomodar formaciones y planteos de acuerdo con el rival y el ambiente. Está siempre atento a las variaciones del panorama y obra en consecuencia, con crudo realismo. Así se lo describe de modo elogioso. Nadie refutaría la realpolitik de un entrenador. Suena a sensatez.

Pero me temo que la supuesta capacidad de adaptación que se menta no es más que un reflejo conservador de Bauza, que tiene más de dogmático que de pragmático.

En el clásico rioplatense, por ejemplo, Argentina jugó el segundo tiempo con una actitud defensiva muy marcada y difícil de explicar. Incluso entró un delantero de área como Alario para jugar de algo similar a un marcador de punta bis. Variante incomprensible, ya que cualquiera de los que estaban en el banco era más apto que él para cumplir esa función.

Podrá decirse que el hombre de menos por la expulsión de Dybala es un dato a considerar. Pero un realista, un pragmático de verdad, no se hubiera dejado llevar por esa contingencia sino por el desarrollo del juego. Y el pulso del partido indicaba a las claras que Uruguay no inquietaba a la Argentina. Y que agruparse en campo propio no era la conducta más recomendable.

En contra de lo que se dice, Bauza se aferró al manual, más que a los hechos. A la teoría, más que a la práctica. Razonó: somos diez, ergo se van a venir en busca del empate, con las ventajas que les da su dotación superior. Eso suele pasar.

Pero eso no pasó en Argentina-Uruguay. Hasta que la selección lo permitió. Hasta que cedió terreno y otorgó derechos que el adversario no se había ganado.

Así como en las comedias románticas se espera el final feliz, se cree a pie juntillas que un equipo que va perdiendo y cuenta con un hombre de más acorralará al rival.

Por necesidad, por mayores recursos, por inercia. Así lo creyó Bauza antes de que sucediera. El tan pregonado pragmatismo habría sido un consejero más eficaz.

Ojalá que, en Venezuela, el mero hecho de ser visitante no dispare una prudencia excesiva que los hechos no aconsejen.