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Cuando Roberto Baggio le regaló un balón al cielo ante Brasil

MÉXICO -- El balón está en la tribuna y Roberto Baggio busca una explicación inexistente a la altura del pasto. El mejor hombre de Italia falló a toda su nación, pero también a su gambeta, que por décadas le convirtió en un espectáculo de fuertes piernas y hasta entonces, mente inquebrantable.

Un disparo lo definió todo. Brasil era Campeón del Mundo e Italia un inesperado perdedor en la suerte de su mejor hombre. Era un 17 de julio y el calor arreciaba sobre el césped del Rose Bowl, atiborrado por una creciente ola de aficionados al futbol en los Estados Unidos. El 10 envió la redonda al cielo.

Acomodó la bola por cinco segundos. Dio pasos casi robóticos hacia atrás y entonces, ante la señal del árbitro, trotó en línea recta rumbo a la pelota que marcaría su vida. El cobro terminó por encima del travesaño, con Taffarel recostado hacia la dirección opuesta y todo el desconsuelo del orbe sobre sus decaídos hombros.

La Copa del Mundo se le negó al rebelde italiano, autor de cinco goles entre Octavos y Semifinal, pero cómplice del desconsuelo en el momento clave. En su bota estaba el quinto penalti de la azzurri, el de la supervivencia ante un equipo que había anotado a través de Romario, Branco y Dunga; por los europeos fallaron Baresi, Massaro y Roberto.

El 'Divino' le falló al Catenaccio cuando nadie lo esperaba. Hasta entonces era dominante desde los once pasos y su índice de fallas era apenas perceptible. "He fallado pocos penales, pero cuando los fallaba me los paraban, no se iban a las nubes”, explicó tiempo después sobre la temida excepción que se volvió pesadilla.

Entonces tenía 27 años, la edad en que perecen las leyendas del rock de cabello largo y malafacha. Baggio no murió en aquella tarde, pero sí cayó en un cruel espiral que por poco y eclipsa toda su magia; es uno con la clase en la diestra, pero otro con el rencor de aquel disparo, indeleble para sí y para el mundo entero.

Roberto falló como hacen los humanos. Se equivocó a 11 metros de la puerta y quedó tatuado en la historia con las manos a la cintura, la rodilla flexionada y una tropa brasileña acariciando la gloria, contraste perfecto entre el júbilo de los vencedores y la desgracia de un poeta errado, el que acabó su carrera sin la gloria anhelada.