Fútbol Americano
Rafael Ramos Villagrana | ESPN Digital 6y

El búnker de México es una auténtica Tri-nchera

MOSCÚ -- Es difícil llegar al búnker de la selección mexicana. Pero es más difícil penetrar al mismo. La puntualidad no es un tema de tiempo, es un tema de imponderables.

La seguridad en un aeropuerto internacional es una kermesse comparada con el ingreso a la trinchera tricolor en el Complejo Deportivo del Dynamo de Moscú. No recae en la selección mexicana, sino en las contemplaciones rigoristas de la misma FIFA.

La línea serpentea por varios metros. Enviados de varios medios esperan en la antesala de la desesperanza y el desespero. “Ya llevo aquí esperando como 30 minutos”, explica Minelli Atayde, reportera de Milenio.

Seguramente la línea de acceso el Día del Juicio Final deberá ser más expedita. Al final, todos llegaremos más ligeros de ropa que Adán y Eva y sus hojas de parra.

Súbitamente, entre la calma chicha de quienes se muerden las uñas y consultan el reloj con la misma avidez que si fuera una red social, el revuelo: un enviado del Diario Basta de la Ciudad de México, Rodrigo Mojica, fue alejado de la entrada al complejo por el comando canino.

Un perro más celoso, escéptico, receloso y mal pensado que suegra de seleccionado mexicano en día de descanso, se lanza, sin gruñido y sin amenaza de hacer daño, sobre el reportero.

En ruso le daban indicaciones, como si el diligente reportero, azuzado por la hermosa y noble, pero desconfiada y suspicaz bestia, pudiera buscar el traductor de Google para saber qué querían los dos exasperados guardianes hijos en quinta generación de los vestigios de la KGB.

Al final Mojica entiende que debe dejar su mochila en el piso, para que el retozón animal, trate de encontrar fruta prohibida. Y lo consigue, el pernicioso y obsesivo animal: encuentra una letal arma recargada de potasio, que era la causa de la trifulca: un plátano.

Solucionado el problema, la militante amaestradora del perro, le entrega una pelota para que el animal, de encanecido pelambre, saque a pasear su segunda infancia. Queda claro que es un pastor alemán adiestrado para olisquear, pero no para atacar. Más noble que Lassie preñada.

Y de nuevo la calma. “Hace seis minutos que comenzó la conferencia de prensa”, dice un reportero. El nerviosismo regresa. La puntualidad es un accidente cuando la seguridad oficia de insegura.

Le toca el turno a este reportero. Uno de los guardianes mete en el maletín una especie de parte trasera de la escopeta de alguno de los Troopers de la Guerra de las Galaxias. Sí el aparatejo chilla, hay problemas. Pero guarda silencio. La lucecita verde guiña de aprobación.

Pero, al pasar la puerta de detectora, chilla, con ese graznido que eriza la piel. “Regrese”, dice con la mano y con el ceño de enfado.

Y este reportero entiende que con el rostro patibulario, es sospechoso desde que se llenó el acta de nacimiento.

Y se despoja de las gafas. Y la puerta chilla.

Y esta vez se despoja de la chamarra de ESPN. Pero el armatoste chilla.

Y se quita la acreditación mundialista. Y la escuadra de metal, chilla.

“El reloj”, señala con mímica histérica y seguramente eso replica en ruso el cada vez más enrojecido vigilante. El reloj inteligente, más inteligente que algunos guardianes, se queda a un lado. Y la puerta guarda ese silencio cómplice. Adentro.

Detrás, desesperada, una decena de reporteros, despotrica contra el reportero, el vigilante, la puerta detectora, el tiempo, y hasta el simpático perro, pierde el encanto hollywoodesco que suele acompañar a esa raza.

Insistir en algo: esto no entra en las rotaciones de Juan Carlos Osorio. Es única y exclusivamente exigencia de FIFA y del comité organizador ruso, porque incluso el jefe de vigilancia del Tri, trata, desde la impotencia para poder agilizar el tránsito, de hacer más fácil el acceso.

Por lo pronto, hay varias lecciones: no más plátanos, no más relojes… y más paciencia.

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