Fútbol Americano
Wright Thompson 6y

Milán tiene todo menos el equipo que se merece

Un día como el domingo, Milán puede sentirse como el centro del universo. Aterricé ocho horas antes de ir al San Siro. Una pequeña brisa soplaba en las plazas y en las calles estrechas. Se sentía muy bien. El queso de la Focaccia di Recco me quemó la boca de una buena manera, acompañado por Caffe Si. Bebí un Mi-To hecho con Campari y vermut, y escribí dos postales. Un hombre instaló un amplificador afuera del Duomo y tocó unos psicodélicos solos de guitarra de Pink Floyd en su Stratocaster. Los adolescentes y las familias saboreaban gelatos. Es la Semana de la Moda, lo que significa que las calles están repletas de figuras altísimas y hermosas que casi no parecen humanas. Hay una exposición de Picasso en la ciudad y la filarmónica toca en La Scala. La ciudad estaba llena de energía, gente y celebraciones.

Alrededor de las cuatro y media de la tarde me dejaron en San Siro, con sus tubos y torres cortando el azul del cielo. La forma en que un estadio se va revelando a medida que uno se acerca siempre me quita el aliento. Se siente como un lugar donde deberían jugarse partidos importantes, y así solía ser. Milán podrá ser el centro de muchos universos --moda, gastronomía, cultura, arte-- pero el fútbol ya no es uno de ellos. Los Rossoneri volvieron a dejar escapar un partido ganable, y terminaron conformándose con un desprolijo empate a dos goles ante Atalanta. El gol del empate llegó en tiempo añadido, luego de un ataque en los últimos minutos del tiempo reglamentario, con el equipo visitante desesperado por igualar.

Cuando se acercaba el final del partido, los hinchas de Atalanta comenzaron a cantar y a alentar desde la platea alta del norte, mientras los ultras de Milan intentaban, sin éxito, callarlos a fuerza de silbidos desde la curva sud. Fue una imagen triste, como ver a un boxeador viejo incapaz de aterrizar aquellos golpes que antes podía colocar con los ojos cerrados. A pesar de los tambores, de los cantos y los aplausos, todavía se podía oír la hinchada contraria, cuyos festejos se filtraban hasta el campo de juego del San Siro.

La temporada de la Serie A comenzó hace cinco semanas.

Milan ganó un solo partido.

Está en el fondo de la tabla.

AC Milan ganó la Serie A por última vez hace siete años. Solamente Juventus ha ganado el Scudetto desde entonces. Once años han pasado desde la última vez que Milan ganó la Champions League, y el mejor jugador del equipo, Gonzalo Higuaín, se fue de Juventus para hacerle lugar a Cristiano Ronaldo. Un efecto colateral no intencional de la incapacidad de Juventus de abrirse paso en Europa, es que su desesperada búsqueda de redención básicamente dejó al resto de la liga italiana luchando por el segundo puesto. Juventus debería ganar la liga con todo el dinero que ha gastado: la compra de Cristiano se percibe como un escalamiento en la carrera armamentista del fútbol italiano. Esto ha dejado a muchos clubes orgullosos intentando hacer pie en el nuevo mundo, y uno de ellos es AC Milan.

El equipo ha estado corto de dinero, y fue recientemente comprado por el fondo de inversión estadounidense Elliot, luego de que los propietarios chinos incumplieran los pagos del préstamo. El fondo, administrado por Paul Singer, tomó el control del club durante el verano y se ha comprometido a inyectar el dinero necesario para volver a convertir a Milan en un equipo competitivo.

La Serie A podría tener su propia versión de Moneyball, ya que los equipos tendrán que encontrar la manera de ganar títulos sin invertir fortunas. AS Roma, propiedad del astro financiero estadounidense Jim Pallotta, ya está usando un algoritmo patentado para identificar jugadores. Ese es el mejor camino para equipos como Roma, o AC Milan, que no se conforman con permanecer en el medio de la tabla año tras año.

Con uno de los mejores arqueros jóvenes del mundo en el plantel, Gianluigi Donnarumma, de 19 años, y la promesa de inversiones de los propietarios, hay esperanza en Milan. Pero todo eso se sintió muy lejano el domingo, mientras los hinchas salían en silencio del San Siro. El sol había bajado. Terminé esta historia en la sala de prensa, donde un dirigente del club sacudía la cabeza. Esta noche habrá eventos en toda la ciudad, porque es la Semana de la Moda, porque es domingo en Milán, y para celebrar la vida de la querida intelectual y fotógrafa local Inge Feltrinelli, confidente de hombres como Ernest Hemingway, quien murió hace unos días. Pero no habrá fiestas para celebrar por AC Milan.

Tengo planes de ir a la estación de tren y a un restaurante, Giannino, cuya trastienda ha sido un club no oficial para generaciones de jugadores, propietarios y ejecutivos de AC Milan. Hace varios años que no voy. La última vez que comí ahí, las paredes estaban cubiertas de fotos y camisetas. Estaba la foto del ex dueño de AC Milan y el presidente playboy original, Silvio Berlusconi. Es ese tipo de lugar.

La primera vez que fui, el resto del restaurant estaba tranquilo y vacío, y el salón del fondo era una locura. La mejor manera de describir esa locura sería decir que todos parecían alucinados. Esa gran fiesta comunitaria me llevó a comer ahí casi todas mis comidas en Milán estos años. Cada que voy espero ver el ambiente de esa noche. Mañana también voy a comer ahí, así de fuerte me pegó esa noche. Ese es el efecto que puede tener esta ciudad: se te mente en la sangre. La trastienda de Giannino es el lugar para ir después de una final de la Champions League o después de haber ganado el Scudetto. Eso es lo que esperan los nuevos propietarios y todos los fanáticos que salieron del San Siro este decepcionante domingo por la noche. Habría hombres con trajes impecables y jugadores con atuendos deportivos, todos tomando vino y riendo, mientras pasan los platos de risotto, costillas de cerdo y ossobuco.

Milán merece tener un equipo de fútbol que esté a la altura de la fiesta que podría lanzar para festejar su éxito.

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