Fútbol Americano
Rafael Ramos Villagrana 8y

Con un balón, Pelé llevó el Evangelio de la Paz al mundo

LOS ÁNGELES -- Amén. Pelé es el profeta más importante del futbol. Edson Arantes do Nascimento llevó la palabra del gol al mundo.

Tiempos eran en que ni las maravillosas fantasías desbocadas de Julio Verne habrían podido anticipar las redes sociales o las transmisiones televisivas en vivo a cualquier comisura del mundo.

Pelé ejercía de mito en diarios y emisiones radiales. En cualquier recoveco del orbe. Mientras llegaban las imágenes a los pocos televisores de la época, los portentos futbolísticos que se le atribuían a él y a Garrincha parecían apenas relatos de un súper héroe con pantaloncillos cortos.

El mundo leía y escuchaba con el azoro y el escepticismo de Santo Tomás. Hasta no ver no creer. Aunque al final creían. Porque las reseñas reiteraban sus proezas desde los 17 años.

Se cuchicheaba en Brasil que en Tres Corazones había nacido el más poderoso corazón del futbol, del balompié brasileño. Y después, del Santos, del Brasil Tricampeón y de la historia del futbol.

A los 17 años, maravillando al universo desde los estadios de Suecia, Pelé se convirtió en el impacto más poderoso de un joven en el mundo. Esa pubertad invencible, de trascendencia mundial, sólo la opacaría muchos años después la gimnasta rumana Nadia Comanecci en Montreal 1976.

Con él, el futbol dejó de ser sólo un deporte de contemplación. Comenzó a ser un arte de inspiración, de observación, de devoción, de adoración.

Brasil ya era un imperio letal de las acrobacias, de los malabarismos, peligrosamente embelesadores al servicio del futbol. Leónidas, Garrincha, Vavá, Didí. Tantos otros. Príncipes artistas que esperaban el advenimiento de su rey. De O’Rei. De Pelé.

Curiosamente, Pelé había sido descartado del Mundial de Suecia 1958. Un mocoso que maravillaba con el Santos, pero que se le veía imberbe para el desafío mundialista. Juegos políticos querían marginarlo. Juegos políticos lo hicieron acudir. Y el destino lo puso en la cancha.

En Malmö, Suecia, apareció su Estrella de Belén. Y qué Reyes Magos empezaron a adorarlo, los citados: Garrincha, Vavá, Didí. Marcó un gol a Gales, tres a la favorita Francia, y dos en la Final al anfitrión Suecia.

Los oligarcas del futbol viajaron a Brasil. Pelé era el objeto del deseo. El gobierno de Brasil decide proteger al hombre que colocaba al país en un altar oportunista y de creciente popularidad, a un país ya con fuertes manifestaciones musicales, literarias, tecnológicas, sin perder el carisma exótico y extravagante de sus raíces.

Pelé debió ser la primera palabra del Esperanto. Su nombre se convirtió en un vocablo universal. Todos se rendían ante el conjuro de su nombre.

Y a partir de Pelé, el número 10 en un equipo, en una cancha de futbol, y hasta hoy, es un estatus, una condecoración. El 10 está restringido al mejor. El 10 pasó a ser un ritual, un homenaje de perfección.

Y así, Pelé y el número 10, en la mercadotecnia actual, podrían ser sin duda una marca registrada y la de mayor consumo. Como ejemplo, Maradona estaba predestinado a ser el 10, por esa referencia de jerarquía y prominencia en la cancha.

El 10 en la cancha define más que una posición: es un fuero, una investidura, equivale a los galones de mando. Y todo, por Pelé.

Sin duda , Brasil y Argentina deberían retirar el número 10 de sus selecciones nacionales. No ha nacido, en ambas naciones, quién pueda merecer esa camiseta.

Pelé y el Santos se convirtieron simultáneamente en objeto de culto y de consumo. A recorrer continentes. Cerca de 53 países lograron contemplar, en estadios abarrotados, de un prodigio que pertenecía a perpetuidad a Brasil, hasta que, después de retirado, lo contrató el Cosmos de Nueva York.

Si Pelé había esparcido mundialmente el futbol como una visión, como una manifestación artística, como un fenómeno masivo y creciente, en Estados Unidos estaban convencidos de que el brasileño consumaría el mismo milagro.

No lo conseguiría. El aficionado estadounidense tenía perfectamente definidos sus héroes y sus disciplinas. El futbol les pareció, en los setentas, con el Cosmos y la campaña publicitaria detrás, que era un deporte, como la misma seducción del país del emblema, el Brasil de Pelé, exótico e insólito. Pero la semilla quedó.

Pelé se convirtió en un ícono, especialmente incluso en sociedades donde el racismo y la discriminación imperaban de manera abominable. Fue una batalla silenciosa, inconsciente… y efectiva.

¿Algún deportista o algún futbolista ha detenido una guerra, vamos, una de las guerras civiles más cruentas en la historia de la humanidad?

En 1969, insisten investigadores, la Guerra Civil en Nigeria, La Guerra de Biafra, cruenta, sangrienta, con un saldo de más de dos millones de muertos, según algunos historiadores, se detuvo dos días. Dos días de tregua. Las armas teñidas de sangre propia, se inclinaron en una pausa, para que, en ese lapso, pudieran rendir pleitesía al jugar el Santos de Pelé contra las Águilas Verdes de Nigeria.

Pelé ha hecho referencia a ello, en una de sus biografías y en una entrevista con CNN. Además, una decena de medios de prestigio mundial han consignado información al respecto.

Sin embargo, algunos investigadores aseguran que es imprecisa esa información, pero, tampoco, presentan pruebas contundentes para negarlo.

Pelé, entonces, terminaría siendo evangelizador de la paz, con el rústico argumento de un balón, pero con la prodigiosa habilidad para silenciar riñas y armas con él.

¿Podrá otro atleta en el mundo, sin la algarabía de las redes sociales o la tecnología plena en comunicaciones, difundir de manera mundial, un deporte, un nombre, un país, una leyenda y sueños compartidos, como lo hizo Pelé?

Imposible. Sólo él. Y aún hoy, desde la Santísima Trinidad de ser el único Tricampeón Mundial de Futbol. A donde no llegó nunca Maradona.

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