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¿Será el Mundial de Rusia eclipsado por el racismo, los hooligans y la política?

MOSCÚ -- Rusia recibió la responsabilidad de ser sede del Mundial de Fútbol 2018 en diciembre de 2010. En los más de siete años que han pasado desde entonces, hemos visto (respiren hondo) controversias con respecto a corrupción; manejos turbios sobre obras lentas y sumamente costosas; enfado por supuestas violaciones a los derechos de los trabajadores; preocupación por los persistentes incidentes de racismo en los partidos; shock con respecto a ciber ataques e intervenciones en elecciones y guerras extranjeras; incredulidad con respecto a intrigas de espionaje internacional y preocupaciones por el potencial de una escalada de horrible violencia por parte de los hooligans.

Ahora (finalmente, finalmente, finalmente) es la hora del fútbol.

Un partido entre Rusia y Arabia Saudita quizás no sea el más cautivante de todos en teoría, pero eso importa muy poco a los aquí presentes, el país más grande del mundo, que ha estado esperando su oportunidad de escenificar el mayor evento deportivo del mundo por primera vez.

"Para nuestro país, es una gran felicidad y honor dar la bienvenida a la familia del fútbol internacional", dijo el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en un mensaje en video a los aficionados que llegan a su país. "Hemos abierto nuestro país y nuestros corazones".

Obviamente, esto es un sentimiento entrañable. Si bien puede ser blando y amoroso por fuera, no hay forma de escapar al hecho que este Mundial se celebrará con una sensación inusual en el aire. Pequeña parte de ello se debe, quizás, a los países que no lograron clasificar: no sólo Estados Unidos, que está ausente de la cita Mundialista por primera vez desde 1990, también hablamos de tradicionales presencias europeas, como lo son Italia y Holanda. Aún así el mayor tema que rodea a este torneo es uno significativamente más combustible: la política.

El lugar de Rusia dentro del mundo de hoy es, para decirlo de alguna forma, único. Es muy probable que una mirada superficial a este torneo, de un mes de duración, mostrará los elementos típicos de un Mundial (Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, una mascota divertida en forma de un lobo antropomórfico), aquellos que miren más de cerca encontrarán a un espectáculo que se mantiene sostenido con interrogantes de mayor importancia.

Piensen de esta forma: Si bien Rusia ha pintado a este evento como una fiesta de bienvenida a casa en la cual el mundo entero puede reunirse, ¿no es acaso extraño hacerlo en un país el cual, mediante una serie de impresionantes políticas y acciones, se siente cada vez más y más aislado?

Esta sensación extraña está en todos lados. El domingo pasado, la súper estrella egipcia Mohamed Salah fue despertado de una siesta por el líder checheno Ramzan Kadyrov, para que Salah y Kadyrov pudieran caminar juntos hacia la sesión de entrenamiento abierto de la selección de Egipto en un campo en Grozny, la capital de Chechenia. Presumiblemente, la meta de Kadyrov era ser percibido como líder legítimo y mostrar a Chechenia como un lugar estable y pacífico, pero el hecho de que se permita a Egipto montar su base en Grozny es polémico desde el principio. El historial de Kadyrov en cuanto a derechos humanos es abominable y si bien la FIFA siempre dice que no tiene intenciones de dar legitimidad a actividad de grupo político alguno con sus decisiones institucionales, Human Rights Watch indicó en un informe que Kadyrov "ejerce un control despiadado en la región" y que, aparte de crímenes y tortura, existe "represión casi total hacia sus críticos, periodistas y la población LGBTI".

Entonces, ¿por qué no ver una escena amistosa con Salah, una de las mayores estrellas del balompié mundial, interactuando con Kadyrov, dictador cuyo mayor aliado político es Putin?

La lista sigue. En el caso de los hooligans rusos, que causaron mella en la Eurocopa de 2016 con una sangrienta escalada contra los hinchas ingleses en Marsella, el gobierno ruso ha intentado ser proactivo, atacando los grupos de hinchas ultras durante el último año e incluso arrestando hooligans conocidos a fin de ser interrogados. Aun así, algunos oficiales rusos llegaron a mostrar apoyo a lo hecho por los ultras en Marsella y los hooligans han dicho que es imposible saber si se producirán brotes de violencia en los estadios aquí en Rusia.

(Agregando más al polvorín: parte de la seguridad del Mundial queda a cargo de los Cosacos, un grupo cultural e histórico que solía servir a los zares rusos, pero ahora, en su versión más moderna, desafía los límites entre servidores públicos y justicieros callejeros)

También tenemos el problema del racismo. Inicialmente, los oficiales rusos dijeron que no había problemas de racismo en los partidos de fútbol en su país, para luego designar a un ministro con cartera destinada únicamente a atender el tema del racismo (lo cual, han reiterado, no es un problema real), para luego ser multados por la FIFA al no haber manejado apropiadamente los problemas ligados con el racismo el mes pasado. (Danny Rose, defensa de la selección inglesa y quien es de color, ha dicho que recomendó a su familia no asistir al Mundial porque se preocupa de que sean atacados por motivos raciales)

Sin embargo, también hay que decir lo siguiente: No todo el drama gira en torno a Rusia. La selección nacional iraní, concentrada fuera de Moscú, se enfrentó a una crisis sobre sus implementos días antes de su primer partido luego de que Nike, quienes habían suplido al equipo con guayos, dijo que no podía seguir sirviendo como proveedor tras las sanciones impuestas por Estados Unidos a la teocracia persa.

Muchos observadores indican rápidamente que la reciente decisión del presidente estadounidense Donald Trump de retirar su apoyo al pacto nuclear con Irán e incrementar sanciones contra este país como los motivos tras la decisión de la multinacional deportiva. Sin embargo, los iraníes mostraron su asombro porque Nike si suministró zapatos deportivos a la selección iraní durante el Mundial de Brasil 2014 con las mismas sanciones en pie. Irán envió una carta a la FIFA pidiendo ayuda mientras pedía en préstamo y compraba nuevos zapatos para que sus jugadores los pudieran vestir en su compromiso del viernes ante Marruecos.

Irán, presumiblemente, conseguirá los guayos que necesita y se presentará en la cancha. Al igual que el resto de los equipos, que jugarán en estadios en Moscú y San Petersburgo, al igual que en sedes alejadas al Este, como Ekaterimburgo y tan lejos hacia al Oeste como Kaliningrado. Habrá buenos y malos partidos, goles maravillosos y monótona defensiva. Sepp Blatter, el ex presidente de la FIFA que cayó en desgracia tras el voto amañado que le confirió la sede de este torneo a Rusia, podría incluso aparecer por estos lados.

Será emocionante y extraño, inspirador y problemático, espectacular e incómodo. Quizás lo sea todo a la vez.

Tras casi ocho años de preparaciones, el Mundial de Fútbol Rusia 2018 (y todo lo que éste conlleva) finalmente está aquí.