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Caterine Ibargüen, un ejemplo de superación

Antes de salir a competir Caterine Ibargüen escucha una canción, el vallenato "Mi propia historia". Canción que parece haberse compuesto para ella. "Entre tormentos, necesidades, nació mi gloria. Con puño y letra, con mi sudor, voy escribiendo", dice la letra que la campeona de salto triple utiliza para darse ánimo.

Caterine sonríe en las fotos, en las premiaciones, en las entrevistas. Dicen quienes la conocen que siempre fue así, igual hoy que es una de las deportistas más importantes de Colombia como cuando en Antioquía peleaba por imponerse a una infancia de carencias y privaciones tanto en lo económico como en lo afectivo.

Problemas de pareja, la pelea diaria contra la pobreza y las dificultades de convivir con la violencia de la guerrilla interna colombiana, terminaron con el matrimonio de sus padres, William y Francisca. El se fue a Venezuela y ella, al puerto de Turbo. Caterine y su hermano Luis Alberto quedaron al cuidado de su abuela Ayola quien, en soledad, se las arregló para que no les faltara un plato de comida cada día.

En la escuela de San Francisco de Asís jugaba al vóleibol hasta que un profesor de educación física advirtió que en ese físico ágil de piernas largas había potencial para el atletismo.

Tras una seguidilla de éxitos en competencias intercolegiales, recibió una invitación para entrenarse en la Villa Deportiva de Medellín. Empezaba a nacer esa gloria escrita con sudor.

En 1999 obtuvo su primera medalla y no fue en salto triple: con apenas 15 años, ganó el bronce en salto en alto en el Campeonato Sudamericano. Ésta fue su principal especialidad hasta que, en 2008, quedó afuera de los Juegos Olímpicos de Pekín. Por primera vez pensó en dedicarse a otra cosa. Fue el entrenador cubano Ubaldo Duany quien la convenció no sólo de seguir sino de enfocarse en el salto en largo y, principalmente, el salto triple.

Para prepararse con él se mudó a Puerto Rico y a la par de los entrenamientos, estudió e hizo prácticas de enfermería. En el hospital de la Universidad, cuentan, muchos ni sabían su nombre pero todos querían ser atendidos por "la Negrita" que siempre sonreía.

Los resultados llegaron muy pronto. Fue campeona sudamericana y panamericana en 2011. Al año siguiente, en los Juegos de Londres, obtuvo la primera medalla de plata en la historia del atletismo colombiano. Ganó el oro en los mundiales de Moscú en 2013 y Pekín en 2015. Y un año después alcanzó su pináculo cuando subió al escalón más alto del podio en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, convirtiéndose en una de los cuatro únicos deportistas colombianos que acreditan ese logro.

En 2017, el cansancio de tanta competencia y las críticas por algunas derrotas la hicieron pensar en retirarse. Aumentó cinco kilos y estuvo tres meses sin hacer nada. "Me aburrí, no me sentía bien conmigo misma en la pista", contó. Duany, su entrenador, le mandó un mensaje: "Al menos sal a trotar un poco".

Caterine le hizo caso, volvió y recuperó la sonrisa. En agosto de 2018 logró un extraordinario doblete en la Liga de Diamante: oro en salto triple en Zurich y, al día siguiente, oro en salto en largo en Bruselas.

Aunque a los 34 años piensa en el día después, con un Máster en Gestión Deportiva, hoy el retiro no aparece en sus planes inmediatos. En su agenda de 2019 están los Juegos Panamericanos de Lima, el Mundial de Doha y una nueva Liga de Diamante. Y también dos sueños: el de obtener su tercera medalla olímpica, en Tokio 2020, y el de alcanzar esos 19 centímetros que la separan del récord del Mundo, para seguir agrandando su sonrisa y su leyenda.