Fútbol Americano
Chris Connelly 4y

El Paso Strong: Cómo el fútbol y la amistad ayudaron a un equipo de niñas a lidiar con el trauma de una masacre

CATORCE DÍAS DESPUÉS del momento más aterrador de sus vidas, las jugadoras de El Paso Fusion regresaron a una cancha de fútbol. Más de una docena de niñas, de entre nueve y 11 años, se congregaron uniformadas en Southwest University Park para ser homenajeadas por el club El Paso Locomotive antes de un partido un sábado por la noche contra Tacoma por la United Soccer League. La temperatura ese 17 de agosto de 2019 había superado los 100 grados Fahrenheit en la región de Texas Occidental, y todavía estaba en los 90 y tanto cuando comenzaron las ceremonias antes del partido.

Madison McGuire, Emylee Calvillo y sus compañeras y padres entraron a la cancha ondeando pancartas con el mensaje “El Paso Strong”. Se acomodaron en fila, con la bandera estadounidense a sus espaldas, más allá de la verja del jardín central de este parque de pelota convertido en estadio de fútbol, de frente al público mientras un cantante adolescente entonaba el himno.

Dos semanas antes, un hombre armado con un rifle semiautomático y más de mil balas había manejado casi 10 horas para llegar al Walmart en el Cielo Vista Mall (tienda 2201), en El Paso, Texas. Allí, justo afuera de las puertas de entrada, estas niñas y sus entrenadores estaba vendiendo refrescos y chicharrones para recaudar dinero para el viaje del EP Fusion a un torneo de fútbol fuera del estado. El hombre armado con el rifle empezó a disparar desde el estacionamiento. Y no lo hizo indiscriminadamente, sino que apuntó a hombres, mujeres y niños que, a su juicio, parecían hispanos. Al igual que estas niñas y sus familiares y entrenadores.

Veintitrés personas murieron en el ataque. Estas niñas ahora congregadas en la cancha conocían a las víctimas. También conocían a los heridos. Habían visto y escuchado demasiado, y en la secuela de la masacre habían exhibido valor y determinación como equipo. La esperanza era que, esta noche, supieran que su ciudad se preocupaba por ellas.

El himno había comenzado. Las niñas colocaron la mano derecha sobre sus corazones.

Otra escena de terror estaba a punto de comenzar. 

LA CALCOMANÍA "EL PASO STRONG" en la parte trasera de su vehículo es un pequeño recuerdo de la pesadilla que Benny McGuire y su familia han vivido desde la tragedia de aquel 3 de agosto. De todas formas, el oriundo de El Paso afirma que “esta es una buena ciudad, sabes, es una ciudad en crecimiento. Con ese crecimiento, hay más oportunidades para todos”.

Mucho antes de ser el entrenador de fútbol de su hija Madison, McGuire nació hace 36 años en esta misma ciudad. Sus padres lo nombraron Bernardo, pero el menor de cinco hijos pasó a ser conocido como Benny, y tan pronto se graduó de la secundaria, fue reclutado para trabajar en el negocio familiar de construcción. McGuire era un supervisor de obras en los proyectos de la compañía en la base de Fort Bliss, donde se codeaba con los oficiales y se fascinaba con sus historias de la vida militar.

Pero las humillaciones de la vida como el menor de la familia nunca desaparecieron del todo. “Te marginan de muchas cosas”, recuerda. “Ellos hacen algunas cosas, y uno… solo puede echarse a un lado y esperar por tu turno”. Cansado de ese trato, abandonó el negocio en la primavera de 2019, apenas unos meses antes del ataque.

Cuidar a sus padres también parecía un trabajo a tiempo completo. Ambos se habían mudado a una habitación en su casa en Strata Rock, en la zona oriental de El Paso, donde todo es nuevo y hay un boom de construcción. McGuire llevaba a su madre al tratamiento de diálisis tres veces por semana, y ayudaba a ambos padres con sus tratamientos por diabetes tipo 2.

“Yo fui un chico complicado”, dice Benny.  "Ahora que mis padres son mayores, ellos son los complicados. Comen golosinas y galletas que no deberían comer. Así que esa es la divertida aventura en la que me encuentro ahora mismo”.

Liderazgo – eso es lo que Benny siempre disfrutó más, y el deporte le había dado la oportunidad de ejercerlo. En la secundaria Eastwood, jugó como base en un equipo de básquetbol “bastante bueno”. “Saber a dónde ir y qué hacer con el balón, ejecutarlo todo, simplemente las cosas salían bien. Ya lo sé, suena un poco mandón”. 

Luego se casó, tuvo dos hijos, se divorció, y siempre atesoró esos momentos en los que el básquetbol era el centro de su vida.

En la primavera de 2017, Benny soñaba con ser el entrenador de básquetbol de Madison. “No hay nada mejor que ver a tu propia hija jugar un deporte que amas”, dice. “Y después ella lo ama, y generas ese vínculo”.

Madison tenía otras ideas. “Quería probar algo distinto, porque mi papá decía ‘deberías jugar básquetbol’, y mi mamá decía, ‘deberías ser cheerleader’”, recuerda la jovencita con una sonrisa. “Entonces decidí, ‘voy a hacer algo con lo que no estén de acuerdo’”. Y eligió el fútbol.

Benny no podía creerlo. El fútbol era uno de los deportes que jamás había jugado. “Le dije, ‘Madison, la temperatura es de ciento y tantos grados (Fahrenheit) en el verano en El Paso’. Y Madison dijo, ‘bueno, es lo que quiero hacer’”.

Así que Benny investigó por internet y encontró un equipo para Madison: Las Mighty Eagles del Paso del Norte Soccer Organization. En poco tiempo, Benny empezó a colaborar. “Me convertí en el padre que los entrenadores detestan: El papá que empieza a dar instrucciones”, recuerda. “Le dije a Madison, ‘no querías que te entrenara, pero aquí estoy, ayudando a tu entrenador a entrenarte. Ahora no te librarás de mí’”.

Un año y medio después, Benny se juntó con otros dos padres de las Mighty Eagles --Luis Calvillo y Guillermo “Memo” García-- para formar un equipo nuevo: El Paso Fusion.

“Eran nuestras tres hijas. Y luego empezamos a reclutar a otras niñas y armamos el equipo. Por eso elegimos ese nombre”. Entusiasmado por ser un líder de nuevo, y sin importarle una rotura de ligamentos de la rodilla que le dificultaba correr o su poca experiencia con el fútbol, Benny se tomó muy en serio sus responsabilidades como entrenador asistente. Quería que Madison se obsesionara con el fútbol tanto como él estaba obsesionado con el básquetbol.

“Ella detesta cuando la presiono”, dice. “La presiono y le grito, ‘vamos, vamos, vamos’. Ella me miró, ‘¿por qué siempre me gritas?’ Le digo, ‘soy riguroso contigo porque conozco tu potencial. Se lo que puedes hacer’”.

Madison no había elegido el fútbol por eso, ni tampoco es el motivo por el que lo disfrutaba tanto. “Resultó que realmente me gustaba”, dice Madison. “Me gusta patear el balón y sentir el viento en el rostro cuando corro”. Ella y sus mejores amigas en el plantel incluso realizaron coreografías para celebraciones de gol, y tan solo pensar en ejecutarlas les hacía estallar de risa.

Cuando los entrenadores decidieron llevar al equipo a un torneo en Tucson, Arizona, sabían que tendrían que recaudar dinero. Las familias de las niñas ya estaban pagando $100 cada una. La esposa de uno de los entrenadores mencionó que había recaudado dinero para un equipo de béisbol afuera de una tienda Walmart de la ciudad, cerca de Cielo Vista Mall. Había un turno disponible el sábado, 3 de agosto.

Era la oportunidad del EP Fusion.

Esa mañana, instalaron todo a las 9. Mientras Benny, Luis y Memo supervisaban a las jugadoras reunidas en las dos entradas de Walmart, sus familias se encargaban de una mesa larga con neveras y jarras de refrescos, debajo de una carpa color café que las cobijaba del abrasador solo tejano.

A eso de las 10:15, Luis y Benny grabaron videos para transmitir por Facebook, el de Benny en inglés, y el de Luis en español e inglés, “tratando de atraer a los amigos y familiares para que apoyaran al equipo”. “Hey, buenos días a todos… ¿cómo están en esta bella mañana del sábado?”, dijo Benny en su video. “EP Fusion está recaudando aquí en Walmart… tenemos a estas maravillosas chicas aquí. Chicas, ¡saluden!”. Vestidas con camisetas de colores chillones del EP Fusion, Madison y sus amigas reaccionaron ondeando sus letreros y las jarras para recibir los donativos.

Era cerca de las 10:40 a.m.

ESA MISMA MAÑANA del 3 de agosto, unas pocas horas antes de intervenir en favor de las chicas afuera del Walmart, otro futbolista en El Paso llegaba a un gimnasio cerca de su hogar.

Sebastián Velásquez llevaba poco tiempo en la ciudad. Fichado en julio por el club El Paso Locomotive procedente de un equipo en Corea, el mediocampista colombiano comenzaba su segunda etapa en la USL, ansioso por tener una nueva oportunidad.

Tenía 28 años, y ya había pasado casi la mitad de su vida desde aquel momento que todo cambió para él en el fútbol. Y, al igual que para Madison, todo comenzó con gritos de su padre.

Era 2007, y su familia vivía en Greenville, Carolina del Sur, a donde llegaron buscando una mejor vida procedentes de su ciudad natal de Medellín. La madre de Velásquez había conseguido un trabajo con Umbro, la marca de artículos deportivos, lo que le abrió las puertas a un mundo completamente nuevo.

Sebastián había dedicado su vida al fútbol, llevando a su equipo de secundaria a un título estatal en su primer año de secundaria. Gracias al trabajo de su madre, incluso llegó a fotografiarse con Pelé.

Aquel día, sin embargo, tenía 16 años, y trabajaba junto con su padre instalando cañerías en un restaurante, pasándola mal tratando de manejar un martillo neumático, y deseando estar en cualquier otro lugar.

“Nunca lo olvidaré”, dice Velásquez. “Mi papá me estaba gritando, no podía mantener el martillo derecho… y este tipo entra al restaurante”.

Ese tipo era un futbolista amigo de la familia que exhortó a Velásquez a acudir a un campamento de fútbol en la ciudad. Allí estaba Steve Archibald, un ex delantero escocés que jugó por el Barcelona y Tottenham en la década de los 80, ganó dos veces la FA Cup y anotó el último penal en la final de la Copa UEFA de 1984. Su anotación ayudó a Tottenham a conquistar el título, lo que desató una celebración masiva en White Hart Lane.

Archibald quedó impresionado por el talento del jovencito de 16 años. “Me dijo, ‘¿dónde te gustaría jugar?’ Creo que tienes potencial para jugar profesionalmente’”.

Habría una prueba y una invitación para que Velásquez viajase a Barcelona, donde lo esperaría un contrato con una agencia de representación. Mientras tanto, en Estados Unidos, Velásquez condujo a su club a un campeonato nacional sub18 y se llevó la Bota de Oro del torneo. Ese contrato arruinó sus posibilidades de jugar fútbol universitario de primera división, pero de todas formas pudo jugar en las categorías inferiores universitarias con Spartanburg Methodist College en Carolina del Sur, lo que le permitió ser seleccionado por el Real Salt Lake de la MLS en el draft de la liga en 2012.

“Estallamos en llanto, brincamos por toda la casa”, recuerda sobre aquel festejo con su familia.

Pero lo que mejor recuerda es aquel día cuando tenía 16 años: el día en el restaurante que abrió la puerta para que conociera a Archibald y para que su sueño empezara a convertirse en realidad.

“No hay manera de describirlo”, dice, “la sensación de que un jugador de tal magnitud me dijera que cree que tengo el potencial para hacerlo, eso te da una sensación de motivación. Uno quiere salir a dar el máximo para lograrlo”.

Menos de dos años después, el 7 de diciembre de 2013, Velásquez estaba en Kansas City, Kansas, congelándose en la banca mientras el Real Salt Lake jugaba por la MLS Cup en temperaturas gélidas. Entró a la cancha como suplente a los 87 minutos, poco después que Sporting KC había empatado el partido, y jugó la prórroga. No hubo goles, por lo que el partido se decidiría por penales.

Inicialmente, pensó que no lo elegirían para cobrar, y Sporting KC marcó primero. Luego el marcador se empató, y cuando Graham Zusi falló su penal por Real Salt Lake, la definición llegó una etapa de muerte súbita.

“Entonces el jugador de ellos falla… y me toca cobrar el penal que puede decidir el partido. Si meto este penal, Real Salt Lake conquista su segundo campeonato”. Igual que Steve Archibald. Mientras Velásquez esperaba por el silbatazo del árbitro parado frente al balón, sabía que este era el lugar donde siempre quiso estar.

“Me acerco a la pelota lleno de confianza, como siempre. No miro al portero, no miro al público. No pienso en lo que está pasando. Sólo pienso en el frío y que tengo que encontrar la manera de meter la pelota”, relata. "Pateo, levanto la mirada… y el portero la ataja”.

Dos rondas de penales después, Sporting Kansas City ganó el campeonato de la MLS.

“Lloré”, dice. “Fue terrible. Detesté el fútbol. ¿Cómo puede ser que este deporte pueda transformar mi vida de ser extraordinaria --porque estábamos en la final de la MLS Cup, todos me estaban llamando-- al punto de que todo cambió cuando fallé el penal?”.

Todo se desmoronó rápidamente.

El consumo de alcohol había sido un problema para Velásquez en el pasado, pero ahora lo abrumó. “Caí en una depresión por la bebida”. Recuerda estar vomitando, mientras un ventilador soplaba aire en su rostro, y su madre sostenía su cabeza en su regazo.

“No puedo hacer nada por ti”, le dijo ella. “Si no superas esto, vas a terminar muerto o preso”. Según Velásquez, “sucedieron muchas cosas” después de eso. La última de esas cosas fue la rehabilitación.

“Era una persona con mucha confianza cuando las cosas iban bien”, dice. “Pero cuando las cosas fueron mal, salió a relucir mi verdadera personalidad, y es que era un alcohólico”.

Aquella mañana del 3 de agosto, le sorprendió que no pudiese entrar al gimnasio. “Realizaron una revisión de seguridad adicional. Dijeron, ‘la situación está un poco peligrosa. Dije, ‘¿a qué te refieres?’”.

BENNY MCGUIRE HABÍA guardado el teléfono por un momento. Era alrededor de las 10:40 a.m. y había estado parado bajo la carpa café donde vendían aguas frescas hablando con Luis Calvillo, cuando vio al padre de Calvillo acercarse en su camioneta y tocar la bocina. Pensó que padre e hijo querrían hablar en privado. García también estaba allí. 

McGuire empezó a alejarse, caminando hacia la entrada de la sección de artículos del hogar de Walmart, cuando un ruido inusual llamó su atención. “Un petardo”, dice. “Eso fue lo primero que pensé”.

Dio media vuelta y vio lo que parecía una nube de humo debajo de la carpa. Se detuvo, miró a su hija y sus amigas. Hubo otro sonido, breve y contundente. Ahora sí sabía. No eran petardos. Eran balazos.

“Giré y le grité a las niñas, ‘¡Corran, váyanse. Yo las alcanzo, corran!’ Todas salieron corriendo adentro. De inmediato sonaron otros tres, cuatro, cinco balazos. Entonces salí corriendo detrás de Madison y las chicas, corriendo dentro de Walmart”.

“Corrimos dentro de la tienda”, recuerda Madison. “Escuché los gritos y mucha gente atemorizada. (El tirador) estaba en la entrada, y de allí venían todos los disparos, y teníamos que llegar a un sitio seguro”.

Benny alcanzó a Madison unos cuantos metros después de cruzar la puerta, agarró a su hija por la mano y se dio cuenta que el pistolero, o pistoleros, también estaba dentro de la tienda. Él y las chicas podían escuchar el abrumador ruido de los disparos, los gritos, los objetos cayendo de los estantes. Benny y las niñas corrieron presas del pánico, tratando de pensar cuál sería el siguiente paso del agresor.

“Mi primer instinto fue salirnos del pasillo principal, así que nos metimos por el pasillo de la ropa de cama”. Pasaron corriendo por el lado de un hombre mayor con un carrito de compras, intentando evadir a la manada de gente que se dirigía hacia la entrada principal. Luego se metieron por otro pasillo y enfilaron hacia la parte trasera de la tienda.

“¿Qué va a pasar?”, preguntó llorando una de las amigas de Madison. Madison intentó tranquilizarla mientras se dirigían a la salida trasera de la tienda. “Fuimos hacia los baños, y luego allí hay una pequeña puerta…”.

Con cada ráfaga de disparos, los gritos aterrorizados subían de volumen, y las niñas podían escucharlos incluso mientras salían por la puerta posterior de Walmart. Siguieron corriendo, saltaron una barrera, subieron por una cuesta, y llegaron al estacionamiento de un cine. Las acompañaba la tía de una de las niñas. Benny le dijo, “’Quédate aquí. Voy a correr a buscar mi auto. Las voy a sacar de aquí’”.

“Cuando mi papá se fue pensé, ‘¿y si le pasa algo?’”, recuerda Madison. “Entonces me asusté mucho”.

Corriendo a toda velocidad por afuera de Walmart, Benny llamó a su ex esposa para decirle que Madison estaba sana y salva. Cuando llegó al estacionamiento, estaba al teléfono con su novia, y entonces vio a una mujer tirada en el suelo.

“Me arrodillé para revisar su pulso y… era evidente el daño que hizo el tirador. Estaba muerta. Entonces dije a mi novia, ‘oh, Dios mío’.”

Mientras su novia le rogaba que se fuera, vio al otro entrenador, Memo García, tirado en la acera cerca de la carpa café, sangrando y semi consciente. “Me dijo, ‘estoy herido, estoy herido, estoy herido. En la espalda, en la pierna, en algún lado’. Lo veo tratando de aplicar presión en su cadera. Le dije, ‘mantén la presión’”.

Miró a la izquierda, y allí estaba el entrenador Luis Calvillo, también herido, intentando ponerse de pie. Benny empezó a gritar pidiendo ayuda, cuando llegó corriendo un policía de operaciones tácticas. “Tiene que salir de aquí”, dijo a Benny. “No puedo abandonarlo”, respondió Benny. “El policía dijo, ‘vete, ahora. Este tipo (el pistolero) sigue suelto y no podemos encontrarlo’. Así que miré a Memo y le dije, ‘ellos te van a cuidar, tengo que irme’. Y me fui corriendo a mi vehículo”.

Benny llegó al estacionamiento del cine, metió a las niñas al vehículo y se dirigió a la entrada y salida del Walmart. Pero estaba bloqueada por la policía, por lo que quedaron estancados en el tráfico, con el pistolero todavía suelto, Benny se sintió indefenso. “Éramos blancos fáciles”, recuerda Benny. “¿Cómo voy a proteger a mi hija? ¿Qué voy a hacer?”.

“Nos dijo, ‘chicas, agáchense’”, dice Madison. “Tenemos que buscar la manera de salir de aquí”.

Benny encontró otra salida que no estaba bloqueada, y manejó hasta la casa de su novia, a un par de minutos de distancia. Avisó a su ex esposa, y otros padres llegaron para recoger a sus hijas. Después que todos se fueron, y cuando quedaban solo Benny y su hija, se derrumbó la fachada. “Abracé a Madison. Y le confesé que por primera vez en mi vida tenía miedo. Miedo porque como padre pude haber fallado en proteger a mi hija. Y esa es la primera vez que realmente sentí miedo en serio”.

DESDE EL MOMENTO que llegó a la ciudad, lo más que le gustó a Sebastián Velásquez de El Paso era “la gran cantidad de hispanos por todos lados”, dice. “Uno va al supermercado, uno va a restaurantes italianos, y todos son hispanos”.

Unas pocas horas después del ataque en el Walmart, cuando el tirador ya había sido arrestado cerca del lugar de la masacre, empezaron a divulgarse las noticias de que el ataque fue producto del odio hacia los hispanos. Velásquez pensó en ese odio mientras veía las noticias con su novia.

“Tuve que lidiar con ese racismo. Crecí en Carolina del Sur”, dice. “Llego a otra ciudad donde no hay racismo, que está llena de hispanos, pero de todas formas llega un racista armado y tirotea a un grupo de gente”.

Entonces, un titular llamó su atención: “’Equipo de fútbol recaudaba fondos… dos entrenadores resultaron heridos. Dije, ‘wow, he pasado por eso. He recaudado dinero, he tenido que vender agua”. Sintió la necesidad de hacer algo, pero… ¿qué? Velásquez encontró en redes una campaña de GoFundMe para el EP Fusion, organizada por Gooner Gals, un grupo de mujeres hinchas del club inglés Arsenal encabezadas por Tiffany Campo en New Orleans.

“Después de haber pasado por (el huracán) Katrina, aprendimos que lo único que puede hacer la gente para ayudar es actuar. No nos preguntes qué necesitamos. Si puedes hacer algo, hazlo”. La meta inicial de recaudación de las Gooner Gals era modesta: recaudar dinero para las cuotas del torneo y los materiales deportivo que el equipo intentaba conseguir ese sábado en Walmart. Quizás unos cuantos cientos de dólares. Motivado por el GoFundMe, Velásquez contactó a Campo. “Él es casi demasiado amable”, recuerda Campo. “Tenía muchas ganas de ayudar”. 

Cuando Velásquez retuiteó el pedido de ayuda, el mensaje se regó a través del mundo del fútbol, y recibió apoyo de Mia Hamm, Landon Donovan y el Houston Dynamo de la MLS. Jozy Altidore donó $5,000, y la jugadora de la selección estadounidense Jessica McDonald aportó botines y otro equipo.

“Toda esta gente son ídolos deportivos en Estados Unidos”, dice Velásquez, “y todos querían aportar”. En 14 días, la campaña recaudó más de $30,000. “Toda la comunidad del fútbol, gente de todos los lugares, querían ayudar a estas niñas de El Paso”.

McGuire mantuvo al equipo al tanto de todo lo que hacía el futbolista colombiano, y cuando compartió con las jugadoras la noticia del donativo de Jessica McDonald, se aseguró de que Campo estuviese al teléfono para escuchar los gritos de felicidad de las chicas.

Pero al reunirse con los padres, McGuire se dio cuenta de que el equipo tenía otras necesidades. “Al principio hubo muchos abrazos y lágrimas y preocupaciones”, recuerda. “Y eso nos hizo pensar, ‘lo que las niñas necesitan ahora es estar juntas’”.

Organizó una cena en una pizzería e invitó a Velásquez. Esa noche, las chicas se reunieron en un salón privado, “probablemente unas 10 mesas llenas de niñas pasándola bien”. Cuando llegó Jessica García, esposa del entrenador Memo, las jugadoras se pusieron en fila para abrazarla. Entonces McGuire atendió una llamada y salió afuera, donde aguardaban Velásquez y dos de sus compañeros del Locomotive.

“He conocido a muchos famosos, gente que ha ganado mundiales”, dice Velásquez. “Nunca me sentí nervioso, pero estaba nervioso de conocer a estas niñas”.

Doce años antes, un futbolista entró a un restaurante y cambió la vida de Velásquez. Ahora, entró a este restaurante con McGuire, y era su turno de hacer lo mismo. “Las chicas enloquecieron”, recuerda McGuire. “Parecía que hubiese entrado con (el grupo musical) One Direction, o algo por el estilo”.

Velásquez se presentó con cada jugadora. “Ella se acercaban a abrazarme, sonrientes, riéndose”, dice. “El mundo de detuvo, y el tiempo se detuvo, durante esa hora. Sentí que estaba marcando una diferencia en la vida de alguien”.

“Todas estábamos sorprendidas”, dice Madison, quien pidió a Velásquez que firmara su camiseta.

“Recuerdo que alguien empezó a grabarlas, y estaban gritando ‘olé, olé, olé’ en la pizzería como si fuese un estadio”, recuerda Velásquez.

AND THE ROCKETS’ red glare…

Unos días después, esa noche del sábado en El Paso, las jugadoras del EP Fusion se reencontraron con Velásquez.

Habían estado sentadas en la banca mientras los futbolistas de El Paso Locomotive calentaban. Luego se pararon juntas en la cancha del Southwest University Park, vestidas con sus informes color celeste o rojo y amarillo, para la ceremonia para homenajearlas, encarando al público mientras seguía sonando el himno estadounidense.

The bombs bursting in air...

Quizás fue un petardo. Esa fue su primera idea.

Eran los fuegos artificiales, que detonaban a espaldas de las niñas con un fuerte BOOM al final de cada oración del himno “The Star-Spangled Banner”. Las chicas empezaron a apretar fuerte las camisetas con la mano que tenían en el corazón, algunas con el rostro retorcido por la angustia.

Era evidente que estaba incómodas, mientras miraban ansiosas a su alrededor. Preocupadas, traumatizadas, intentaban mantener la calma. Pero el himno no había terminado.

O’er the land of the free…

En el crescendo de la canción, hubo más fuegos artificiales. Para las jugadoras del EP Fusion, sonaba como el ruido de su otra realidad. Sonaba a lo que habían vivido. El sonido que permanecía grabado dentro de ellas.

Sonaba a disparos.

Eso desató una escena macabra: las niñas aterrorizadas y llorando, rodeadas por un torbellino de lágrimas y confusión, abrazándose y buscando refugio. “Pensé, ‘Dios mío, ¿está pasando de nuevo?’”, recuerda Madison. “Sencillamente nos desmoronamos”.

Benny sentía a Madison abrazándolo a su derecha, mientras una de sus amigas lloraba sobre su hombro izquierdo. “Lo único que pude hacer fue abrazarlas”, dice. “Me hubiese gustado tener brazos de nueve pies de largo”.

Entonces Velásquez, sus compañeros y los jugadores del Tacoma Defiance formaron un círculo con las niñas en el centro, intentando protegerlas del miedo y darles una sensación de seguridad.

Fue un ejemplo de lo que la cultura de las armas ha hecho a la juventud en Estados Unidos, en El Paso y en todo el país, en escuelas y centros comerciales, en oficinas e iglesias, donde los sobrevivientes de tantas masacres intentan reconstruir sus vidas traumados para siempre. Solo que esta vez, sucedió frente a un público.

“CUANDO JUEGO al fútbol, puedo dar rienda suelta a mis emociones con el balón, dependiendo de cómo me sienta”, decía Emylee Calvillo al costado de la cancha. “Y, por supuesto, se trata de divertirse. Me encanta estar con mis amigas. Probablemente son mis amigas más cercanas”.

Madison McGuire y Nianney Nunes estaban sentadas con ella, una tarde del 21 de septiembre, poco antes de empezar a calentar para un partido del EP Fusion contra Blackie Chesher Park, en una cancha al este del centro de El Paso, cerca de la autopista US 10.

Para Emylee, una delantera, anotar un gol la hace sentir “como una estrella”.

“Sí”, agregó Madison. “Nos volvemos locas. Nos sentimos como futbolistas profesionales”. Mostraron su baile de celebración. “Es como un pollo”, dijo Emylee, mientras gesticulaba con los brazos, “así que abres los brazos y muevas las piernas”.

Sabían que dos de sus tres entrenadores estaban en el hospital, convaleciendo por las heridas sufridas en el ataque. “Sé que hoy cuenta como un partido, pero tenemos que jugar por nuestros entrenadores”, dijo Nianney. “Tenemos que jugar como lo haríamos normalmente”.

El entrenador Memo García estuvo hospitalizado durante meses, fue sometido a varias operaciones, hasta que falleció a fines de abril de 2020. El entrenador Luis Calvillo, que recibió cinco balazos en la espalda y la pierna izquierda, estuvo seis días en estado de coma. Su padre, Jorge, murió en el ataque. Luis tuvo que someterse a interminables horas de dolorosa terapia física para poder volver a caminar. El dinero de la campaña GoFundMe fue utilizado para pagar sus deudas médicas.

El agresor encara 90 cargos federales por delitos de odio y relacionados con el uso de armas de fuego. A nivel estatal, los cargos de asesinato podrían condenarlo a la pena de muerte. El 23 de julio, se declaró no culpable por los nuevos cargos por la muerte de Memo García.

Mientras trabajaba para recuperarse, el entrenador veía los partidos del EP Fusion en su computadora y analizaba su desempeño. Casi dos meses después del tiroteo, fue dado de alta del hospital y regresó a la cancha, donde fue recibido como un héroe.

Cuando descargo mi rabia o mis emociones en el balón, sé que este es un lugar seguro, donde me siento cómoda”, dijo Nianney mientras se acercaba la hora del juego. De repente, Madison gritó, “¡Es Sebastián!”. 

La estrella de El Paso Locomotive acababa de llegar a la cancha para verlas jugar. Las niñas estaban eufóricas.

“Es muy agradable y nos ayuda mucho”, dijo Madison. “Después que pasó todo esto, nos dijo, ‘OK, estamos aquí, entiendo por lo que están pasando’”. Emylee coincidió: “Es fabuloso saber que un futbolista viene a verte junto con tu equipito en El Paso”.

“Después de todo, el mundo es pequeño”, agregó Madison. “Así es, es un mundo pequeño, como dice Madison”, repitió Emylee entre risas.

“Es emocionante verlas jugar por primera vez”, dijo Velásquez. “Demuestra su fortaleza, y lo maduras que son”.

Las chicas de El Paso Fusion corrieron fuerte y jugaron lo mejor que pudieron, mientras McGuire gritaba instrucciones y las animaba desde la banca. Tuvieron algunas oportunidades de anotar, pero al final perdieron 1-0, un resultado que no las desanimó.

McGuire recogió sus cosas y abrazó a su hija. Siempre pensó que tenía tela de líder, y lo demostró ese día en Walmart, al arriesgar su vida para salvar a su hija y sus amigas, y luego al ser un pilar para el grupo durante las semanas siguientes.

“Es como que finalmente es el Batman que siempre quiso ser”, dijo Madison.

Velásquez, que alguna vez pensó que había encontrado su “verdadera personalidad” al fondo de una botella, demostró a estas chicas y al mundo su verdadera identidad, motivándolas al igual que Steve Archibald alguna vez lo hizo con él para transformar su vida.

A través de él y Tiffany Campo, la comunidad futbolera – jugadores, equipos, hinchas—se unió para apoyar al EP Fusion y combatir el odio.

“Mi única esperanza era demostrar a estas jovencitas que hay gente buena en el mundo que se apoya mutuamente”, tuiteó Campo. “Ahora lo saben. Ustedes lo lograron”.

Ya era de noche. Afuera de la cancha, las niñas de El Paso Fusion se arremolinaron alrededor de un camión de helados. A la derecha, las observaba un Velásquez sonriente, quien pagó por los helados.

“Ahora mismo, son las personas más fuertes del planeta”, dijo. “Siempre las llevaré en el corazón”.

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Josh Vorensky y Daniela Marulanda contribuyeron con este reportaje.

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