BUENOS AIRES -- A pesar de superar con amplitud a Buenos Aires, Detroit y Lyon en la designación como ciudad sede, los XIX Juegos Olímpicos de México 1968 tuvieron un camino donde abundaron las oposiciones, las tragedias y las protestas. Al mismo tiempo, contaron con el calor, el colorido y la alegría propia del pueblo mexicano.
Vayamos por partes. Los 2.240 metros sobre el nivel del mar hicieron aparecer la oposición de varios países, aduciendo el no haberse tenido en cuenta la altura, con el rigor científico exigente por la moderna competición. Hubo quienes solicitaron cambiar de sede por poner en peligro la vida de los atletas. En definitiva optaron por prepararse en lugares altos y concentrarse en México un mes antes de la iniciación de los Juegos.
Al problema de la altura se sumaron dos que hicieron peligrar su realización. A menos de dos meses de su comienzo, el ejército soviético y del Pacto de Varsovia invadió Checoslovaquia y aplastó la "Primavera de Praga", que comandaba Dubcek. Hubo intentos de boicotear a la Unión Soviética y a los satélites, pero como dice el historiador Francisco Yahüe, "México estaba muy cerca... y Checoslovaquia se veía muy lejos para quienes debían decidir".
LA MASACRE DE TLATELOLCO
Faltaban diez días para la ceremonia de apertura. La mayoría de las delegaciones vivía en la Villa Olímpica y los dirigentes en los lujosos hoteles del centro de la ciudad, concentrados en las reuniones previstas por el Comité Olímpico Internacional, cuando estalló el drama en pleno corazón de la capital mexicana.
Sucedió en la plaza de las Tres Culturas del barrio de Tlatelolco. Emilio Feréz, enviado del diario La Nación de Buenos Aires para cubrir los Juegos, relató lo que sucedía: "Una manifestación de estudiantes estaba en la plaza. De repente, sentí tiros y los jóvenes comenzaron a correr. Me cubrí debajo de un automóvil. De allí observé cómo tanquetas con ametralladoras, fuerzas de a pie y apostadas en balcones tiraban hacía los estudiantes que trataban de alejarse por la única calle de salida. Fui un horrorizado espectador de una masacre".
Luego, agregaba: "Un mes antes ya habían muerto 18 en una concentración similar de protesta contra el gobierno de Díaz Ordaz. Esta vez, los cadáveres cubrían la plaza. No puedo precisar el número. No hay información oficial. Cálculo entre 300 y 500 muertos o mucho más. Entre los numerosos heridos, figura la escritora y periodista Oriana Fallaci".
El presidente del COI, Avery Brundage, se limitó a declarar sin sonrojarse: "La ciudad de México es una enorme metrópoli de seis millones de habitantes y ninguna de las demostraciones o escenas de violencia producidas aquí, en momento alguno han estado en contra de los Juegos Olímpicos". Fue su oración olímpica para cubrir las tumbas de centenares de estudiantes.
Como si nada hubiese pasado, el presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, declaró inaugurados los Juegos en una colorida y alegre fiesta en el Estadio Olímpico, con iluminación nocturna y una pista de tartán para el atletismo, reemplazando a las cubiertas con ceniza apisonada.
A esta obra se sumaban el Palacio de los Deportes para el básquetbol, con una capacidad de 22.000 espectadores; un estadio para la lucha y el boxeo (13.000 personas), un auditorio para la gimnasia (12.000), una sala de armas, un velódromo, la Alberca Olímpica (10.000) y un reacondicionado Estadio Azteca, un grandioso y místico estadio de fútbol, con capacidad para casi 100.000 espectadores sentados.
El pueblo mexicano disfrutó al máximo de sus deslumbrantes Juegos, en los que la altura posibilitó que se pulverizaran varios récords, 17 mundiales y 29 olímpicos, especialmente en los de cortos esfuerzos, mientras que en los otros provocó más de un desfallecimiento.
EL SALTO INCREÍBLE DE BOB BEAMON
Quién le iba a decir a Bob Beamon aquella tarde lluviosa del 18 de octubre, mientras se dirigía al estadio, que iba a inscribir su nombre en la historia de los Juegos Olímpicos.
Nadie podía imaginar el hito que lograría sobre la corredera del salto en largo. Más aún teniendo en cuenta que en clasificación logró pasar a la final en el último intento.
En su primer salto de esa tarde, Beamon corrió hacia la tabla, se elevó, colocó sus piernas en posición horizontal, voló sobre la arena, tocó tierra y llevado por el impulso continuó saltando hasta salir del foso.
En el ambiente flotaba la sensación que algo mágico había sucedido. Las miradas se clavaron en el tablero luminoso, aguardando con ansiedad el resultado. Los jueces revisaron una y otra vez la marca sobre la arena, al igual que la velocidad del viento, en ese momentos era de dos metros, el máximo permitido. Finalmente, hubo fumata blanca: 8 metros y 90 centímetros.
Beamon había mejorado el récord del mundo en 55 cm., con un registro al que no volvería a acercarse en toda su carrera. Cuando advirtió la dimensión de la marca, el soviético Ter-Ovanesián, poseedor del récord anterior, se dirigió hacia los otros finalistas y les dijo: "Comparados con su salto, somos unos niñitos".
Mientras tanto, Beamon, en estado de shock, se desplomaba de rodillas sobre la pista y se ponía a llorar. Su registro iba a mantener su vigencia 23 años, hasta que en el Mundial de atletismo de Tokio 1991, Carl Lewis saltó 8,91 metros y una hora después, Mike Powell alcanzó los 8.95.
LA REVOLUCIÓN DEL SALTO EN ALTO
Si lo de Beamon causó asombro, en el sector de alto, Richard Douglas "Dick" Fosbury cambiaba la técnica de esta especialidad, ante la incredulidad de sus adversarios y del público. Ese rubio, pecoso, alto y delgado, nacido 21 años antes en Portland, tomaba gran velocidad, se impulsaba sobre el pie derecho, pasaba primero la cabeza, se acostaba prácticamente sobre la varilla y caía en la arena, con la cabeza levantada.
Todo lo contrario del tornillo occidental californiano utilizado durante décadas. Dick entusiasmó al público. Cada saltó suyo era como si un torero agitaba su roja capa al toro bravío y al pasar el listo, en el estadio se escucha un estremecedor "¡Olé!". No tiró la varilla hasta alcanzar 2.24 metros. Sólo cayó las tres veces cuando, con la medalla de oro en el bolsillo, intentó superar el récord del mundo de 2.28 metros del soviético Valery Brummel.
Esos intentos fueron sus últimos. En la conferencia de prensa, expresó: "Vine con la idea de salir entre los cinco primeros. No estoy preparado para ser un triunfador. Me retiro. Voy a estudiar ingeniería". Y se fue. Esta es la historia de un desconocido atleta que llegó a México y dejó como legado el estilo "Flop Fosbury", que se mantiene todavía y permitió al cubano Javier Sotomayor realizar el fabuloso salto de 2.45.
EL BLACK POWER
Hacía minutos que el norteamericano Tommie Smith había ganado los 200 metros, con 19s83, superando el récord mundial de 19s92 de su compañero de equipo John Carlos, que fue tercero, detrás del australiano Peter Norman. Nadie se imaginó lo que iba a suceder en la premiación.
Subieron al podio descalzos, con una insignia en sus buzos: "Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos" y con un guante negro en una de sus manos, Smith en la derecha; Carlos, en la izquierda. Apenas comenzó a escucharse el himno y a subir la bandera de los Estados Unidos, clavaron la mirada en el suelo y levantaron el brazo y la mano del guante en forma de puño.
"¿Qué es esto?", se preguntaban todos. "Una fantochada de dos negros locos", respondían algunos. La multitud gritaba: "¡Negros, vuelvan a casa, a África!". La realidad era muy diferente. El asesinato de Martín Luther King, el 4 de abril de 1968, el recrudecimiento de la guerra entre el Ku-Kux-Klan y el Black Power (el Poder Negro), la terrible discriminación que sufrían los negros los llevaron hacer ese acto de protesta, que continuaron los otros componentes del equipo.
Ellos fueron expulsados por la asociación atlética y de la Villa Olímpica. De allí en más sus vidas fueron un calvario. Amenazas e insultos hicieron que la mujer de Carlos se suicidara. La esposa de Smith pidió el divorcio. Y tuvieron que trabajar en cualquier cosa.
Pero lo suyo no fue en vano. A pesar de las primeras reacciones, con el tiempo ese acto los había despertado y puesto un granito de arena a la igualdad que hoy gozan los hombres y mujeres de su raza.
John Carlos, convertido en profesor de atletismo de una escuela secundaria, no se cansa de decir a sus alumnos: "Ese gesto destruyó nuestras vidas, pero ayudó a construir nuestra patria". Y John Dominis, de la revista Life, el único fotógrafo que tomó la escena, expresó: "En aquel momento no entendí en absoluto el aspecto histórico de mi foto. Como todos los norteamericanos, creía que esos negros protestando eran meros agitadores. Hoy comprendo que ese gesto tenía un enorme valor".
TIBIO MUÑOZ HIZO VIBRAR A MÉXICO
Lo llamaban Tibio, porque su padre nació en Aguascalientes y su madre en Río Frío. Su nombre y apellidos era Felipe Muñoz Kapamas. Tenía 17 años y en la Alberca Olímpica hizo delirar a sus compatriotas.
Este mexicano distaba de estar entre los candidatos de los 200 metros, pecho. Lo cierto fue que, en los 50 metros finales, surgió del fondo para superar por cinco décimas de segundo al soviético Kossinsky, que era el dueño del récord mundial.
En medio de los festejos se oía: "Su triunfo es obra de Moctezuma". Claro, es para preguntarse que tiene que ver Moctezuma con un pileta de natación. Bueno, ocurría que achacaban al "Fantasma de Moctezuma" de una infección intestinal que afectó a la mayoría de los nadadores.
Entre ellos, a Mark Spitz, que pese a los problemas se llevó dos medallas de oro, una de plata y una de bronce. Lo que fue una bofetada a su anuncio previo que iba a conquistar seis oros. En cambió, Catie Ball, favorita de los 100 metros, pecho, perdió cuatro kilos y finalizó penando en el quinto puesto.
También acusaron al "Fantasma de Moctezuma" del embotellamiento de transito que afectó a la gran esperanza argentina. El mariposista Luis Alberto Nicolao arribó justo para ver la largada de las semifinales de 100 metros y observar como su andarivel estaba vacío. Pobre Moctezuma, hasta cargó con las culpas de los demás.
DATOS COMPLEMETARIOS
LA NOVIA DE MÉXICO
La gimnasta checoslovaca Vera Cavslaka, la que le puso fin al reinado de Larissa Latynina en Tokio, fue la novia de México. Cautivó al público y lo puso de su lado, con la música de las rancheras "La cucaracha" y "Allá en el rancho grande", mientras realizaba los ejercicios de manos libres.
Los jueces le otorgaron 9,6 puntos, pero la insistencia de los espectadores, que vocearon su nombre durante diez minutos, los obligó a elevarla a 9,8. Vera sumó cuatro medallas de oro y dos de plata a las tres de oro y una de plata que obtuvo en Tokio cuatro años antes.
El día de la ceremonia de clausura, Caslavska, ya convertida en la novia de México, se casó con su compatriota el atleta Josef Odlozil, plata en 1.500m. El acto civil se realizó en la residencia del embajador checoslovaco y el religioso en la catedral de México, en la enorme plaza del Zócalo, mientras los mariachis acompañaron su ingreso y egreso de la catedral con las rancheras que habían servido de fondo musical a su ejercicio gimnástico.
OTRAS NOTABLES FIGURAS
Abundaron las figuras en los Juegos de México. No se podría dejar de mencionar, por ejemplo, al sprinter estadounidense James Hines, quien fue el primer atleta en quebrar la barrera de los 10 segundos en los 100 metros, al emplear 9s95, récord mundial que duró 15 años, cuando la superó su compatriota Calvin Smith.
También la estadounidense WyomiaTyus que batió el récord mundial, con 11s8, siendo la primera atleta, hombre o mujer, en ganar los 100 metros llanos dos veces consecutivas en los Juegos.
México asistió al final del ciclo de una leyenda olímpica. El lanzador de disco Alfred "Al" Oerter, a los 32, años lograba su cuarta victoria consecutiva, un hazaña sólo igualada por Carl Lewis en salto en largo.
Oerter obtuvo las medallas doradas en 1956, 1960, 1964 y 1968, fijando un registro olímpico en cada ocasión, con la particularidad de que nunca era el favorito para ganar la competencia. Fue el primero en superar la barrera de los 60 metros y cuando pretendía ganar su quinta medalla, al retornar al atletismo, a los 42 años, el boicot a los Juegos de Moscú 1980 frustró esa intención, cuando había conseguido el récord mundial con 68m40.
Y otro fue el boxeador peso pesado George Foreman, que siguió los pasos de Classius Clay y Joe Frazier para brillar posteriormente en el profesionalismo mundial.
BUENA COSECHA LOCAL
Como país organizador, México cosechó nueve medallas. Tres de oro, tres de plata y tres de bronce. Además de la del nadador Tibio Muñoz, las otras de oro las consiguieron dos boxeadores: Ricardo Delgado (mosca) y Antonio Roldán (pluma).
José Pedraza Zúñiga, en marcha de 20 kilómetros; María del Pilar Roldán, en florete femenino y Alvaro Gaxiola, en saltos ornamentales desde plataforma, obtuvieron las de plata, mientras que las de bronce las consiguieron la nadadora María Teresa Ramírez, en 800 metros, y los boxeadores Agustín Zaragoza (mediano) y Joaquín Rocha (pesado).
El boxeo venezolano dijo presente y ese país ingresó en el primer casillero del medallero olímpico. La categoría minimosca hizo su debut y Francisco Rodríguez se quedó con el oro, al vencer en la final al coreano JeeYong-ju, en fallo dividido.
Cuba se llevó cuatro medallas de plata, a través de las postas atléticas femenina y masculina de 4 por 100 metros y de los boxeadores Enrique Regueiferos (superligero) y Rolando Garbey (mediano).
Nelson Prudencio, en salto triple, le otorgó a Brasil su única medalla de plata, en tanto el boxeador Servilio Oliveira (pluma) y el velero Mach, en la Clase FlyingDuttchman, las dos de bronce.
El remero Alberto Demiddi, que había sido cuarto en Tokio, subió al tercer escalón del podio, al igual que el boxeador Mario Guillotti (welters). Esas fueron las conquistas de Argentina. El resto de Latinoamérica brilló por su ausencia.
TRES HECHOS SALIENTES
Se empezó a utilizar el tartán para la pista atlética para un estadio olímpico.
Se introdujeron por primera vez controles de sexo y análisis antidopaje. El primer deportista en ser sancionado fue al sueco Hans-Gunnar Liljenwall, que dio positivo con alcohol.
Liljenwall al parecer había bebido dos cervezas para calmar sus nervios antes de la prueba de tiro, parte del pentatlón moderno . El equipo sueco debió devolver las medallas de bronce.
Fueron los primeros Juegos Olímpicos que se transmitieron por televisión vía satélite en directo a todo el mundo.