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Diario de las Finales NBA: 5 de junio

LA FOTO: Soy todo oídos

EL ANÁLISIS: Eterno resplandor de una mente sin recuerdos

Por Bruno Altieri, enviado especial

SAN ANTONIO -- Gregg Popovich abre los ojos y pega un salto en la cama. Gira su cabeza y observa el reloj. Todo está oscuro, sólo se filtra el ladrido de un perro en la lejanía para fragmentar el silencio. Son las tres de la mañana, pero el mejor coach que tiene hoy la NBA sabe que ya ha sido suficiente. Que, como ocurre desde hace días, meses, ya no podrá pegar un ojo en lo que queda de la noche.

Se levanta con desgano, entregado a la suerte que le toca correr desde aquel fatídico 19 de junio, fecha del accidente deportivo más dramático de su carrera. En el camino hacia la heladera recupera el instante, el cuchillazo al alma ocurrido en aquella esquina que parecía desolada y terminó siendo multitud. Ray Allen toma el balón, da un paso elegante hacia atrás y lanza el triple que enviará al Heat a su bicampeonato.

Popovich ejercitará, entonces, la reminiscencia de lo inevitable que podría haberse evitado. Pensará en Tim Duncan en el banco de suplentes, en la continuación de la jugada sin corte con falta, en el golpe que no es definitivo pero que, sin dudas, horas más tarde lo será.

La pesadilla es recurrente y la obsesión suele transformarse en depresión. En hartazgo, en desencanto, en frustración. Sin embargo, Popovich sabe que no ocurrirá esto en su caso. En su casa. Porque, fiel a la cultura corporativa de San Antonio, no se trata del golpe que rompe la piedra, sino de todos los golpes anteriores que hicieron que el último sea el decisivo. Será el camino transitado y no el final del mismo el que devolverá la esperanza.

Pop cierra los ojos y piensa ahora en su trío estrella. Sabe que Tony Parker, Manu Ginóbili y Tim Duncan tendrán sus momentos de desazón, pero que saldrán adelante. Que serán ellos, merced a la cultura grabada a fuego de San Antonio, los que empujarán al resto. Para eso le ha dicho a R.C. Buford que Manu merece regresar. Y que Tiago Splitter, el gigante brasileño, también merece otra chance.

San Antonio avanza en la temporada 2013-14 con un equipo que luce parecido pero que, en el fondo, es diferente. El golpe, lejos de haberlos aplastado, los ha fortalecido. Popovich ha hecho una jugada maestra digna de Sigmund Freud: donde todos ven una cosa, él logra enseñar que hay otra diferente. Donde el resto ve catástrofe, él encuentra esperanza. En definitiva, siempre hay una flor que crece entre los escombros.

"Pienso en el sexto partido todos los días", dijo Gregg Popovich a Sports Illustrated. "Sin excepción. Pienso en todas las jugadas. Puedo ver el primer tiro de LeBron y el rebote, y el segundo rebote...".

La pretemporada es dura, pero la cabeza se hace más flexible. Llega la temporada regular y los Spurs quedan en primera posición. Sufren en primera ronda de playoffs ante Dallas Mavericks, se lucen ante Portland Trail Blazers y sacan casta de candidato ante Oklahoma City Thunder.

Gregg Popovich mira el reloj nuevamente. Sólo han pasado un par de minutos, pero en su cabeza el tiempo se ha detenido. De junio a junio, no ha sucedido nada. O ha sucedido todo. Otra vez el Heat en las Finales, pero esta vez con comienzo en San Antonio.

Lo que parecía imposible, entonces, se oculta bajo el disfraz de lo sencillo. El eterno resplandor de una mente sin recuerdos los devuelve a las Finales.

Una nueva oportunidad está en marcha.