Bruno Altieri 10y

El país que yo sueño

Facundo Campazzo corre la cancha, se embarulla en una mezcla de brazos rivales y pierde la pelota. En la esquina de Cabildo y Juramento, un pelado cincuentón, arriba de un auto de alta gama, mete un bocinazo e insulta a un pibe que cruza la calle con semáforo en verde.

Mientras el pibe se aleja con un trotecito canchero y una risita dibujada en el rostro, Luis Scola se acerca a Campazzo y le habla al oído. Le dice algo que lo tranquiliza, que lo equilibra, que le permite a la jugada siguiente dejar de ser una bomba atómica para ser un bisturí, operar en la zona pintada y encontrar a un compañero desmarcado para que anote el doble.

Scola y Campazzo se miran y no se dicen nada. O se dicen todo. El pelado ahora sube el volumen de la radio y vuelve a bocinear porque una señora mayor maneja a paso de hombre por el carril izquierdo. Pasa por al lado y la putea. La señora lo mira y lo putea también a él. Nunca se conocieron, ni se conocerán. Pero el modus operandi seguirá siendo el mismo hasta el final del día: uno para uno, y hasta ahí llegamos.

El seleccionado argentino de básquetbol, mientras tanto, entra en terreno de caos deportivo en Sevilla. Ha vuelto a perder la brújula que había encontrado en la primera mitad. Ha ingerido de nuevo el cóctel que transforma a Dr. Jekyll en Mr. Hyde, ha regresado a la lógica peligrosa de Harvey dos Caras. Del orden al desorden en un abrir y cerrar de ojos. Julio Lamas pide un tiempo muerto y habla con tranquilidad. Scola y Pablo Prigioni toman la palabra y miran a los más jóvenes, que escuchan. Sí, uno habla y otro escucha. ¿Uno para uno? Todos para todos.

Reina el equilibrio en España. Hay una camiseta celeste y blanca, una pelota de básquetbol, y reina el equilibrio. A la misma hora, a 9.000 kilómetros de distancia, un egresado de administración de empresas va a una entrevista en una firma de microcentro, en Capital. Lo atienden en recursos humanos y pese a tener la formación y la proyección necesaria para ser alguien ahí, le palmean la espalda, le agradecen y le dicen que buscan a una persona más experimentada para ese trabajo. Sale y repite sus pasos a la inversa un hombre de unos 40 años, quien se presenta para el mismo puesto. Ha trabajado en numerosas empresas del mismo rubro, pero tras una larga entrevista le palmean la espalda, le agradecen y le dicen que buscan a una persona más joven para ese trabajo.

Lamas se quita sus lentes, los limpia a las apuradas y se los vuelve a poner. Chapu Nocioni, Leo Gutiérrez, Walter Herrmann, Scola y Prigioni están bailando su último tango. Y lo están haciendo con maestría. Gira para dar una indicación y ve a un grupo de pibes que se paran y aplauden, gritan, contagian. Lamas, de pie, es la vara que separa los dos mundos, el que se está yendo y el que viene. Lamas, aquí, es el propio departamento de recursos humanos, el que dice sí y sí, en vez de no y no. A las dos generaciones.

Vivimos en un mundo egoísta, en el que los que llegan quieren empujar hacia un costado a los que están y los que están quieren empujar hacia un costado a los que llegan. Vivimos en un mundo de competencia extrema, idiota, en el que nadie quiere que brille el de al lado. "El estado soy yo", decía Luis XIV, más conocido como el Rey Sol. Han pasado más de 350 años de eso, pero el egoísmo en el conocimiento, el éxito y el progreso ha alcanzado su punto más radical en la actualidad.

El país que yo sueño es el de los veteranos aplaudiendo a los pibes, transmitiendo un mensaje valioso en el que todos cobran trascendencia. Es el de ese círculo apretado de jugadores, omnipresente, con talentos brillantes pero no imprescindibles. Es el de la tribuna que alienta una escala de valores, por encima de un resultado favorable. Hace más de una década que estos muchachos contradicen la rutina en la que nos sumergimos cuando suena el despertador. Empujan al de al lado, claro, pero lo hacen hacia arriba. Lo enaltecen, no lo detienen. Lo alientan, no lo critican. Si se pueden hacer las cosas bien, ¿por qué hay un empeño desmedido en hacerlas mal? El respeto y la coherencia son los primeros pasos de la escalera hacia el honor.

España y Estados Unidos seguirán siendo los mejores equipos de este Mundial. Quizás esta tarde las cosas no salgan tan bien como esperamos ante Grecia. Pero eso no importa: la Liga Nacional es mucho más potable de lo que se dice, y las pruebas están a la vista. El país que yo sueño valora lo que tiene y disfruta lo que hace. El país que yo sueño brilla siempre, aún cuando el viento sopla en contra.

El país que yo sueño se viste hoy de celeste y blanco. Y juega al básquetbol.

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