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River volvió una noche

BUENOS AIRES -- Y una noche, River volvió a ser River. Dejó de ser sapo para transformarse nuevamente en príncipe. Pudo al menos atenuar el dolor de los golpes recientes.

El equipo de Gallardo había llegado relajado al 2015. Trazando el paralelo con una situación bien veraniega, River era ese chico ganador al que le auguraban un éxito seguro con las chicas. Sin necesidad de matarse en el gimnasio durante el año, se lo creía capaz de marcar diferencia, ya sea en la playa como en el boliche.

Pero algo cambió. Las derrotas en los Superclásicos estivales, 0-1 en Mar del Plata y el histórico 0-5 en Mendoza, le movieron la estantería. Generaron un mar de dudas en el ambiente. Ya se dejó de creer que era "alto, rubio y de ojos celestes", como suele decirse. El riesgo era caer en esa desconfianza generalizada y acrecentar la "crisis".

Llegaba San Lorenzo, ya en un duelo oficial, en la 1ª final de la Recopa Sudamericana. Desde el primer minuto, River salió a buscarlo. Como si estuviera en un popular boliche de un centro turístico, intentó de todas las formas. El campeón de la Sudamericana no se quedó en la barra a la espera de que le reconocieran su fama.

Sin embargo, el galán que no suele fallar sufrió muchos rebotes. Teo Gutiérrez, de él hablamos, tuvo cuatro chances clarísimas en el 1º tiempo y no pudo concretar. Un cabezazo que exigió a Torrico, otro al travesaño, un tercero que el arquero sacó de forma milagrosa y una chilena que también dio en el horizontal. Además, una palomita de Maidana pegó en la base del poste y Mora desperdició su ocasión antes de irse al vestuario.

Enfrente, San Lorenzo respetó sus convicciones y cedió el protagonismo. Eso sí, el ganador de la Libertadores no estaba dispuesto a entregarse fácilmente. Quedó a la espera de espacios para lastimar. Los tuvo, pero Cauteruccio dudó dos veces en el mano a mano con Barovero. Como anticipó Gallardo, "si bajás la guardia, te golpean". Casi lo confirman Blanco y Mussis con sus llegadas sorpresivas por afuera.

La noche se le hacía cuesta arriba al Millonario. Dejó de llegar con peligro. Ya no se interponía Torrico, ni los postes, ni un novio que esperaba, ni la presencia de amigos, ni ninguna otra excusa habitual en término de boliches.

Con los arcos cerrados, a los 16 del complemento entraron los "10", esos que tienen armas de seducción en sus pies. El resultado fue dispar. A los 32, Gonzalo Martínez, el joven de River, mostró su desfachatez y asistió con maestría a Carlos Sánchez, quien sacó un potente derechazo y celebró el embarazo de su mujer con la pelota debajo de su camiseta.

Como solía suceder en tiempos lejanos, la intención de bailar se demostraba con un "cabezazo". Algo así sucedió con Mercier, de mal rechazo de cabeza hacia atrás en la jugada que terminó con la apertura del marcador. Antes del final, Leandro Romagnoli, el experimentado 10 de San Lorenzo, fue expulsado tras un encontranazo con Vangioni.

La ida del Monumental dejó una mínima diferencia desde lo numérico y la serie abierta de cara a la revancha del miércoles en el Nuevo Gasómetro. En una definición en la que el gol de visitante no importa, San Lorenzo tiene que animarse más para ganar en su casa y emparejar la cuestión.

Para River, los primeros 90 minutos significaron mucho desde lo anímico. Sumó confianza, recuperó el estilo que cautivó a propios y extraños y disipó los nubarrones que rodearon el barrio de Núñez. Por más doloroso que haya sido el 0-5 frente a Boca, demostró que está lejos del abismo.

No ganó con la holgura del pasado, es cierto. Entendió que con la chapa no alcanza. Se puso a trabajar como uno más. Lo buscó. Y tuvo un premio a la insistencia.