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A 15 años del escándalo

La policía, con trabajo extra en pleno caos AP

BUENOS AIRES - Hay fechas para recordar. Y fechas que uno recuerda, que dan ganas de olvidar. Hace exactamente 15 años, aquel 7 de abril de 2000 quedó grabado a fuego en las retinas de las 12.000 personas que llenaron el Parque O'Higgins de Santiago y en los millones que vieron por TV la locura desatada. Estadio cubierto, remodelado para la ocasión, con un clima hostil en exceso, más allá de ser el escenario del gran clásico Chile-Argentina por la Copa Davis. No llegaron a completarse dos singles cuando la barbarie reflejada por los hinchas, incluidos varios barrabravas, se tradujo en sillas, botellas, monedas y otros proyectiles que tuvieron como objetivo a los jugadores y simpatizantes visitantes. Así, el tenis -y el deporte- perdió en un día lamentable, que terminó siendo la página más triste de la historia de ese torneo mundial.

Diez días antes, el fútbol sudamericano había comenzado a transitar las Eliminatorias para el Mundial Corea y Japón 2002 con la goleada 4-1 como local del conjunto albiceleste, dirigido por el "Loco" Marcelo Bielsa, sobre la Roja. Ese espíritu de "revancha" tomó cuerpo en muchos chilenos que pretendían, con el 'Chino' Marcelo Ríos a la cabeza, tener el desquite a los raquetazos. Lamentablemente, ese cruce copero será por siempre recordado como "la serie de los sillazos". Sí, la misma que tuvo una violencia inusitada, donde la visita, argumentando falta de garantías para continuar el juego a puertas cerradas, como pretendían hacerlo las autoridades, abandonó. Al fin de cuentas, todo finalizó en los escritorios de la Federación Internacional de Tenis (ITF), que le dio por ganada la serie 5-0 a Chile, que a su vez luego no pudo ser local durante dos años.

Aún hoy recuerdo claramente mi ingreso al estadio, preparado especialmente para la cita copera. A diferencia de la lógica frialdad de las jornadas previas, cuando se realizaron los entrenamientos, el Parque O'Higgins tuvo un marco tremendo. Lejos de un viernes habitual de Copa Davis, siempre laboral, donde la gente va llegando de a poco, ese día el clima era especial. Con varios colegas argentinos, acreditados para la serie, nos miramos sorprendidos. Entendíamos que estábamos en presencia de una atmósfera rara, atípica, porque más de una hora antes del comienzo del primer partido los insultos y cantos ofensivos hacia los argentinos eran una constante. Y retumbaban a modo de amenaza. "Argentinos, 'hueones', les quitaron las Malvinas por cagones" se repetía e intercalaba con el "estos 'hueones' no nos ganan nunca más...".

Así y todo, vale la pena la inevitable y honesta aclaración: sería mentiroso decir que uno creyó que todo podía terminar como luego finalizó. La Copa Davis ya conocía de algunas historias duras, con escupitajos y hasta agresiones físicas, en especial en territorio sudamericano (en Asunción, Guayaquil, San Pablo y Santiago, por caso) en los 15 años previos, pero nunca nada parecido a lo que vivimos aquel nefasto 7 de abril. La sensación de búsqueda de revancha se reflejaba en las calles y los bares, era "el" tema en cuestión en la semana previa, pero seguramente ninguna persona con buenas intenciones pensó que se iba a vivir una violencia propia de varias noches de Copa Libertadores. El deporte en cuestión, el tenis, jamás había sido noticia por algo similar, con imágenes que recorrieron el mundo... y causaron vergüenza ajena.

Esa fue, precisamente, la síntesis y la forma en la que no sólo los medios argentinos, sino algunos locales, calificaron lo vivido aquella tarde en Santiago. De hecho, los colegas chilenos no podían creer semejante barbarie. Y hasta el propio Ríos les ofreció disculpas a los jugadores albicelestes, ya de noche, en la cena en el Hotel Sheraton, donde se hospedaron ambos equipos. Todos, unas horas antes, sufrimos una jornada impensada, que empezó con esa sensación extraña desde la mañana, que tuvo varios pasajes de tensión hasta el caos del final y la suspensión definitiva. De hecho, los cantitos agresivos de la primera hora se potenciaron en el partido de Ríos, Nº1 del mundo dos años antes y en ese momento 8º, cuando el ídolo local cedió el tercer set ante Hernán Gumy (71º). Y eso que el 'Chino' había ganado los dos primeros. Por eso, no era común que lanzaran, desde distintos sectores, monedas y otros proyectiles a la cancha.

Ya con el 1-0 parcial consumado por el triunfo de Ríos, llegó un partido clave, porque Nicolás Massú (90º) pretendía dar el golpe ante un Mariano Zabaleta (21º) que era el líder visitante, justo en la semana que alcanzó su mejor posición histórica en el ranking de la ATP. Allí todo se fue desvirtuando de tal manera que el equipo chileno llegó a sufrir la pérdida de cuatro puntos porque el público cortó el juego sistemáticamente con insultos y lanzando cosas hacia Zabaleta y el público visitante, en especial desde el sector más duro, ubicado en el piso superior donde estaba el argentino. Ni la calma y cordura del capitán Alejandro Gattiker (por entonces coach de Gumy, que reemplazó a Franco Davin ya que debió irse por un problema de salud familiar), sumado al conductor anfitrión, Patricio Cornejo, pudieron frenar esos nervios y broncas desmedidos de los simpatizantes.

Con ventaja de 2-1 en sets y 3-1 en el cuarto, cuando todo indicaba que Zabaleta iba a derrotar a Massú, el argentino fue a buscar una piedra que le tiraron para mostrársela al árbitro Tony Hernández, como otra muestra cabal del descontrol generalizado. Un ball-boy se interpuso y la agarró, con la intención de esconderla, y Zabaleta lo empujó levemente. Eso hizo explotar, literalmente, la situación, viendo los fanáticos que la serie iba camino a quedar empatada. Se desató una lluvia de proyectiles y las sillas de algunos palcos empezaron a ser lanzadas a los simpatizantes albicelestes. Enseguida los carabineros empezaron a escudar a Zabaleta y Gattiker y los ayudaron a salir de la cancha, ya con un ruido ensordecedor en el estadio techado, con los repetidos cantos en alusión a las Islas Malvinas y con amenazas de más violencia.

Mientras muchos chilenos empezaron a retirarse, incrédulos ante semejante situación, los barras siguieron siendo el motor de las agresiones, hubo corridas en camino a los vestuarios y parecían no alcanzar los policías para frenar semejante caos. El que se llevó la peor parte fue Carlos, el papá de Zabaleta, ya que sufrió un corte en la cabeza por un sillazo y recibió 18 puntos de sutura. En las tribunas, los familiares, amigos y fans visitantes no sabían cómo cubrirse, hasta que se logró dispersar a los más violentos, ya cuando el tenis había perdido su batalla y la cancha estaba casi tapada de objetos de todo tipo. Sin dudas, el juez de silla dominicano fue señalado como culpable porque no supo manejar la situación al no ser más duro. Así y todo, las condiciones parecían llevar al triste desenlace conocido, que quedó marcado como la página negra y más triste de la historia de la Copa Davis.

Si bien el árbitro Hernández y directivos de la ITF, junto con dirigentes y tenistas locales, pensaron que podía continuar la acción el sábado, tal como estaba el partido entre Massú y Zabaleta, el equipo argentino decidió finalmente retirarse. Sus directivos, conscientes del riesgo deportivo de perder la eliminatoria, como finalmente pasó, optaron por priorizar la medida de los jugadores y el capitán. "Tenemos miedo de perder la vida. Estos tipos están enfermos. Y escucho que se dice que quisimos sacar una ventaja deportiva. Es una locura", llegó a decir el mejor jugador argentino del momento, con el "shock" de lo vivido durante su partido y con el agravante de su padre herido. Gumy casi padece lo mismo. "Me tiraron una silla y zafé porque resbaló en el gorro. Nunca vi algo igual", dijo. Y fue una frase repetida por todos los involucrados, llámense jugadores, entrenadores, dirigentes, integrantes del cuerpo técnico, periodistas y público en general.

Claro, porque se trató de una serie única, tristemente especial. Pensar que el equipo albiceleste terminó encerrado en el hotel, donde se le tomó la denuncia policial, hasta que el sábado fue escoltado hasta el aeropuerto por los carabineros. El habitual día de la disputa del dobles ya tenía a la visita en Buenos Aires, tras vivir un viernes inexplicable. El tiempo pasó y, en estos 15 años, no volvieron a enfrentarse chilenos y argentinos en la Copa Davis. Aquel choque y aquellos sillazos marcaron, sin dudas, un duelo para olvidar. Que cuesta, está claro, por las sensaciones vividas, porque el espectáculo deportivo desembocó en un bochorno. El papelón dejó su huella y uno espera que no se repita, en ningún rincón del planeta. Porque aquel día perdió el deporte. Y perdimos todos.