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A Venezuela volando en el conventillo

El seleccionado peruano viene de derrotar a Venezuela AP

CARACAS - De pronto, o mejor dicho, de golpe y chispazo, el conventillo se elevó y dejó el cielo de Rancagua, en plena Copa América y se dirigió a todo tren hasta Caracas, República Bolivarianísima de Venezuela. Ojo, no sucedió porque yo lo quise. El conventillo tiene alma propia y piensa por sí mismo.

¡Rumbo a la patria grande del Inmortal amigo Hugo! El viaje fue rápido, derechito, raspando el pico de las montañas del gran cordón montañesco, conocido como La Cordillera de Los Andes. Los grandes halcones, las aguilas de colores y los inefables y siempre sexuales cóndores gigantescos que cuidan esos cielos, nos comenzaron a seguir y a darnos de picotazos. La onda era entrar a las piezas del conventillo a conocer a nuestras deliciosas mulatas dominicanas y peruanas.

Casi llegando al Orinoco o a algo así, un cóndor negro con alas del tamaño de un avión de Aerolíneas Argentinas, azulinamente negro, con cara de malo, su porte era de seis pisos de altura y cincuenta metros de pecho, se posó encima de las chapas de nuestro super yoti.

- Eh, coño, ¿a dónde vamos?, dijo una loca secándose el pelo debajo de un secador de pie.

- A Venezuela a ver a la genial Vino tinto..., dijo una mulata pintándose las uñas acarameladas.

- Fa, el Caribe con su calor atolondrado y sus mujeres exhuberantes..., gritó un limeño parecido a Fredy Rincón.

- No te babeés, Ricki, vamos a ver cómo la vino titno le gana a Perú...

- Eso lo veo realmente difícil, pájaro de mal agüero.

-Eh, chico, pero si esa es la hermosa Avenida Urdaneta, estamos a metros de la plaza Candelaria.

- Che, ¡pero si es la Plaza de los gimnastas!

Y en pocos segundos, ante el asombro de los venezolanos que al vernos pensaron que éramos unos marcianos que devolvíamos a la tierra al querido comandante, tocamos tierra. Otros pensaron que éramos una trampa del País Fuerte. Como sea, sólo queríamos ver el partido junto a los venezolanos.

Pero ya el morocho Salomón se había perdido un mano a mano con el arquero peruano, Y más de uno se quejaba porque expulsaron al lateral de la Vino Tinto de manera exagerada.

-¡Qué exagerados son los venezolanos!, gritó alguien.

- Pero son encantadores, realmente, qué gran país y no veo ningún peligro en las calles. Dijo otro asomándose por el balcón del yoti que ahora flotaba a un par de metros del piso de la plaza Candelaria.

- ¡Pero mirá, mirá, Cucu querido, mirá como la gente hace gimnasia, en plena plaza, montaron un gimnasio!

- Uf, cuántas pesas, compadre. Deberé entregarme al deporte.

- Pues, no, no, mejor volvamos a Chile.

- ¡Nada de eso!, salió la voz del Conventillo volador. Aquí, nos quedamos hasta el sábado, cuando la Vino Tinto, enfrente a Brasil, nada más ni nada menos...

Decidimos saltar a tierra, tomarnos unos buenos mezclados de mango y guanábanas. Arepas con queso, en fin, llenar el estómago.

Pero de pronto, sentimos que había silencio. Perú había convertido un gol y casi no lo podíamos gritar por respeto a nuestros hermanos hinchas de la Vino Tinto. Yo me quedé un rato leyendo un afiche de la calle. “Podríamos construir miles de carreteras. Pero de que nos servirían si por ellas transitan millones de personas ignorantes. No hay carreteras sin educación”. Bueno, no sé qué tendrá que ver esto, algo tendrá seguro, porque todo tiene que ver con todo.

Venezuela perdió, jugó muy bien, es un grandísimo equipo y estamos seguro que a Brasil le gana. Mi pregunta es, por qué el conventillo nos trajo hasta acá. Ya lo sabremos en las próximas horas.