Bruno Altieri 9y

El honor de pertenecer

Manu Ginobili acaba de anunciar, hace minutos, que jugará una temporada más en los San Antonio Spurs. Tiene 38 años, está casado con Many, tiene tres hijos y el futuro económico asegurado. Sin embargo, Manu dice que seguirá, porque ama el juego con locura. Lo quiere tanto que, vaya contradicción, por momentos lo odia. Odia la saturación que provocan sus artes, la pelota como único tema de análisis, el básquetbol como conversación al cubo. Es esa contradicción permanente la que lo hace especial: ¿por qué quiere seguir un tipo que ya lo ganó todo en reiteradas oportunidades? ¿Qué es lo que lo motiva?

Manu podría quedarse en San Antonio, en Bahía Blanca, o donde quisiera, disfrutando las mieles del éxito. Un jubilado de lujo que se dedica a despuntar vicios añejos. Vitrinas plagadas de trofeos. Hojas desparramadas narrando líneas con sus memorias. Clínicas diversas, a lo largo y ancho del mundo, haciendo las veces de juglar posmoderno. Manu podría ocultarse de todos para vivir como un prócer su segunda vida, que no sería otra cosa que un premio por la primera. Sin embargo, le dice no a todo eso. De nuevo, ¿por qué lo hace? Simplemente porque no tiene elección. Los guerreros no esquivan su destino, pelean. No tiene que ver con el dinero, con los logros obtenidos ni con la fama. El honor de pertenecer es una tentación tan profunda como irremediable. En esta clase de atletas, las derrotas buscan revanchas y los triunfos buscan más triunfos. Es una adicción compulsiva por ir un poco más allá de las posibilidades. Querer, en definitiva, es poder: en materia de enfoque y mentalidad, Manu está, con muy pocos, en la cima del monte del Olimpo. El resto participa, en esta carrera, por el segundo puesto.

La relación entre Manu y el juego es casi una relación humana: compartir, amigarse, discutir. Disfrutar, sufrir, imponerse, relegar. Delegar. A todos les gusta ganar, pero a Ginóbili le gusta un poco más. Es esa obsesión por la victoria lo que le permite reinventarse año tras año en función de lo que el equipo necesita. No es egoísta porque de nada sirve eso en un juego de equipo. Sería una desinteligencia en función del objetivo final que es el triunfo. Es ese enfoque obtuso, oblicuo en relación al promedio, el que siempre vio Gregg Popovich. "Si ganás la pasás mejor. Tengo esa mentalidad", confiesa Manu.

Es la grandeza de dar un paso atrás para que el equipo de un paso adelante. El éxito con estas cartas es, sin dudas, una puñalada al egocentrismo de algunos colegas.

Ginóbili profundizará su reinvención en el futuro cercano. Es la contracara de Gregorio Samsa en la metamorfosis; en vez de insecto, Manu evoluciona en animal salvaje o pensador meticuloso según los requerimientos. Pasó, en las últimas temporadas, de ser un escolta natural a ser un híbrido entre un base y un escolta. Manu asiste, guía y disfruta. Su rol de liderazgo y de enseñanza se produce dentro de la cancha pero también desde la palabra. 

En la temporada que se avecina, el desafío de Manu será ocultar, en parte, las salidas en el perímetro. Se quedarán Patty Mills y Danny Green, pero ya no estarán Marco Belinelli (Sacramento Kings) y Cory Joseph (Toronto Raptors). Aún no está el plantel definido, pero sin dudas la franquicia de San Antonio, que ha ganado la gran pulseada de la temporada baja al fichar al interno ex Portland Trail Blazers, LaMarcus Aldridge, y ha sumado otro talento veterano como David West, ha elegido a Ginóbili por encima de sus competidores en el puesto.

Admiro profundamente la decisión de San Antonio, porque tiene que ver con fidelidad. El escolta argentino no tuvo una buena postemporada ante Los Angeles Clippers, pero sin embargo R.C. Buford y Gregg Popovich volvieron a pedir sus servicios. Como ocurrió tras la frustración de las Finales ante Miami Heat en 2013, cuando la prensa especializada exigió a gritos una renovación profunda y los Spurs lo que hicieron fue intensificar la decisión de mantener lo que tenían. Y al año siguiente, curiosamente, ganaron el título y la renovación llegó para el rival, con la partida de LeBron James a Cleveland Cavaliers.

Para San Antonio, quedarse con Manu un año más es poner las manos en el fuego por un amigo, aún sabiendo que pueden quemarse. Ese es el verdadero valor de la apuesta, porque si supiesen que todo está garantizado, no existiría valentía en la decisión. Y viceversa, porque Ginóbili, en esta oportunidad, con 38 años, está exponiendo todos sus anillos en función de conquistar algo más. Es el peso pesado que sale a cambiar golpe por golpe con jovencitos que saltan más, que corren más, pero que dudo seriamente que quieran más. Verán, las leyendas son leyendas porque arriesgan su legado cuando verdaderamente vale. Tipos duros de otra época que no cambian por cambiar. Que no dicen por decir. Que se mantienen porque aún queda algo de energía para competir al máximo nivel; es es esa duda permanente con ellos mismos, con su cuerpo y su voluntad, la que los convierte en espíritus inquebrantables, únicos, decisivos. Y son los equipos con grandeza -sean grandes o no- aquellos que tienen una cuota de desafío recurrente, que eligen convertirse en jugadores que enriquecen el paño cuando muchos miran hacia el costado: todo al número 20, por favor. Y cuando digo todo es TODO.

Ginóbili volverá en busca de otro capítulo más que enriquezca la película de su vida. Amor por el juego, adicción por los triunfos. Mientras las piernas se muevan, será una noche más, una pelea más, un round más. Los fanáticos de estas tierras, honestos en su sentimiento, ya gozan del triunfo en las entrañas, que no es otra cosa que la lucha permanente. El honor de pertenecer conmueve, empuja y contagia.

Manu está de regreso. La bola está en el aire.

Hagan juego, señores.

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