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Dos generaciones, la misma mística

DURBAN (Enviado especial) -- ¿Qué decir? ¿Se pueden encontrar palabras para contar las sensaciones de un paradigma semejante? Se hizo historia y de la grande, como hace 50 años. ¿Pero cómo contarlo?

Quizás el modo sea por boca misma de los protagonistas. Y no sólo de los de hoy, sino también de los de ayer, de los Pumas del 65. “Me puedo morir tranquilo. No daba más”, dijo un Pochola Silva extenuado, sincero, con los ojos enrojecidos por el llanto.

La magia de aquel 19 de junio de 1965, del día en que hombres se transformaron en Pumas, se palpó en la atmosfera desde el momento en el que estas glorias pisaron Sudáfrica. “Toda la semana se sintió algo en el ambiente”, contó Agustín Creevy, el capitán del barco, en el que no muchos confiaban en un principio y demostró ser una pieza clave, tanto adentro como afuera de la cancha. Agustín motiva, une. Es divertido, compinche, cuando hay que serlo y sensato, y juicioso cuando la mano viene complicada. Un capitán que asume responsabilidades. Que pone la cara. Que tiene la pasta necesaria como para llevar con orgullo la emblemática cinta de Los Pumas. Como Aitor, el gran Aitor Otaño, el del 65, que desde una nube ovalada, claro, debe estar mirándolo con un gesto paternal y un “bien, pibe, bien” entre sus labios. Sabe que la cinta está en las mejores manos.

¿Y Marcelo Pascual? Seguro, al lado de su capitán, en otra nube, también ovalada, aplaudiendo a rabiar a Juan Imhoff. La postal de aquella inolvidable palomita en el Ellis Park de Johannesburgo que aterrizó en el corazón mismo de los sudafricanos quedó inmortalizada. Como también permanecerán los tres tries del rosarino. Man of the match frente a su padre, José Luis, otro de los de aquella gesta histórica y que transpiró emoción durante los 80 minutos.

El gran Guillermo Illia lo resumió en pocas palabras y con precisión quirúrgica: "nos regalaron y se regalaron el mejor regalo de todos los tiempos".

Y el "yo te daré, te daré una cosa, te daré niña hermosa, una cosa que empieza con P... Pumas", que sonó en aquel vestuario, también retumbó en el de hoy. Fue el himno final para que las dos fechas se hermanaran; se entrelazaran para siempre. Y se conviertan en una sola.

Hoy Los Pumas emocionaron a Los Pumas. Y al resto, sí. Pero sobre todo a ellos, a sus maestros, y también a sí mismos. La comunión de distintas generaciones de la misma sangre se encarnó de manera perfecta; de la forma más soñada que se pudo haber imaginado.

La mística Puma quedó intacta en la tierra en donde germinó la leyenda. Nada podría haber salido mejor.