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El fin de la inocencia

BUENOS AIRES -- La memoria suele almacenar recuerdos como un baúl, de modo que siempre los últimos guardados son los que están más a la mano. Así, sin necesidad de hurgar demasiado, afloran los más trágicos retazos del año que se va.

Antes que el dominio de Sebastian Vettel camino a su consagración como el bicampeón más joven en la historia de la Fórmula Uno aparece la muerte de Dan Wheldon en la fecha final de IndyCar, un deceso que a la vez decretó campeón a Dario Franchitti.

Más que el apabullante andar de Casey Stoner rumbo al título de MotoGP en el último año de las máquinas de 800 centímetros cúbicos pesa la pérdida de Marco Simoncelli en Malasia, una semana después de la consagración del australiano.

Y en este rincón del mundo, en el que Guillermo Ortelli fue ungido séxtuple campeón de TC, la categoría en actividad más antigua del mundo, repercuten los interrogantes sin respuesta oficial que dejó la muerte de Guido Falaschi en la penúltima fecha, en Balcarce.

El deporte y la industria del entretenimiento suelen trenzarse en un peligroso juego de seducción. Uno acomoda sus reglas y sus formas para ser tenido en cuenta por la otra, que impone conductas y comportamientos en la relación a cambio de exposición, fama y dinero, sin límite de duración: porque el deporte entretiene con el triunfo y la gloria, pero también con la desolación y la muerte.

Entonces, los guardianes de un purismo que antes remataron al mejor postor se apuran para callar cualquier debate atribuyéndole todo a la fatalidad, excusa torpe que a la vez puede leerse como claudicación, ya que según ese argumento una actividad en la que se gastan y genera millones de cualquier color, y se jacta de contar con recursos técnicos y humanos altamente calificados puede quedar desbaratada por una fatalidad.

Sólo IndyCar emitió un informe preliminar con el análisis de lo ocurrido en el óvalo de Las Vegas y que derivó en la muerte del excampeón Wheldon. Como casi siempre, el estudio llegó después del velatorio, a pesar de los riesgos que de antemano encerraba meter en ese circuito de una milla y media y alto peralte más autos que los que largan las 500 Millas de Indianápolis, con chasis capaces de viajar en cerrados pelotones para ganar velocidad a más de 360 km/h.

Además de las modificaciones técnicas que se pretenden realizar en el nuevo vehículo de IndyCar para 2012, el trazado de Las Vegas fue quitado del calendario.

El Campeonato Mundial de motociclismo dijo poco luego de la muerte de Marco Simoncelli, el piloto que sin haber ganado un Gran Premio tenía más carisma que el campeón Casey Stoner y seguía a su buen amigo Valentino Rossi en el gusto popular.

Los neumáticos usados en 2011 por las motos de 800 cc provocaron varias caídas debido a su dispar prestación de acuerdo con la temperatura, lo cual podría haber provocado la rodada de Super Sic.

Aunque el golpe que Simoncelli recibió de la moto de Colin Edwards en Sepang fue fatal, el rescate del italiano por parte de los auxiliares malayos resultó desastroso.

La muerte de Falaschi dejó al descubierto la endeblez del automovilismo argentino, que de arranque cuenta con dos entes fiscalizadores de carreras que ni siquiera acuerdan en la homologación de circuitos, entrega de licencias y castigos.

Así, el TC corrió en Balcarce, una pista que el Automóvil Club Argentino no habilita para categorías de gran potencia, al tiempo que Falaschi compitió en TC mientras estaba suspendido por el ACA debido a una maniobra una semana antes en TC 2000.

El otorgamiento de permisos también forma parte de los habituales desaguisados: ¿o acaso ya quedó en el olvido la facilidad con la cual los exfutbolistas Martín Palermo y Roberto Abbondanzieri consiguieron su licencia para correr en Top Race Series sin una mínima reputación como pilotos?

Gracias al millonario aporte del gobierno bonaerense, la pista del autódromo Juan Manuel Fangio fue reasfaltada, lo que permitió que los coches fueran hasta cuatro segundos por vuelta más veloces que en anteriores ediciones, y sin haber modificado el circuito. O sea, iban más rápido en todas partes.

Cuando ocurrió la carambola que derivó en la muerte del joven piloto de Las Parejas desaparecieron los dos funcionarios que habían asistido a la reapertura del trazado: el gobernador provincial Daniel Scioli y el ministro del Interior, Florencio Randazzo, un habitué de las competencias de TC.

Ninguno de los dos habló luego sobre lo acontecido en la tierra del Chueco Fangio.

La precariedad de las medidas de seguridad del circuito ubicado en la sierra La Barrosa había quedado en evidencia con el despiste de Agustín Canapino, dos días antes del fallecimiento de Falaschi, cuando sufrió una rotura de frenos a 250 km/h.

La única medida que tomó la Asociación Corredores Turismo Carretera fue impedir que el público viera la carrera desde el lugar en el que había aterrizado el Chevrolet del campeón 2010, fuera del autódromo.

¿Y si el despiste hubiese ocurrido el domingo, con cientos de espectadores mirando el paso de los autos en esa curva? Los muertos se habrían contado por decenas. Más allá de algún comentario por lo bajo, ningún equipo ni piloto se retiró de Balcarce luego del escalofriante golpazo de Canapino.

Ni siquiera HAZ, la escuadra para la que corría Falaschi y que luego de la muerte del santafesino encabezó una cruzada con denuncias al tiempo que abandonó la categoría.

El rótulo de fatalidad tapa responsabilidades en la tragedia. Por eso conviene quitárselo. Si no, existe el riesgo de que oculte a quienes le dieron el visto bueno a la pista, a los que no armaron adecuadas defensas de neumáticos -de la medida reglamentaria y atados- ni trabajaron para que no hubiera tierra en las banquinas, a los que callaron, igual que a los pilotos que no tomaron debida precaución ante un incidente de tamaña proporción ni los servicios de asistencia que minutos antes habían fallado hasta para remolcar un auto maltrecho.

Ni siquiera el público es inocente en el automovilismo argentino actual. Apenas semanas después de lo sucesos en Balcarce siguió con la patética tradición de invadir la pista -en Buenos Aires, el día de la consagración de Ortelli- no bien flameó la bandera de cuadros y mientras los autos aún completaban la carrera.

El automovilismo argentino ya registra un muerto por un hecho similar, aunque parece que nadie lo recuerda: quedó sepultado por otros dramas, algunas victorias y más cotillón para el entretenimiento general.

De los hombres dependerá, otra vez, que la muerte de Falaschi se transforme en una bandera para mejorar el deporte y no en un trapo sucio que sea enjuagado en el fondo y a escondidas.