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Perder la paciencia

Manuel Lanzini cree que el DT no le dio suficientes chances Telam

BUENOS AIRES -- En declaraciones al diario Olé, Manuel Lanzini se quejó porque Matías Almeyda no le dio tantas oportunidades como él esperaba.
En buena medida, lo asiste la razón. A su regreso de Brasil, el DT le concedió la número diez, que es como un reconocimiento al talento, y que también implica la responsabilidad de pilotear la gestión creativa del equipo.

Es cierto que Lanzini no la rompió, no fue el diez que impone el ritmo y hace la diferencia cuando asume en solitario el desenlace de las jugadas. Nada de eso. Pero tampoco desentonó, y tal vez no jugó exactamente en el lugar del campo que le resulta más cómodo.

Con sólo 19 años, se merecía un poco más de tolerancia. Un respaldo más explícito que le diera la posibilidad de aclimatarse y curtirse.

Toda vez que River necesita como el oxígeno esa especie que ahora se denomina enganche, es decir ese jugador que introduce orden, ideas y buen pie. Atributos sin los cuales es muy difícil tener expectativas de éxito.

Nadie podría afirmar que la inclusión de Lanzini le daría más espesor de juego a River. Sí se puede decir en cambio que este caso demuestra una peligrosa contradicción de Almeyda.

River no juega peor que otros equipos. Es más, tiene reservas suficientes para, con el clima adecuado, encarar una campaña realmente ambiciosa. Sánchez, Ponzio, Mora y Trezeguet son algunos de los apellidos que otros clubes, incluidos los candidatos a campeón, seguramente envidian.

Sin embargo, las cosas no salen, está a la vista. Principalmente, por el apuro, la ansiedad que consume a los jugadores, que los lleva a dar un récord de pases equivocados, algunos inexplicables, como sucedió frente a Argentinos.

Un problema que se agrava hasta el agobio cuando se aproxima el final con el marcador en cero. Esos momentos en que la cancha es un murmullo de disgusto, el fósforo para el bidón de combustible.

Almeyda defiende a sus dirigidos ante los ataques de propios y extraños (la moda es ensañarse con River). Dice que River no juega mal. Si se lo compra con el resto, el DT está en lo cierto.

A la hora de elogiar, el entrenador suele referirse a la paciencia del equipo. Esos raros partidos en que recupera el aplomo, abandona la inestabilidad crónica, el nerviosismo suicida.

Con su conducta, Almeyda intenta afianzar ese perfil paciente y evitar la locura. Jamás se lo verá perder los estribos, gritar en demasía o sufrir para la cámara.

Aun en los trances más tensos y con una oposición que hace coro en la platea, el tipo se la aguanta callado. Privilegia la reflexión, sin ceder tenacidad.

Pero esa imagen no coincide con el entrenador que baraja y reparte de nuevo en cada fecha. Con tridente, con enganche, sin enganche, con Lanzini, sin Lanzini, con Barovero, con Vega y así hasta el infinito. Ahora en Primera y el año pasado en el Ascenso.

La paciencia que celebra en sus jugadores no la tiene para sostener una propuesta. Almeyda no parece confiar en el entrenamiento y la constancia sino en las iluminaciones. Si en dos fechas no resultó, se cambia. Mala señal para un equipo que necesita aguas calmas.