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El ruido de los cañones

Ilustración Sebastián Domenech

PARÍS -- En el comentario anterior, recordemos que estábamos en Nápoles rodeados por fanáticos italianos del fútbol, como única vía de salvación posible.

Bueno, antes de que estos subnormales nos liquidarán en pleno año 1934, el conventillo apareció volando al ras del piso y todos nos tiramos de cabeza a sus balcones. El pesado armatoste, todavía poblado de inmigrantes y con la cumbia a todo lo que da, se elevó hasta más arriba de las nubes del cielo de Nápoles.

Tuvimos que volver a Argentina para tomar aire, retornar al tiempo presente nuestro de todos los días.

-¿Buenos Aires? ¿Y Argentina? -me preguntó Azulino Sepúlveda, apoyado sobre las barandas negras de un balcón del yoti que ya copaba la inmensidad celeste del cielo. Miraba el vacío absoluto. ¿Más mar?

Había agua, solo agua y más agua. Donde antes supo estar una patria grande y sojera y sanmartiniana y futbolera ahora había solo agua.

-¡Nos inundamos, muchachos! -grité y obligué al yoti a volver al pasado que siempre fue mejor...

El conventillo volador volvió a elevarse por los aires y en segundos ya estábamos bajo otro sol, en el mismísimo Caribe. Corría 1938, el fútbol se hacía popular a nivel mundial y los cubanos y cubanas estaban felices de poder participar por primera (y única) vez en un Mundial de fútbol. (No llegaron muy lejos en la competencia, a decir verdad).

Para nuestra desgracia el conventillo no se detuvo en el camino y continúo hacia París, donde el campeonato se jugaba en medio de una extraña efervescencia.

Del Sur de Francia se oían los bombardeos de la Guerra Civil Española. Ya que mientras se disputaba el campeonato, los españoles estaban a los tiros.

En las calles los franceses se entregaron a la fiesta, pues consideraban que era la última Copa del Mundo antes de la Segunda Guerra Mundial, que se avecinaba a los cañonazos limpios.

Cómo pueden jugar al fútbol con semejantes problemas! -exclamó Azulino.
-Sí, los franceses están definitivamente locos.
-Los nazis los están invadiendo y los franceses se ponen a jugar al fútbol -me decía Faustino Sotolongo.
-Encima le quitaron la posibilidad a Argentina de organizar este Mundial.
-Pero no te preocupes El Bloque del fútbol del Sur, se negará a participar de este Mundial de la Mentira.
-¡Pero si Brasil viene, mirá ahí tenés a los negros en medio del frío!

-¡Estos grones con tal de jugar al fútbol, hacen cualquiera!

Era una obviedad. Se sentía en las calles de la ciudad que la selección italiana, comandada de nuevo por Mussolini. se coronaría campeón. ¿Hubo amenazas? Nunca lo sabremos, pero por estos días, no hay equipo que juegue mejor al fútbol que los italianos.

En una final a puro fútbol, que vimos desde las gradas del estadio de París, la selección italiana superó sin apuros a una asustadiza selección húngara que tenía lo suyo, pero como pasa siempre, no le alcanzaba para ganarle al poder de una potencia europea, como Italia. El resultado final: 4-2.

(continuará...)