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Tristeza infinita

Ilustración Sebastián Domenech

PARÍS -- ¡Buen día! ¡Buen día! Estamos sobre el cielo de Río de Janeiro, otra vez. Sin aflojar en nuestro viaje por todos los mundiales del mundo. Esta vez viajamos en el tiempo gracias a nuestro conventillo volador y hemos recalado en 1950.

Este es, sin duda, el Mundial mas importante de todos los mundiales, el más emotivo, el mas glorioso y con un final no apto para cardíacos. Estamos a horas del 16 de julio de 1950, clasificaron Brasil, España, Suecia y Uruguay.

Cualquiera puede ser campeón, pero hasta ahora el único campeón posible es Brasil que tiene un equipo de figuras. Ya lejos de la Segunda Guerra Mundial vivida en Europa, la Copa del Mundo vuelve a Sudamérica después de más de 15 años.

Caminamos por la calle Loria, donde todo son banderas de Brasil, hinchas enloquecidos saltando en las calles, en los balcones de los edificios y miles de comparsas invaden las veredas. Río de Janeiro es una fiesta y no es para menos.

Los locales acaban de derrotar a los españoles y a los escandinavos de Suecia y solo le queda ganarle a Uruguay para coronarse campeón del mundo.

Por su parte, Uruguay no la tiene tan fácil, le ganó con lo justo y mucha suerte al seleccionado sueco y poco y nada pudieron hacer para cambiar un empate ante los españoles.

Uruguay tiene que ganarle a Brasil, cosa imposible. El estadio Maracaná es una fiesta, dentro de poco entraremos a la historia más apasionante vivida en una cancha de fútbol.

Pero nosotros somos del futuro, sabemos todo. Sabemos que Brasil va a perder y Uruguay va a realizar la hazaña deportiva más importante de la historia del deporte, al derrotar a Brasil por 2-1.

¿Pero si eso no sucediera? ¿Si pudiéramos intervenir en el tiempo, modificarlo un segundo para que todo un pueblo no sufra tanto? ¿Un sufrimiento que el pueblo brasileño llevará por siglos en sus espaldas? ¡Ningún pueblo del mundo merece tanto dolor! Y mucho menos un pueblo tan precioso y noble como el brasileño...

Mis amigos saben lo que estoy pensando. Tenemos que hablar con Obdulio Varela. Llevarlo a pasear por las calles para que vea la alegría verde-amarilla y el dolor que va a generar dentro de un par de horas.

Lo citamos en un bar, Obdulio también cree que va a coronarse campeón, que no importa todo el público, toda la torcida que puede haber en el Maracaná: Uruguay va a ganar.

El excelente número cinco de Uruguay, conocido como el Jefe Negro, no es tan popular en Brasil, apenas lo conocen, como a la mayoría de los jugadores charrúas que van a entrar en la historia con este Maracanazo.

¡203.900 almas! ¡203.900 almas! Alentando sin parar a Brasil. Pero eso era en las tribunas, porque en el campo de juego estaba Obdulio Varela, ordenando al medio campo, dando órdenes sin parar a sus compañeros. Uruguay se impuso y se coronó campeón. Fue el día más triste en la vida social de Brasil.

Nosotros hacia nuestro conventillo, no queríamos presenciar tanta tristeza. Casi a la madrugada, cuando el conventillo ya se elevaba hacia otro pasaje de la historia, vimos acodado en la mesa de un bar, a Obdulio Varela, solo, tomando y llorando.

-¿Qué le pasa a este culeao?
-Y, le pasa lo que le advertimos, si ganaban iban a destruir a un pueblo.

-Nadie se escapa de la tristeza infinita, muchachos, les dije a mis compañeros y ordené que el yotibenco se elevara.

Obdulio se quedó en Río de Janeiro, a unas pocas cuadras del estadio Maracaná. Lloraba sin parar, solo, sin poderle contar a nadie su identidad. ¡Qué pena nos dio! ¡Era un jugador de otro planeta!

El conventillo se elevó hasta ser una manchita fantástica en la madrugada.

(continuará...)