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Garrincha, el mejor

Ilustración Sebastián Domenech

SANTIAGO DE CHILE -- La furia, el talento, la samba, la alegría, el sexo descontrolado sin viagra, la pasión, la relación libertaria con su propio cuerpo, las sonrisas llenas de dientes blancos de los brasileños nos empujó como un huracán y nuestro conventillo atemporal, máquina viajera del tiempo futbolero, se elevó hasta más allá de las nubes.

Y sin conocer tiempo ni espacio, de pronto nos vimos haciendo equilibrio en el pico de la montaña mas alta de la Cordillera de Los Andes. Todo el esqueleto, el armatoste del viejo conventillo de chapa y cemento crujía de un lado al otro a punto de desbarrancarse. ¡Nos habíamos quedado sin combustible y el final inminente ya era una realidad! ¿Se acabaría nuestra épica aventura por los mundiales de todas las épocas!

-¡No! ¡No! ¡Nos hemos quedado sin combustible o sin algo! -me gritan mis compañeros de aventuras-. Cucu, vos sos el narrador, ¿qué hacemos? El narrador es un pequeño tirano, así que escribite algo rápido y salvanos. Hacé aparecer un helicóptero, un águila gigante, dale, narrador provocador. ¡Dale!

Mis amigos estaban tan exigentes que no se me ocurría nada, así que hice la más fácil: fui al cuarto de al lado y volví con una erección que, de tan grande, parecía que tenía una tercera pierna.

¡Jesús! -exclamaron mis compañeros de viaje.

Y entonces me saqué del pantalón un paraguas y me lancé por la ventana.

-Si quieres que todos te sigan, hacelo vos mismo, pero no esperes que los demás hagan nada -pensé, mientras los vientos cordilleranos me sacudían a kilómetros del piso.

Miré para arriba y vi como los demás negritos se lanzaban del conventillo a paraguas abierto.

En ese momento, el paraguas berreta que había comprado en Once se dio vuelta al revés y comencé a descender más rápido de lo que deseaba, pero un viento me jaló de nuevo para arriba y quedé sentado encima de una nube hasta que vino un cóndor gigante llamado Condorito y me obligó a lanzarme de nuevo. Y cuando estuve cerca de la copa de los árboles solté el cabo del paraguas, caí encima de un colchón de hojas vivientes y de ahí al piso sin un rasguño.

Corrí y me subí a la primera guagua y en minutos estuve en Santiago de Chile, en pleno mundial de fútbol, año 1962.

En ese momento, por esas cosas de la memoria, recordé un hermoso poema de Pepe Cuevas que habla de un monstruo que aparece en pleno mundial para que Chile gane el Mundial. Y sí, estamos justo en el día de La Batalla de Santiago, entre Chile e Italia, un partido de mucha violencia.

-¿A dónde vamos, Cucu? -preguntaron a coro mis compañeros de viaje que ya estaban sanos y salvos gracias a sus paraguas.

-Al estadio Nacional de Santiago, muchachos -les respondí.

Subidos a las copas de los árboles, porque no había una sola silla en el Paseo Ahumada, ni en la Alameda, ni en el Mercado de Mariscos o en la estación Mapocho, los chilenos estaban enloquecidos para ver a su selección.

Nos sentamos tranquilos, todavía con nuestros paraguas, por si había que salir volando y miramos el partido de La Batalla de Santiago.

Leonel Sánchez se consagraba como el jugador fuera de serie que llevaría a Chile a un tercer puesto, el mejor de su historia.

Mientras tanto en el estadio, volaban piernas y cabezas, y la pelota fue varias veces destruida, la sangre brotaba de las camisetas italianas y chilenas. El partido se jugaba con mucha intensidad y todo el pueblo chileno alentaba a su equipo. Más que un partido de fútbol, parecía una película de terror.

Pese a estos detalles sin importancia, Brasil se consagró campeón. Garrincha fue la gran figura del Mundial, hasta que después del último partido apareció un monstruo gigantesco y atrapó a Garrincha entre sus manos y se lo llevó hasta más allá de la Cordillera.

No se sabe si lo violó, le lavó la cabeza, lo regresó a Brasil o le presentó una mina argentina. Tal vez, el monstruo obligó a Garrincha a que reconociera a sus 36 hijos en todo lo ancho y largo del Brasil.

Lo cierto es que, a partir de ese día, de ese Mundial, Garrincha jugó cada vez mejor, ganó mas mundiales y nadie puede decir en este sitio que no fue infinitamente superior a Pelé.

Nosotros nos quedamos con la boca abierta comiéndonos unos nísperos del árbol en el que estábamos.

(continuará...)