Vittorio Pozzo 11y

El deber cumplido

ROMA -- Italia ha ganado el Campeonato del Mundo. Lo ha ganado pasando por un camino plenamente coincidente con aquel que forzosamente debió seguir en los cuartos de final y en las semifinales: el del encuentro como un tipo de combate. Un combate tan ardiente y tan duro como para agotar a la mitad de los hombres en el campo de juego y como para que sea necesario el tiempo suplementario para determinar el resultado.

DOBLE FATIGA
No hubo ninguna carrera fácil para ningún equipo en esta edición del Campeonato del Mundo; pero Italia fue, sin ninguna duda, la que encontró en su camino las más grandes y más arduas dificultades. España, Austria y Checoslovaquia fueron tres auténticas rocas para eliminar, tres obstáculos que dieron lugar a los partidos más duros, más angulares, más difíciles y más apasionantes de todo el torneo.

Italia no encontró el camino sembrado de rosas que tuvieron otros. Ni la suerte ni la actividad desarrollada la favorecieron en nada.

El tiempo de juego pre calculado para un equipo que debiera jugar la final del mundo era de 360 minutos, y Checoslovaquia habría disputado exactamente 360 minutos si no hubiera sido por el tiempo compensatorio del encuentro de ayer. Así y todo apenas llegó a 390 minutos. La nación contendiente eliminada en semifinales que jugó más minutos fue Austria, que acumuló 300. Algo que se habría transformado en 390 minutos en caso de haberse clasificado a la final. En cambio, el plantel italiano acumuló unos 510 minutos entre octavos de final, cuartos de final, tiempo suplementario, la repetición del encuentro, semifinal, final y un nuevo tiempo agregado. Es decir que Italia jugó prácticamente dos campeonatos mientras que sus adversarios jugaron solamente uno. 510 minutos, de los cuales 420 fueron de lucha dura, feroz y enervante.

Fue un pequeño calvario el que debió atravesar el plantel italiano para llegar al éxito. Todavía ayer, aquel equipo checoslovaco que no había, no digamos entusiasmado, pero al menos impresionado a nadie en el transcurso del torneo, sacó las uñas y desenfundó un estilo de juego y una especie de combatividad como para dejar helados a los más escépticos. Duro, correoso, coriáceo, el representativo del fútbol bohemio no admitía por un solo instante la posibilita de ser derrotado. No quiso saber lo que era morir, ni ceder durante la parte reglamentaria del encuentro. Se precisó del tiempo suplementario para ponerlo de rodillas. Cuando cayó, esencialmente fue por falta de resistencia al tremendo esfuerzo de los velocísimos 120 minutos de juego.

Buen equipo, el bohemio. Tiene la unidad y la cohesión garantizadas por el hecho de que todos los elementos de su formación provienen de apenas dos clubes: siete del Slavia y cuatro del Sparta de Praga. También posee experiencia, habilidad y astucia aseguradas por la veteranía de sus jugadores: todos con una larga carrera internacional, todos zorros viejos, toda gente que conoce el oficio de memoria.

En cuanto a juego de equipo, en cuanto a cohesión pura, no hace falta decir que el once checoslovaco fue superior al italiano durante significativos períodos del partido.

Hubo un momento del segundo tiempo en el cual los checos casi subyugaron a nuestros representantes con su actividad, basada en tramas, minutos y pasajes densos. En la mitad del campo maniobraban y avanzaban de modo que representaba una dificultad seria, muy seria, cerrarlos. Este juego tenía su talón de Aquiles en el hecho de que el ataque se llevaba a cabo principalmente en línea, con un carácter de uniformidad casi monótono. Siempre la misma cosa, siempre los mismos ajustes, siempre la misma ejecución.

Cuando los nuestros, sacudidos por el resultado adverso y superado el período de depresión nerviosa, partieron al rescate, ya se habían apoderado a través del estudio de la obra del adversario, algo que permitió neutralizar rápidamente y casi por completo el trabajo de arquitectura de los bohemios.

Pero la unidad checoslovaca es de un elevado valor técnico. Su capitán y arquero es, no sólo en cuanto a físico, sino propiamente en el valor técnico, un coloso. Se lo decía en decadencia… Ayer, en cierto momento, dejó la impresión de ser tan imbatible como lo había parecido Zamora en el primer encuentro de Florencia. Ésta fue la suerte de los "sauri" en el campeonato del mundo en cuanto a arqueros: escapados de las garras de Zamora, cayeron en las de Platzer; evitado Platzer, ¡llegó a las manos de Planicka! Se necesitaron dos tiros formidables, de Orsi y de Di Schiavo, para obligarlo a rendirse.

Los dos zagueros tienen su reputación particular desde hace varios años en términos de energía y decisión. A esta fama le hicieron honor ayer. Meazza y Schiavio pagaron los costos de esta decisión. Orsi, en cambio, y en parte también Guaita, fueron capaces de encontrar el lado débil del sistema utilizado por los dos -que la decisión a menudo limita o se transforma en impetuosidad- y volcaron la situación a su favor.

EL VALOR DE LOS CAÍDOS
De la línea media de los visitantes, el mejor fue sin duda el hombre del centro. Se decía que Cambal definitivamente no era capaz de soportar noventa minutos hilados de juego. Ayer no nos dio lo que podía durante el tiempo extra, pero fue interesante durante el tiempo regular. Cambal es un jugador técnico. Técnico del juego directo -que raramente distribuye a los costados- pero también un hombre de tendencia constructiva. Nada de él remite al juego de cuidados tan en boga al día de hoy. Todo, en cambio, hace pensar en ese juego hecho para mantener, ayudar, lanzar y dar ideas al ataque. De la avanzada bohemia, Cambal fue, en el primer y en el segundo tiempo, uno de los instrumentos más peligrosos. En el tiempo suplementario, se mostró físicamente liquidado.

Ninguna importancia especial merecen, en cambio, los medios laterales, jugadores privados de personalidad. Donde existe personalidad, por el contrario, es en la primera línea. Tres hombres emergen en ella: Svoboda, Nejedly y Puc, entreala derecho, entreala izquierdo y ala izquierdo. Svoboda, el viejo, parecía listo hace un año. No aparecía ni siquiera en las filas de su club. Había cesado de jugar casi por completo. Hacía falta un campeonato del mundo para hacerlo revivir. Él fue, en Roma, la inteligencia y el motor de propulsión del ataque. Astuto, perspicaz, hábil, maneja la pelota de manera que es muy difícil sacársela. Svoboda, que no ha tenido jamás escrúpulos en los medios utilizados para llegar a un fin, fue ayer una verdadera fuente de problemas para nuestra defensa. Nejedly, en comparación, es más un ejecutor que un pensador. No tuvo suerte en sus tiros al arco, pero su toque de pelota es de los más saludables que uno puede encontrar. Ejecutor puro fue el ala izquierdo, Puc, el más veloz de los atacantes bohemios. Puc marcó el tanto para su equipo y forzó a Combi a algunas atajadas dificilísimas. El ala derecho está un escalón por debajo en el valor futbolístico, y el centrodelantero, Sobotka, es de clase inferior a todos sus colegas de ataque.

Contra semejante adversario, los "azzurri" debieron pensar seriamente en lo que hacían. El primer tiempo terminó cero a cero, con una ligera superioridad del local pese a jugar con el viento en contra. En el inicio del complemento, Italia permitió que su rival tomara la iniciativa y allí comenzaron sus inconvenientes. Por una veintena de minutos hubo mucho que temer en cuanto al resultado. Checoslovaquia marcó primero cuando Puc, que recibió un pase en profundidad, avanzó algunos pasos y remató fuerte al ángulo bajo de la izquierda de Combi. Poco faltópara que la ventaja de los visitantes aumentara cuando Combi evitó otro fuerte disparo, esta vez alto y contra el palo, para alejar el peligro de su arco.

Pero desde aquel momento nuestros muchachos se arremangaron. El gol de Puc fue como un buen azote en la grupa del buen caballo: hacía falta esa herida al amor propio, aquel olor del riesgo supremo para hacer saltar las dotes físicas y morales acumuladas por los hombres durante el período de preparación.

LOS BRAVOS "AZZURRI"
La reacción de los "azzurri" fue ejemplar en cuanto a fuerza y a voluntad. Oleada tras oleada, los ataques se lanzaron sobre Planicka, a partir de una primera línea a la que el cambio de posición entre Guaita y Schiavo había dado nuevo impulso.

Cuando Orsi, con una acción personalísima coronado por un tiro soberbio en fuerza y precisión, logró el empate, toda aprensión acerca del resultado final desapareció de inmediato y por completo. Estaba claro que, a menos que ocurriera una desgracia, ya no se podía perder.

Sin embargo los bohemios tuvieron, todavía, dos o tres situaciones entre las más peligrosas cuando las cosas parecían seguras para Italia. En esa coyuntura, fue Combi el que salvó la situación.

Después vino el tanto de Schiavo, fruto de una acción conjunta con Guaita. Fue un cañonazo del boloñés. Planicka tocó la pelota pero no la pudo frenar -tan fuerte fue el disparo- y a partir de entonces los checos ya no pudieron ser verdaderamente peligrosos.

La de ayer fue una gran jornada para Orsi. Nuestro ala izquierda fue, junto a Planicka, uno de los mejores hombres de la cancha. Todo el resto del equipo merece un gran elogio por su fiero comportamiento, incluso si a veces se mostró descentrado y nervioso.

Era lógico, después de la semana que pasó, una semana de cuatro juegos en ocho días y 300 minutos disputados en cuatro jornadas. Después de la tensión, se había producido cierto relajamiento. Algo natural para el que ha vivido la vida de nuestros atletas. Necesitaban precisamente lo que los médicos llaman "golpe de látigo" a los nervios para regresar al organismo a su rendimiento habitual. Lograron ese retorno en modo convincente y grandioso.

Desde el punto de vista pasional, la Copa del Mundo no pudo haber tenido un final más digno. Una multitud extraordinaria, juego variado, veloz, con destellos técnicos, a veces incluso resplandeciente de belleza; peligro por parte de los italianos de ver arruinado su trabajo de cuarenta días, pronta reacción, restablecimiento de la situación, éxito. Fue una especie de apoteosis del fútbol, con nuestros jugadores conmovidos hasta las lágrimas, con la tribuna loca de alegría, con el Duce expresando a pleno rostro y a plena voz su satisfacción.

Este éxito constituye la más alta recompensa a la que podían aspirar los "azzurri", la más alta ambición que podían nutrir. Es un premio a la seriedad, a la firmeza moral, al espíritu de abnegación, a la voluntad de un montón de hombres que -para defender dignamente los colores de Italia- no han dudado en segregarse del mundo durante cuarenta días, privándose de todo y plegándose a una férrea disciplina.

Ningún plantel nacional ha hecho aquello que han concretado los nuestros en el período de preparación. Es sacrosantamente justo que la victoria haya premiado su desgaste.

Que digan lo que quieran: ninguna cosa en el mundo supera la satisfacción del deber cumplido con conciencia, con fe, con obstinación incluso si es necesario, con estudio, con prudencia, con gran éxito.

Es una satisfacción profunda, íntima, que lo compensa todo.

*Publicado en el diario La Stampa. Turín, Italia, 11 de junio de 1934.

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