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¡Dásela a Diego!

Ilustración Sebastián Domenech

MEXICO DF -- Quizás porque estoy loco y todos se han ido, se cansaron de mí y de mis viajes por el tiempo. A todos los jóvenes que lean esta crónica les digo: hay un momento en que uno se queda solo, irremediablemente. ¡Y está bien!

Y acá me tienen solo, poniendo el cuerpo y el alma para que los lectores imaginen otro mundo del fútbol distinto al que conocemos. Solo, sin conventillo, sin siquiera un pastito de césped del Estadio Azteca, sin fantasía, sin realismo delirante ni mágico. ¡Acá estoy, en el banco de suplentes sentado al lado de Carlos Salvador Bilardo!

Y es un orgullo, porque al Doctor Bilardo no lo rige ninguna norma convencional. Es un artista de los comportamientos sociales. Un loco, que nos llevó a lo más alto del mundo en materia deportiva.

Sentados, fumando sin parar, miramos a su formidable equipo. Diego y compañía son sólidos en el fondo, muy ordenados, peleadores en el medio campo y con un manejo y distribución de la pelota única en el mundo por estos días.

¡Cuánto tardaré en darme cuenta que soy espectador a metros de uno de los mejores equipos de la historia!

Carlos Enrique, Giusti, Burruchaga, tenemos un medio campo de lujo. Pese a tanta belleza me enojo con los mexicanos. ¡Alientan por los alemanes! ¿No es estúpido?

Argentina está jugando la final de la Copa del Mundo de México 86 ante los poderosos alemanes. Gana con facilidad por 2-1. Pero Alemania se viene con todo.

Toda la parcialidad mexicana alienta por Alemania. Extraño, ¿no? Quedaron en el camino muchos equipos, Corea del Sur, Bulgaria, Italia, los uruguayos... Maradona había convertido el gol del Siglo y es casi imposible que Alemania le gane al sólido equipo inventado por Carlos Salvador Bilardo. No somos acaso, los mejores representantes del fútbol latinoamericano y... ¡los mexicanos alientan a los alemanes!

Maradona da muestras de su talento a todo el mundo. Sin embargo, Bilardo parece muy nervioso. Estoy al lado de él.

-Creo que voy a sacar a Olarticoechea, Cucu, lo veo lento y los carrileros alemanes son muy rápidos y fuertes -me dice.

-¡No Carlos, no saques a Julio por nada del mundo! ¡Es el mejor lateral del mundo! -respondo alterado.

Y le recuero a Carlos el gol que salvó el Vasco sobre la línea, ante los ingleses, cuando les ganábamos 2-1, y se nos venían encima como ahora lo estaban haciendo los alemanes. Me da la razón.

Bilardo se acomoda la corbata y se vuelve a desacomodar. Hace silencio, transpira, piensa a miles de kilómetros por segundo. Se vuelve rojo. Entiende que es hora de defender y da la orden.

-¡Diego, volvé, bajá, al área a defender, no te quedés arriba, pelotudo!

Le da indicaciones a Diego, que vuelve corriendo a ayudar en un corner. Es evidente que los alemanes quieren ganarlo por la altura, pero la defensa argentina con Ruggeri a la cabeza es impasable.

De pronto me mira a punto de estallar, su vida es una combinación de pensamientos geniales que no quiere que se destruya en el último segundo. Nos empatan 2-2 y lo atormenta la angustia. Está nublado.

-¿Qué hago, Cucu? ¿Mando dos zagueros más para defender?

-No, Carlos, dales la orden a los muchachos que le den la pelota a Diego y que la entretenga. La mejor defensa es darle la pelota a nuestro astro.

Bilardo se apretó la corbata casi hasta ahogarse y saltó al campo de juego.

-Giusti, Ricardo, Giusti, dale la pelota a Diego. ¡Dale la pelota a Diego!

Y se la dan. Y Diego la duerme. Y se la da a Burruchaga que corre, corre y corre y mete el tercero. Estallamos en el banco. Nos abrazamos con Carlos. "Me diste la llave del éxito, Cucu", me grita enloquecido.

El partido terminó. Ganamos 3-2 y Carlos al primero que besa es a mí y después corre a festejar con los muchachos. Hicimos historia otra vez, en pleno estadio mexicano.

Te lo ganaste, Carlos, por tu insistencia, por tu laburo de todos los días, por tu obstinada prepotencia. Por haberte atrevido a darle la capitanía a Diego Maradona.

(continuará...)