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Robben, de las lagrimas a la sonrisa

BUENOS AIRES -- Wembley vivió una jornada de doble redención en la final de la UEFA Champions League. Por un lado, Bayern Munich se tomó revancha de la derrota del año pasado en su propia casa ante Chelsea. Por el otro, el holandés Arjen Robben se sacó de encima la maldición de tantas oportunidades desperdiciadas en otras tantas finales perdidas y fue decisivo para consagrar a su equipo ante el Borussia Dortmund.

Lo de Robben era un hechizo difícil de romper y un estigma que lo perseguía más todavía que sus recurrentes lesiones. Llevaba seis finales perdidas, una con el PSV, otra con el Chelsea, tres con el Bayern (una de Copa de Alemania y dos de la Champions) y la que probablemente haya sido la más dolorosa, la de la final de Sudáfrica 2010, con Holanda ante España.

Así como en ese fatídico partido desperdició dos chances claras ante Iker Casillas, también había fallado un penal clave el año pasado en el Allianz Arena en la prórrroga ante Chelsea. Y esos fantasmas recorrieron el estadio en el primer tiempo de la final ante Borussia Dortmund.

En esos 45 minutos, dos veces quedó Robben cara a cara ante Roman Weidenfeller. Y dos veces falló. En la primera, se abrió para picar la pelota y terminó atorado por una muy buena salida del arquero. En la segunda, le quedó el balón casi de casualidad y su disparo se encontró con la cara del arquero rival.

Pero en el segundo tiempo comenzó a cambiar la historia de Robben y con él la de su equipo. Fue clave en el primer gol, cuando tras pase de Franck Ribéry, llegó hasta la línea de fondo y, ante la salida de Weidenfeller, tiró un centro atrás que, tras rozar la mano del arquero, encontró a Mario Mandzukic solo para anotar.

Una torpeza de Dante le volvió a dar vida al Borussia Dortmund, cometiendo un penal que Ilkay Gündogan transformó en gol, y si bien a esa altura Bayern Munich era superior, parecía que el partido se iba al alargue.

Pero volvió a aparecer Robben para, definitivamente, dejar atrás la mala fama que lo perseguía. Y lo hizo con un recurso que es su marca registrada: la velocidad explosiva en pocos metros, que le permitió acelerar y llevarse un balón que Ribéry había defendido ante los centrales rivales.

Robben salió de la nada, ganó la posición en unos pocos pasos, se abrió con un toque y, ante un arquero que eligió clavarse en el piso en vez de estirarse a lo largo, tocó suave de izquierda contra un palo para terminar con la maldición.

Fue un merecido final tanto para él como para su equipo, que había sido sin dudas el mejor en un partido que no fue típicamente alemán. Uno esperaba la intensidad y el buen espíritu con los que se jugó, pero también más ida y vuelta y defensas más expuestas.

En cambio, ambos técnicos plantearon una batalla táctica, muy contenidos, y así ninguno de los dos quedó desacomodado prácticamente en ningún momento, algo que suele suceder gracias a la obsesión y la excesiva franqueza que tienen los conjuntos alemanes en su búsqueda del arco contrario.

En cada tiempo hubo un dominador, pero a la larga, Bayern Munich aprovechó mejor su etapa que Borussia Dortmund. En el primer tiempo, los de Jürgen Klopp ahogaron la salida rival en base a presión y llegaron más, aunque no mejor. Pero aún así, se fueron al vestuario en cero.

En el complemento, el desgaste le pasó factura a Borussia Dortmund y así el Bayern Munich se adueñó de la pelota, del terreno y de la iniciativa. No gravitaron tanto como se esperaba ni Reus ni Lewandowski y se extrañó muchísimo también la ausencia de Mario Goetze.

Goetze podría haber manejado mejor los tiempos del partido, poniéndole otro ritmo al traslado del Dortmund cuando el aire faltaba en los cuerpos y en las cabezas y se terminó recurriendo al pelotazo como única arma. Sin tener a nadie que pensara y pausara, el gasto físico se acrecentó, mientras que del oro lado empezaban a aparecer los jugadores con más peso técnico.

De a poco entonces, el Bayern fue arrinconando a su rival. Pero así como Neuer fue clave en mantener el cero en los primeros 45 minutos, Weidenfeller hizo lo propio en la segunda etapa y no le permitía a los de Jupp Heynckes trasladar esa superioridad al marcador.

Hasta que apareció Robben para ponerle fin a toda una serie de frustraciones, las propias y las de su equipo, que disputó tres finales en cuatro años y sólo en la tercera consiguió que sea la vencida.

De paso, tendrá la oportunidad en agosto próximo de tomarse revancha de su verdugo de 2012, el Chelsea, que se adjudicó la última edición de la Europa League. Quizás con el morbo agregado de reeditar el duelo José Mourinho vs. Pep Guardiola, si el portugués confirma su paso al Chelsea.

Antes, más precisamente el sábado que viene, Heynckes tendrá la oportunidad de cerrar su despedida con broche de oro si completa una tripleta de títulos, ya que jugará la final de la Copa de Alemania ante el Stuttgart. Sería dejarle la vara todavía un poco más alta a Guardiola en su primera experiencia post Barcelona.

Felicidades.