Especial para ESPNDeportes.com 11y

Abierto por demolición

BUENOS AIRES -- El Mundial de 1990 fue muy pobre. Y una buena demostración de su nivel es la final entre Alemania y Argentina. Se repitió el partido decisivo del Mundial anterior, salvo que esta vez sólo hubo un gol, gracias a un polémico penal que todavía hoy los argentinos juzgan como un invento del árbitro Edgardo Codesal.

El remate de Andreas Brehme apenas alteró el tedio de un encuentro en el que ninguno de los dos hizo demasiado por ganar. Por esa exigua diferencia, Alemania se quedó con la Copa y se tomó revancha del 3-2 en México.
Alemania, justamente, estaba en el centro de los comentarios internacionales desde unos meses antes, pero no por las actuaciones del equipo conducido por Franz Beckenbauer, sino por la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989.

El Muro, construido en 1961, era la expresión física más rotunda de la Guerra Fría y una metáfora servida, perfecta, del mundo partido en dos.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, Alemania permaneció ocupada por las potencias vencedoras. Otro tanto sucedió con Berlín, capital del Tercer Reich: los soviéticos tomaron un gran sector de la parte oriental, los norteamericanos tenían una zona en el sur, los británicos en el oeste y los franceses en el norte.

Conforme se profundizaron las diferencias en el bloque de los triunfadores se fue perfilando la división de Alemania. En este sentido, resultó de alto impacto la creación, por parte de los aliados occidentales, de una nueva moneda para sus zonas de ocupación: el marco alemán.

Al considerar que la medida afectaba negativamente su área de influencia, las fuerzas soviéticas pusieron en marcha un bloqueo de la ciudad. El aislamiento de la mitad occidental de Berlín obligó a implementar un puente aéreo para aprovisionar a la población y fue un punto de inflexión en la historia de posguerra.

Por otra parte, entre 1949 y 1961, más de dos millones de personas abandonaron Alemania Oriental, en especial jóvenes, que veían mejores perspectivas de vida del lado oeste.

En agosto de 1961, se erigieron las primeras barreras, bajo estricta supervisión policial. En los días siguientes, obreros de la construcción de Berlín Este sustituyeron los alambres de púa por paneles de hormigón. Era el comienzo de una edificación que llegó a extenderse 43 kilómetros en la frontera interurbana y 112 al sumar la llamada "periferia".

Las 302 torres de guardia, los 259 puestos de vigilancia canina, las vallas electrificadas y las fosas antivehículos convirtieron el lugar en una fortaleza inexpugnable que obstruyó definitivamente el contacto entre los pobladores de la República Democrática Alemana (RDA), pretendidamente socialista, y la República Federal de Alemania (RFA), amiga de los Estados Unidos.

A pesar del dispositivo de intimidación, miles de personas intentaron la fuga. Y más de 600 fueron abatidas a tiros por las tropas fronterizas.

Avanzados los años 80, la tensión entre ambos bloques, sintetizada a la perfección en la separación alemana, comenzó a ceder a pasos agigantados.
Bastante antes de que la población de ambas márgenes del Muro emprendiera su demolición simbólica a golpes de martillo, los nuevos aires políticos en la Unión Soviética propiciaron el acercamiento con los antiguos enemigos.

Producto de una severa crisis, el jefe del Estado soviético Mijail Gorbachov, acometió una serie de medidas políticas y económicas. Algunas, fronteras adentro; otras, para tender puentes con occidente.

En ese marco, su visita a Bonn, antigua capital de la RFA, modificó el tablero europeo. Gorbachov negoció con el canciller Helmut Kohl una apertura comercial y mentó la posibilidad de la reunificación alemana.

En consecuencia, el régimen oriental, cuya máxima jerarquía no era del agrado del gobierno soviético, se quedó sin cobertura, librado a su suerte frágil.

Un anuncio sobre la flexibilización en los permisos de salida del país por parte de la RDA impulsó a la gente a las calles, más precisamente hacia la frontera tapiada. El aluvión popular tuvo un reflejo del otro lado del Muro.

Los guardias se rindieron ante la presión popular y terminaron cediendo el paso. La noche del 9 de noviembre de 1989, la pesadilla represiva se transformó en una fiesta callejera.

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