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Superman ha muerto

Ante la salida de Westbrook, Durant quiso resolver todo con sus manos: el Thunder fue eliminado Ronald Martinez/Getty Images

En la película Matrix, hay una escena magnífica con una alta carga filosófica. Morpheo le enseña a Neo, el elegido, dos pastillas: una azul y una roja. En la elección del personaje central radica el desarrollo continuado: la roja significa afrontar la realidad. La azul, vivir una ilusión, una apariencia de felicidad inexistente.

Es el mito de la caverna de Platón llevado a la pantalla grande.

Durante años, nos han hecho observar el reflejo del fuego en la pared con un cuento que seduce pero que ya no concreta. El básquetbol construido a partir de los superhéroes es un hecho del pasado. Superman ha muerto porque el pensamiento en el deporte mismo ha evolucionado: la multiplicación de esfuerzos y el bien común han dejado de ser ingredientes para transformarse en la receta misma.

La cultura del último segundo ha sido la empleada en Hollywood durante años. Corta este cable y el cronómetro se detendrá. Presiona este botón y salvarás al mundo. Tirate del auto ahora y evitarás morir en la explosión.

Tan atrapante en el cine como falso fuera de la pantalla grande.

Los elegidos siguen apareciendo uno tras otro. El talento es algo que no debería opacarse, sino mas bien potenciarse. Pero el verdadero cambio no radica en conspirar contra el genio, sino todo lo contrario: mejorarlo a través de lo que sucede alrededor. Ya no se trata de todos para uno, sino de todos para todos, siendo el jugador-emblema un engranaje dentro de la gran maquinaria.

Spurs, Grizzlies, Pacers y Heat llegaron a las Finales de Conferencia. Esto tiene que decirnos algo. Son cuatro equipos que han hecho de la defensa una idea madre y que han puesto el trabajo de conjunto en el primer lugar de la escala de prioridades. Sí, es momento de que quitemos una etiqueta equivocada: Miami ya no vive a partir de sus estrellas. Tiene jugadores que brillan en las marquesinas, pero para ganar su primer campeonato en conjunto necesitaron trabajar espalda con espalda.

En el primer año de concepción, el Big Three de Miami era un grupo de talentos extraordinarios que funcionaban como entes separados. En ese combo, LeBron James, el jugador más dominante de la tierra, fue el caso más emblemático a analizar: cuando Spoelstra lo metió dentro de una dinámica grupal pasó a ser líder absoluto y dejó de lado su versión incompleta de los Cavaliers. El egoísmo se transformó en solidaridad y eso se vio dentro de la cancha. El Rey dejó de moverse solo porque permitió que todas las fichas agiten el tablero.

Las estrellas cortan tickets, y eso no debería significar un problema. No se necesita cirugía en este caso, porque no se pide un cambio de conducta a la hora de vender el producto, sino comprender el producto mismo. El negocio muchas veces contradice las máximas del deporte, porque son autos que corren en rutas separadas. Un ejemplo: James Harden puede significar, en mercadotecnia, mucho más que los Indiana Pacers. Sin embargo, aquí estamos. Hay piedras preciosas que no brillan a los ojos de la cámara.

En esta temporada tuvimos casos de análisis muy evidentes. Uno fue lo que quiso hacer Kevin Durant ante la salida de Russell Westbrook. El anotador más puro de la NBA no pudo aprisionar el mundo en sus manos y su esfuerzo sobrenatural murió como empezó. La sensación de ubicuidad ya es cosa extinguida. Los Lakers, por su parte, fueron el síntoma evidente de que ya no se puede ni empezar a hablar con una aglomeración de estrellas. Héroes repartidos sin una línea clara. El showtime que prometió Mike D'Antoni fue falso desde su concepción; ya no se puede lanzar una pelota al patio para que los chicos se diviertan. El juego ha evolucionado y para estar a la altura se requiere dar un paso al frente en este sentido.

No existe mejor jugador que todos juntos.

Las estadísticas aún conspiran contra esta idea. Se analiza, por ejemplo, lo que genera un jugador contra otro en ataque individual. No es un análisis incorrecto, pero es incompleto en la mayoría de las oportunidades. Esto no es boxeo ni tenis, es un deporte de conjunto. Supongamos un hecho en particular: James Butler defendió con maestría a LeBron James, pero sin las ayudas perfectas de Joakim Noah y el resto de sus compañeros su trabajo hubiese sido desastroso. Se miden las tapas, no los tiros desviados. Aún no se mide el salto a la ayuda en un pick and roll o el boxout de un interno aplicado.

El héroe ha perdido vigencia en el juego porque el deporte mismo ha mejorado. El talento es una parte importante, pero dejó de ser la única. Cuando el Dream Team cayó por primera vez en el plano internacional, en Estados Unidos todos los estrategas vinculados al básquetbol encendieron las antenas. Algo había cambiado para siempre. El juego sin balón se perfeccionó (la defensa ilegal surge como una aplicación de las defensas zonales), se agrandó el volumen de hombres de rol definido y se entendió que sólo consiguen cosas los equipos profundos, con un marco acorde en los dos costados de la cancha.

El modelo del Big Three que nació en los Celtics con Ray Allen, Paul Pierce y Kevin Garnett, le ha dado paso al Big Five, compuesto por apellidos repartidos en roles definidos. Una idea clara distribuida entre diferentes partes. El concepto de jugador franquicia es cosa del pasado, porque no es una pieza la que cambia el rompecabezas, sino que es el rompecabezas mismo el que afecta a la pieza. Para bien o para mal, porque los equipos no son de nadie, son de todos.

En la posmodernidad de la Liga, queda en evidencia que la cultura de Superman ha muerto.

Las dos pastillas continúan arriba de la mesa. Roja o azul.

¿Cuál será tu decisión?